Hablan los hechos

El pasado 7 de junio los mexicanos acudieron a las urnas para elegir 1,996 cargos públicos, entre ellos 500 diputados federales, 600 diputados locales en 16 Estados, nueve gobernadores y 887 alcaldes y jefes de delegación en el Distrito Federal. En total, 83 millones de ciudadanos estaban llamados a las urnas.

Fueron las primeras elecciones después de la reforma política del año 2014, que entre otras cosas abarcó la creación de nuevas autoridades electorales y la aprobación de una nueva ley de partidos políticos.

Sin embargo, el proceso se caracterizó por la degradación de la forma de hacer política y la evidente dificultad de las autoridades reguladoras para garantizar el cumplimiento de las leyes, hacer valer su condición de árbitro de la contienda y ofrecer los resultados en tiempo optimo.

Las denuncias de corrupción contra gobernadores, los actos de violencia de grupos armados y de los maestros sindicalizados que se oponen tajantemente a ser evaluados como parte la reforma educativa impulsada por el presidente Enrique Peña Nieto, con un trágico saldo de más de 20 muertos y decenas de heridos, incluyendo candidatos y dirigentes políticos locales, estuvieron a la orden del día en un proceso en el que el tema de debate más relevante fue el llamado de unos a la abstención y la incitación de otros a votar nulo.

El índice de participación de apenas 47% puso de manifiesto la apatía, la indiferencia, el hartazgo. Sin embargo, fracasaron los que apostaron a la ilegitimación del sistema político procurando una abstención supermasiva.

La participación en estas elecciones fue mayor que en las del 2003 (41.8%) y que en las del 2009 (44.6%). Los votos nulos (4,88%) fueron menores que en las elecciones intermedias de 2009 (5,41%), pese a que en esta oportunidad fue mayor el nivel de participación.

Quiere decir que el boicot al que llamaron prestigiosos intelectuales para nada alteró el proceso electoral. Los votos fluyeron como en ocasiones anteriores, pero se distribuyeron en forma distinta.

Los resultados

El statu quo político del país se mantiene: el PRI en primer lugar (29%), seguido del PAN (21%) y del PRD (10.83). Son las tres organizaciones que durante los últimos 35 años han dominado la vida política mexicana, girando en torno a las mismas, de alguna manera, las formaciones minoritarias.

Sin embargo, el desgaste es Evidente. En comparación con las elecciones intermedias del 2009 el PRI pierde 8%, el PAN 7% y el PRD 1.36% (la participación de esta última organización en esas elecciones se consideró como una verdadera catástrofe política).

En el caso del PRD, el gran perdedor en la contienda, su pobre desempeño está directamente relacionado con los problemas internos que dieron como resultado la salida de la organización del señor Manuel López Obrador, quien hizo tienda aparte y fundó el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que con menos de un año de fundado logró una votación de 8,37%, o sea, 2,5% menos que el PRD, con lo que quedó sepultado el tradicional sistema tripartito.

Fue una gran hazaña de Morena y su líder, ex candidato presidencial del PRD y ex jefe del gobierno del Distrito Federal, que logró desbancar en la capital mexicana al partido del sol azteca, su gran bastión por más de 18 años.

El PRD acudió a estas alecciones aliado al Partido de los Trabajadores, que sufrió un bajón electoral.

La gran novedad

La gran novedad de este certamen electoral fue el contundente éxito de la candidatura independiente de Jaime Rodríguez Calderón, apodado El Bronco, quien se impuso a su rival del PRI, la presentadora de televisión Ivonne Álvarez, 49 a 24 por ciento, en la contienda por la gubernatura de Nuevo León.

Nuevo León fue un bastión del PRI desde el año 2003. Su derrota en este Estado explica en gran medida el retroceso electoral de la organización gobernante, de la que formó parte Rodríguez Calderón durante 33 años.

El Bronco renunció del PRI en noviembre de 2014. Presentó su candidatura faltando apenas tres meses para las elecciones, aprovechando la brecha abierta por la reforma política para la presentación de candidaturas independientes y las inconformidades generadas a lo interno del PRI por la postulación de Álvarez.

El Bronco, que como bien sugiere su apodo no tiene nada de tonto, supo ganarse el apoyo de importantes sectores panistas y de la cúpula empresarial de Nuevo León. De lenguaje descarnado, este viejo personaje de la fauna política tradicional mexicana se las ingenió para lucir lozanía, explotando inteligentemente su hazaña como alcalde del municipio de García, Nuevo León, donde se enfrascó en un exitoso proceso de depuración de las fuerzas policiales municipales y protagonizó un enfrentamiento con la delincuencia organizada. Sobrevivió a dos atentados perpetrados por bandas de narcotraficantes inconformes con su gestión como alcalde y padeció el secuestro de su hija de dos años.

