El reino de las imágenes en movimiento mantuvo al cine como única alternativa desde su nacimiento hasta que surgió su competidor: la televisión. Esta venía a disputarle un público que le había costado mucho conquistar.
Bastante ha llovido si contamos que los experimentos de John Logie Baird fueron en 1925, que la primera transmisión la hizo la BBC inglesa en 1927y que las conocidas estaciones CBS y NBC lograron lo mismo en 1930. A partir de esos años se desarrolló el proceso de afinamiento del nuevo medio, debiendo interrumpirse con motivo de la Segunda Guerra Mundial, y reanudándose al término de ésta, en Inglaterra, de nuevo con la BBC en 1939.
Estaba claro que la televisión y el cine iban a competir por las audiencias, pues se dirigían a las grandes masas de espectadores que buscaban un medio de entretenerse. Con la ventaja de la inmediatez procesal de la TV, y por estar enclavado el aparato receptor en los hogares, esta última ganó la batalla.
Aún así, el cine logró mantenerse produciendo películas cada vez más espectaculares, superproducciones mastodónticas que deslumbraban al espectador, y una variedad de novedades técnicas que complementaban el paquete de ofertas fílmicas.
Naturalmente, se produjo un trasvase de la experiencia cinematográfica, adaptando las técnicas del celuloide a las cintas de video. La dramaturgia, la planificación y los temas se fueron hacia un medio como la pequeña pantalla, urgido de convencer a sus usuarios o inversionistas de las bondades de sus habilidades como entretenedor.
Las grandes productoras cinematográficas como Warner, Disney y otras, suplían de dibujos animados a los insaciables infantes. Generaciones de ellos crecieron a la sombra del Pato Donald, Bugs Bunny, Superman, Spiderman, etc., convertidos hoy día en clásicos inmortales.
Genios del cine como Alfred Hitchcock sucumbieron a los encantos de la pantalla chica para producir la archi-famosa “Alfred Hitchcock Presents”, donde las historias de suspenso que el británico había paseado por las salas de cine, tenían su paralelo en estas historias televisivas que ahora invadían los hogares con su consabida dosis de miedo.
Muy pronto, la TV se apropió de los seriales que ya habían demostrado su eficacia en las salas de cine, y que probaría ser un filón muy lucrativo para la publicidad de todo tipo de artículos del hogar, electrodomésticos, y cuanta cosa quisiera venderse. Así se sucedieron en los años subsiguientes, series y culebrones televisivos que aportaron nombres tan insignes como Dallas, Los Vengadores, Starky y Hutch, Los Ángeles de Charlie, Star Trek, y muchísimos nombres más que revolotean y se asoman en nuestras memorias.
Lo que tenía que suceder sucedió con el desembarco de las figuras televisivas en el cine. Entre ellas, el silencioso Clint Eastwood que protagonizó Rawhide, o el Robin Williams de Mork and Mindy, solo son algunos de los nombres más sonoros.
Que se continuara pidiendo a directores de cine intervenir en las series, como le pasó a Michael Mann en Miami Vice, o a David Lynch en Twin Peaks, habla del interés por figuras que pudieran aportar su particular visión estética a los productos televisivos, y destacados autores aceptaron este desafío para expresarse con mucha altura en la pequeña pantalla.
La sangría del puente desde donde se cruza de la televisión al cine y viceversa, está de hecho muy transitada en estos días, porque las reticencias por el origen cinematográfico o televisivo de un director, actor o guionista, es algo que se ha quedado en un lejano pasado.
Lo que podemos ver es un fenómeno que es paradójico hasta cierto punto, y si nos detenemos en series como The West Wing, Juego de Tronos, House of Cards, Hannibal, y otras, lo que se aprecia es su nivel narrativo, estético y actoral, el cual está muy por encima del promedio de películas que observamos en los cines. ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¡Se ha virado la tortilla!.
Una de las más racionales explicaciones a este fenómeno es, a decir de muchos analistas de respetable trayectoria, que se le ha entregado el poder creativo a los guionistas, a buenos y calificados guionistas, mientras que en el cine, los escritores de guiones son cada vez menos influyentes.
La verdad es que existe un desequilibrio en el tándem arte-industria, el Ying y el Yang del cine, pues mucho de uno y poco de otro, producen esos bodrios espectaculares que vemos muy seguido en nuestras salas atiborradas de precuelas, secuelas y remakes.
Se pueden observar cada vez más en las películas, los elementos tomados de la televisión, como es la estética de la fotografía la cual ha ganado mucha soltura adaptando las técnicas usadas por los directores fotográficos televisivos. Para completar la simbiosis varias series de tv han terminado convirtiéndose en filmes de gran éxito.
La tecnología digital es otro factor que acerca a estos dos lenguajes. Separados antes por estos detalles tecnológicos, y solventados ahora por avances que facilitan la convivencia y la hechura de las series, de películas para tv y para cine, estos dos medios que antes se reían como competidores, se han aceptado en sus roles específicos, tomando lo mejor el uno del otro.
A mi modo de ver, la televisión, al invertir en series especiales para ella y en películas que no irán al cine sino a la pequeña pantalla, ha hecho un uso más consciente y provechoso de los elementos cinematográficos. El cine, en cambio, ha sido más tímido y conservador en eso.