El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó recientemente a Cuba en el marco del proceso de deshielo en las relaciones entre los dos países que se inició el año pasado con los auspicios del Papa Francisco. Desde La Habana, el mandatario estadounidense proclamó que el destino de Cuba corresponde decidirlo a los cubanos, sin injerencias, subrayando al mismo tiempo que la falta de respeto a los derechos humanos es uno de los frenos para la normalización plena de las relaciones entre ambos países.
El de los derechos humanos universales, sobre todo elderecho a la libertad de expresión y de reunión, constituye el tema más incómodo para el gobierno de Cuba. El presidente Raúl Castro se defendió diciendo que ningún país cumple con todas las normas internacionales de derechos humanos, retando a cualquiera a que le presentela lista de los presos políticos que según dicen hay en la isla.
Desde la capital cubana Obama voló a la Argentina, donde llegó en víspera del 40 aniversario del golpe militar que sacó del poder a la presidenta María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976. En Buenos Aires el jefe de Estado visitó el Parque de la Memoria, construido junto al Río de la Plata para recordar a las víctimas de la dictadura que encabezó el general Jorge Rafael Videla.
El tema incómodo lo tenía aquí el mandatario estadounidense, quien no vaciló en reconocer la “tenacidad” de los familiares de las víctimas de la dictadura que han mantenido su lucha por la justicia para los fallecidos y desaparecidos, al tiempo de reconocer que en el pasado Estados Unidos no hizo lo suficiente por la defensa de los derechos humanos en países como Argentina, por lo que, a su juicio, tiene que “examinar” su propio pasado.
“A veces hemos tardado en hablar a favor de los derechos humanos, y ese fue el caso aquí en Argentina”, dijo textualmente Barack Obama, quien prometió desclasificar más documentos sobre la dictadura para ayudar a hacer justicia.
La última dictadura Argentina, la más sangrienta de todas,duró siete años (1976-1983). Miles de Argentinos inocentes fueron asesinados, torturados y desaparecidos. El apoyo por parte de Estados Unidos a lo que entonces se denominó como “Proceso de Reorganización Nacional”, está más que documentado.
En 1976 Argentina era uno de los pocos países de América del Sur que no vivía en dictadura. En Bolivia gobernaba Hugo Banzer desde 1971 gracias a un golpe de Estado; Brasil vivía la cuarta versión del régimen militar que se instaló en 1964; Augusto Pinochet ya llevaba tres años gobernando Chile a sangre y fuego; en Paraguay el verdugo de turno era Alfredo Stroeesner, que se apoderó del poder en 1954 y permanecería en él hasta 1989;mientras, en Uruguay mandaba por la fuerza Juan María Bordaberry desde 1973. En 1976 otros países de la región también tenían dictaduras, como Nicaragua y Haití.
El presidente Barack Obama incurre en un yerro cuando pretende reducir la responsabilidad de Estados Unidos en todo este proceso y sus consecuencias a no haber hecho lo suficiente para defender los derechos humanos. Estados Unidos fue cómplice de la mayoría de los verdugos de nuestros pueblos, a los que alentó y apoyó. Y allí donde no pudo controlar la situación con la ayuda de gorilassanguinarios llevó a cabo intervenciones militares directas para impedir que los pueblos decidieran libremente su futuro.
En 1976, pese a que en toda América Latina proliferaban las dictaduras sanguinarias, Cuba era el único país sometido a un bloqueo casi total por parte de Estados Unidos, pese a que para entonces la legitimidad del gobierno cubano estaba fuera de toda duda. Pocas veces un proceso de cambios en país alguno había tenido tanto apoyo dentro y fuera como el que tenía entonces y siguió teniendo después la revolución cubana, gobernada por carismáticos líderes que se hicieron de valor para alzarse en armas, en un gesto de auténtica inmolación, contra una feroz dictadura, de las tantas que entonces existían con el apoyo de Estados Unidos.
Pese a la legitimidad de ese proceso, producto de la voluntad de todo un pueblo, Estados Unidos intentó aplastarlo mediante el uso de la fuerza militar, el estrangulamiento económico o el asesinato de sus líderes. No se escatimaron esfuerzos. Cuba los derrotó todos.
Entonces el pretexto era la lucha contra el comunismo, el mismo que se utilizó para aplastar la insurrección de abril de 1965 que exigía el retorno a la constitucionalidad tras el golpe de Estado contra el gobierno legítimo del profesor Juan Bosch en República Dominicana. Fue el mismo pretexto que se utilizó también para organizar la denominada “Contra” nicaragüense con el objetivo dehacer fracasar el proceso revolucionario que tuvo lugar en Nicaragua luego del derrocamiento de la dictadura de Somoza en 1979 por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Cuba, más que cualquier otro país de la región, ha sabido promover el respeto a los derechos económicos y sociales de la población. Sus logros en materia de salud y educación fueron elogiados hasta por el propio presidente Barack Obama. En materia de desarrollo humano Cuba ha estado a la vanguardia en nuestra América y el mundo. Dicho en otras palabras, el bienestar del pueblo ha estado en el centro mismo del accionar del Estado revolucionario.