Es probable que El Bronco sea más de lo mismo, pero demostró capacidad para encantar, algo que los políticos tradicionales en Latinoamérica han ido perdiendo vertiginosamente. Curtido en las lides políticas, hizo un uso inteligente de las redes sociales y se armó de un discurso que conectó con lo que la gente de su Estado demandaba.

Arrancó en tercer lugar y terminó superando a los demás contendientes y venciendo a las maquinarias de los partidos tradicionales del país. El entusiasmo que despertó su candidatura se puso en evidencia con la participación electoral más alta que se haya registrado en Nuevo León en los últimos 15 años.

“La gente necesita un cabrón como yo”, llegó a declarar este personaje pintoresco que tendrá que gobernar sin diputados en el congreso local y sin una estructura partidaria.

Es bueno dejar claro que Nuevo León fue una excepción, pues la de El Bronco fue la única candidatura exitosa de las 124 independientes que por primera vez participaron en las elecciones mexicanas. Los sin partidos no fueron capaces de atraerse ni siquiera el uno por ciento de los votos. Se confirma así el peso que aún conservan las viejas maquinarias políticas.

En perspectiva

Ninguno de los tres partidos mexicanos puede cantar victoria, pues el desgaste los arropa a todos. Peña Nieto, cuyo gobierno de algún modo estaba en evaluación en esta contienda, consigue un respiro mínimo al lograr mayoría simple con posibilidad de controlar la Cámara de Diputados gracias el apoyo de los aliados (el repunte de los verdes en estas elecciones constituyó un gran aporte para el PRI) y nuevos pactos. Seriamente cuestionado por su manejo del horror de Ayotzinapa, su multimillonaria mansión y otros escándalos, el presidente mexicano tendrá que crear el clima adecuado para facilitar acuerdos.

A ocho puntos porcentuales de la primera posición y con una votación en cantidad y porcentaje significativamente menor a la de las elecciones anteriores, el PAN de seguro entrará en una etapa crítica a lo interno, donde los cuestionamientos de alguna forma ya se han dejado sentir.

Mientras, el PRD reduce a casi la mitad sus posibilidades de imponerse en unas presidenciales. Quiere decir que la fortaleza del gobierno consiste en la debilidad de la oposición. Y aun así está muy lejos de tener un cheque en blanco.

La democracia mexicana se ha fortalecido en ciertos aspectos desde que en el año 2000 se puso fin a la era del predominio absoluto del PRI. Sin embargo, la dispersión política se ha ido acentuando peligrosamente. La debacle institucional y los alarmantes niveles de violencia, incluyendo la violencia delincuencial, que acompañan este proceso, proyectan un país en franca descomposición.

Aunque la clase política firmó en diciembre de 2012 el denominado “Pacto por México”, concebido para sacar adelante reformas en sectores clave como la energía, educación y telecomunicaciones, la sociedad mexicana no percibe un país en proceso de transformación, sino más bien una nación atrapada en su incapacidad para explotar plenamente su potencial y vencer obstáculos.

Las dificultades del gobierno, pese al consenso entre los políticos, para neutralizar con medidas inteligentes la resistencia de los maestros al plan de reforma educativa, que en las recién pasadas elecciones se expresó en actos violentos y en acciones tan poco dignas de educadores como el asalto a centros de votación y la quema de papeletas, es muy sintomático.

Y lo peor es que hoy muchos políticos e intelectuales mexicanos atribuyen al “Pacto por México”, que fue una reacción ante el carácter urgente de las reformas y el producto de un ejercicio responsable de la política, la causa de la debacle electoral de la oposición bajo el alegato de que éste le habría impedido “generar ataques más frontales o propuestas más atractivas”.

Tal y como están planteadas las cosas en México, país con el que el movimiento progresista de América Latina tiene una gran deuda de gratitud, la clase política tiene ante sí el inequívoco y urgente reto de renovarse.

La victoria de Rodríguez Calderón en Nuevo León parece sugerir que la inconformidad en México anda en búsqueda de vías de expresión, algo que se puso en evidencia también con el surgimiento en mayo de 2002 del movimiento #YoSoy132, que terminó diluyéndose.

En otras palabras, Nuevo León es un mal presagio para el sistema de partidos mexicano porque indica que el país está buscando un líder. Aunque aún está por verse si ese líder es un “cabrón” como El Bronco.

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