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La instalación Mis Pies son mis Alas, del artista Walterio Iraheta, destaca hoy entre los tributos del pueblo salvadoreño a Monseñor Oscar Arnulfo Romero en el aniversario de su asesinato.

Iraheta pretende inundar la plaza Gerardo Barrios, aledaña a la Catedral Metropolitana de San Salvador, con zapatos viejos o usados que trae la gente, para recrear el convulso sepelio del obispo mártir, en 1980.

Desde temprano, muchos salvadoreños pasan por la explanada y dejan los zapatos para recordar a Monseñor Romero y a quienes murieron en su entierro, asfixiados por el tropel o asesinados por testaferros del régimen.

El propósito de esta acción pública es armar una montaña con zapatos, botas, sandalias, tennis y calzado de cualquier tipo, para recordar a las otras víctimas del magnicidio que marcó a esta nación centroamericana.

Romero murió de un balazo en plena misa, disparado por un francotirador a las órdenes de la oligarquía y los mandos militares, que intentaban callar a quien hablaba por los que no tenían voz, los pobres y marginados.

Decenas de fieles murieron luego en la atestada Catedral, donde no cabía un alma más, y cientos murieron fuera, víctimas de las fuerzas represivas del gobierno, que intentó en vano impedir el funeral.

Tras el acto luctuoso, en la plaza quedaron montañas de bolsas, gafas y zapatos perdidos por quienes huyeron en medio del caos imperante, otro catalizador de una guerra civil que desangró al país durante 12 años.

En 1993, la Comisión de la Verdad creada por Naciones Unidas señaló al ya fallecido Roberto dâ€ÖAubuisson, fundador del derechista partido Arena, como principal responsable del crimen perpetrado por escuadrones de la muerte.

Lejos de silenciarlo, los asesinos del Arzobispo de San Salvador hicieron de Romero un símbolo y más: el pasado 7 de marzo, el papa Francisco avaló un milagro que agilizará la inminente canonización del beato salvadoreño.

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