Sometido a un devastador embargo comercial y financiero, acompañado de una guerra ideológica y mediática permanente, incluso con la ayuda de una emisora de radio y un canal de televisión creados exclusivamente para esos fines, como dice Ignacio Ramonet en su libro “Fidel Castro: biografía a dos voces”, el régimen cubano “…ha tenido la tendencia a sancionar con severidad las discrepancias, aplicando a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola: En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición”.
Nada justifica la existencia de presos de conciencia o la falta de espacio para organizarse y participar sin restricciones de la vida política de una nación. Pero de alguna manera el presidente Barack Obama, al propiciar el deshielo en las relaciones entre Washington y La Habana, deja entrever que comprende las peculiares circunstancias que llevaron a Cuba a organizarse para resistir.
La inclusión de un recorrido por el Parque de la Memoriaen el programa de visita a la Argentina del presidente Obama no fue fortuita, como no es improvisado nada de lo que hace un presidente al agotar una agenda oficial en un país extranjero, y menos el de una nación tan poderosa y organizada como Estados Unidos.
Lo que probablemente no estaba en la agenda del presidente es el mea culpa que tuvo que hacer desde allí, luego de visitar el muro donde están gravados los nombres de las víctimas de la última dictadura que asoló al país sudamericano y que de alguna manera vale también para Cuba.
Obama se reunió en la isla caribeña con representantes de la disidencia, pero no quiso hacer lo propio con los dirigentes de las organizaciones defensoras de los derechos humanos argentinas que querían ser escuchadas para tratar el tema del rol jugado por Estados Unidos durante la dictadura y que por esta razón se negaron a acompañarlo en el recorrido por el parque, pese a estaresto previsto en el programa. Fueron las mismas organizaciones que convocaron la multitudinaria concentración en la Plaza de Mayo el 24 de marzo para recordar a las víctimas de la dictadura.
Al ser abordado por los periodistas tras el recorrido por el Parque del Recuerdo el presidente estadounidense quiso diferenciarse de su homólogo cubano, que no disimuló su disgusto al ser abordado por los periodistas sobre el tema de los derechos humanos. El presidente estadounidense dijo entonces que “una sociedad requiere coraje para enfrentar verdades incómodas”, porque eso a su juicio “es esencial para avanzar”. Fue entonces cuando habló de que Estados Unidos tiene que revisar su pasado.
En realidad el presidente Obama tenía motivos más que suficientes para pedirle perdón a toda América Latina por los desmanes cometidos por las distintas administraciones estadounidenses desde que emergió como gran potencia.
Sin embargo, sería un exceso exigirle eso al presidente de un país que no ha podido hacer efectiva su decisión de cerrar la cárcel de Guantánamo, donde hay gente que lleva años detenida sin que se le haya hecho un juicio justo y donde se han practicado salvajes métodos de tortura, porque el Congreso, manejado mayoritariamente por la oposición, se opone a ello.
Sería mucho pedirle eso al presidente de un país donde un individuo que justifica la tortura y promete utilizarla como mecanismo habitual para arrancar confesiones está a punto de convertirse en candidato presidencial del principal partido de la oposición.
Pero el mismo nivel de comprensión merece Cuba y el presidente Obama lo entiende. Por eso hace caso omiso a los que pretenden insistir en la política dirigida a doblegar al régimen cubano, que no ha dado fruto alguno en más de cincuenta años.
Desde luego, aquí probablemente cuenta más el factor político que el asunto del respeto a los derechos humanos.
Los mejores aliados de Estados Unidos en Oriente Medio son países con las peores calificaciones en esta materia.
Henry Kissinger dice en su libro “Diplomacia” que para la conformación del orden mundial del siglo XXI Estados Unidos necesitará de aliados, los que no siempre podrá escoger por razones de carácter moral.
Atendiendo a esos mismos razonamientos, agregamos nosotros, se deciden también las antipatías. Pero hasta las antipatías, ha dicho Hillary Clinton, es menester manejarlas con inteligencia en la diplomacia del siglo XXI. Es lo que intenta el presidente de la nación más poderosa del planeta que hoy reconoce a Cuba como su Vietnam de Latinoamérica.
El mundo se abre a Cuba y Cuba se abre poco a poco al mundo, como lo quiso Juan Pablo II. En eso ayudó también la buena voluntad y el fino tacto del Papa Francisco.