Los últimos sesenta años de la historia dominicana, en término de la consolidación de un proyecto de desarrollo, ha sido lo más parecido al seguimiento de un embarazo de alto riesgo. Es natural, ya que ha significado pasar de una sociedad rural con la tierra como medio de producción, con una economía comercial y financiera escasamente desarrollada, a otra sociedad en la que la producción de bienes y servicios depende, cada día más, de la inteligencia humana, la difusión del conocimiento, y de la acumulación y control del capital.
Este proceso significó para el conglomerado humano rural el desarraigo de los predios donde forjaron sus vidas. Pues, el traslado de las fuentes de producción de riquezas a los centros urbanos arrastró consigo a las personas, yendo a constituir nuevas comunidades en espacios territoriales periféricos a las ciudades, perdiendo con ello el control sobre los determinantes de la salud, y del desarrollo individual y comunitario.
Más que ciudadanos sujetos de derechos se transformaron en seres condenados a desarrollar su existencia cual esclavos en barracas. Hacinados en barrios y municipios, privados de los servicios públicos domiciliarios indispensables para mantener las condiciones sanitarias adecuadas a la vida saludable, por demás, víctimas de la inequidad para acceder a los servicios públicos necesarios para el desarrollo del máximo potencial de las facultades requeridas para la interacción social.
Bajo estas condiciones, el arte de vivir se transformó en la odisea por subsistir. Los valores de convivencia ciudadana, contaminados con antivalores formados al calor de la lucha por el espacio vital, producen continuamente situaciones que al exceder los recursos psicológicos del individuo elevan la vulnerabilidad a enfermedades influenciadas por disminución de la actividad del sistema inmunológico, como las infecciones, artritis y el cáncer. Por demás, aumenta la posibilidad de daños al corazón por respuestas estresantes a la interacción con el medio.
El estado de estrés ha adquirido dimensiones tales, para ser considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) “…, como un problema de salud pública”. Define el “conjunto de reacciones fisiológicas que preparan el individuo para la acción”. De hecho, entre los síntomas más frecuentes en la consulta hospitalaria se encuentran: la ansiedad, el insomnio, la gastritis, las cefaleas…, todos asociados a esta patología psicosocial.
Esta es la condición de pobreza en la que desenvuelven su existencia entre el 40% y el 60% de la población. Ocultada por los indicadores estadísticos del desarrollo, pero revelada en el diario trajinar de la nación. Razón tiene Enrique Dussel, precursor del movimiento filosófico “Filosofía latinoamericana de la liberación”, al plantear que la pobreza es la expresión de la patología del Estado moderno”. La misma, se ve expresada en la exclusión de las personas por condiciones sexuales, étnicas, religiosas, edad, culturales y económicas.
De ahí que, las intervenciones para mejorar el estado de salud de la población deben diseñarse a partir del reconocimiento de estar frente a un problema estructural altamente complejo. Por lo que las acciones implican la transformación de la política tributaria y la priorización de la salud en el presupuesto de la nación. Todo integrado al replanteamiento de la construcción del espacio municipal desde la perspectiva de las políticas públicas saludables.
Para lo propio, es recomendable acoger la estrategia adoptada por la OMS sobre los Municipios Saludables, la misma promueve la salud en un conjunto de intervenciones con acciones dirigidas al desarrollo de la comunidad. Tiene por fundamento la incorporación del gobierno local con todos los núcleos activos de la sociedad, en un espacio de concertación para promover la salud tomando en cuenta los aspectos sociales, políticos y económicos, para la integración de las políticas públicas saludables con planes de acción de desarrollo humano.
Esta estrategia para mejorar el estado de salud de las poblaciones pone énfasis en la equidad y el empoderamiento de las personas como soporte principal de promoción. Toma en cuenta tanto los problemas y necesidades de los grupos poblacionales como la estructura y el comportamiento organizacional. Enfatiza en la capacitación de los individuos de la comunidad para la toma de control en los procesos de formulación de políticas públicas, el mantenimiento de los ambientes, la creación de estilos de vida saludables y la reorientación de los servicios locales de salud.
La OMS, para el desarrollo de dicha estrategia, recomienda tomar en cuenta las diversas corrientes de interés determinantes de la dinámica en la convivencia comunitaria, las iglesias incluidas. Ya que sus líderes, tanto por los principios base de la formación cristiana, como por la similitud con el tiempo presente de las condiciones materiales de existencia de las personas en las comunidades elegidas por Jesús al inicio de las predicas sobre una nueva doctrina de vida, gozan de una sólida validación moral y de credibilidad para permear todos los sectores de la comunidad.
El Cristianismo, lejos de ser una filosofía de vida o una doctrina política es una disciplina del diario vivir basada en valores humanos de convivencia social y en la veneración del Amor, personalizado en la imagen del mismo Dios. Un modo de vivir aquí y ahora. Reconoce como derecho supremo el de la Justicia, vista como, “…, el reconocimiento de lo que a cada persona legítimamente le corresponde en razón de su dignidad humana…” Es un valor propio, que viene con la persona, se hace concreto al ejercer la capacidad de pensar, sentir, hablar y actuar.
Socialmente se manifiesta en la práctica de la Solidaridad y la Misericordia como valores modélicos de vida, expresadas en los esfuerzos orientados a elevar el grado de participación de las personas más desposeídas de las riquezas económicas, sociales, culturales y espirituales a fin de que puedan elevar su nivel de vida hasta alcanzar el desarrollo integral, por lo tanto, el pleno ejercicio de la Libertad. Ello así, por ser las riquezas de una nación el producto del trabajo de las personas; y toda persona, por principio constitucional y por dogma de vida, es igual a su semejante.
La Dignidad, la Igualdad, la Equidad, la Libertad y la Justicia son a la vez, valores centrales en la práctica de vida del cristiano y principios éticos que adornan la Constitución del Estado que aspira el pueblo dominicano. Son el fundamento de las predicas de Jesús, recogidos por sus discípulos en los diferentes libros de la Biblia.
Para citar uno, el evangelista Juan, en el capítulo 8, versículos 31, 32, en el contexto de una discusión con los expertos de la ley, cita una de las enseñanza del Maestro: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; Y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará”, recogidas por la historia con la frase “conoceréis la verdad y la verdad los hará libres”.
De ahí que, la presencia activa del Cristianismo, con la inclusión de todas las denominaciones religiosas, es un componente fundamental en la construcción de un Modelo de Atención basado en la Estrategia de Atención Primaria de la Salud. Lo propio tiene una doble dimensión, instrumental por estar impreso en la raíz cultural del pueblo dominicano, y ético conceptual por ser una propuesta de modelo de vida a ser asumido aquí y ahora, basado en los principios de Justicia, Solidaridad y Equidad, transversales en la apuesta futura de construcción de un “Estado Social de Derechos”, como lo define la Constitución de la República Dominicana.