Opinión

Dominicanos y haitianos seguimos muy de cerca la aplicación de la ley de regularización de los ciudadanos del vecino país que habitan en nuestro territorio. Organismos internacionales están atentos a dicho complejo y tortuoso proceso.

Los pueblos de ambas naciones se ven sometidos a una fuerte carga emocional negativa por parte de gente que busca sacar partida de tan penosa y dolorosa situación.

So pena de caer en lo de reiterativo y machacón me veo en la necesidad de transcribir un fragmento de mi artículo titulado: “Mis memorias haitianas” publicado por este diario el 17 de enero de 2012. Expresaba: “No hace mucho me enteré de una carta que desde La Habana un día 14 de junio de 1943 dirigiera Juan Bosch a sus amigos Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral y Ramón Marrero Aristy, en donde les decía: Los he oído a ustedes expresarse, especialmente a Emilio y a Marrero, casi con odio hacia los haitianos y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno, cómo es posible querer a los hijos de uno, al tiempo que odia a los hijos del vecino así, sólo porque son hijos de otro”.

“Creo que ustedes no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea carga insoportable; que ustedes consideran a los haitianos punto menos que animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían ustedes el derecho de vivir”.

La carta continuaba: “Pero creo también, y espero no equivocarme, que ustedes sufren una confusión; que ustedes han dejado que el juicio les haya sido desviado por aquellos que en Haití y en la República Dominicana utilizan a ambos pueblos para sus ventajas personales. Porque eso es lo que ocurre, amigos míos. Si me permiten he de explicárselo: El pueblo dominicano y el pueblo haitiano han vivido desde el Descubrimiento hasta hoy -o desde que se formaron hasta la fecha- igualmente sometidos en términos generales”.

“Para el caso no importa que Santo Domingo tenga una masa menos pobre y menos ignorante. No hay diferencias fundamentales entre el estado de miseria e ignorancia de un haitiano y el de un dominicano, si ambos se miden, no por lo que han adquirido en bienes y conocimientos, sino por lo que les falta adquirir todavía para llamarse con justo título, seres humanos satisfechos y orgullosos de serlo. El pueblo haitiano es un poco más pobre, y debido a esa circunstancia, luchando con el hambre, que es algo más serio de lo que puede imaginarse quien no la haya padecido en sí, en sus hijos y en sus antepasados, procura burlar la vigilancia dominicana y cruza la frontera; si el caso fuera al revés, sería el dominicano el que emigraría ilegalmente a Haití… Pero el porvenir ha de vernos un día abrazados, en medio de un mundo libre de opresores y de prejuicios, un mundo en que quepan los haitianos y los dominicanos, y en el que todos los que tenemos el deber de ser mejores estaremos luchando juntos contra la miseria y la ignorancia de todos los hombres de la tierra”.

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