Opinión

Indiscutiblemente la mejor obra del Creador es el hombre. Si, el hombre, a sabiendas de que puedo tener problemas con mi género, me refiero al hombre aludiendo al libro del Génesis en la Biblia: “Y Dios creó al hombre”.

Y con su creación, al proceso complejo de su funcionamiento tanto biológico como emocional. Porque eso somos, biología-emoción-razón-ambiente.

En nuestro cerebro –específicamente en la parte de los lóbulos frontales- están las funciones asociadas con la conducta y que tienen que ver con el autocontrol, el razonamiento y el pensamiento.

Es decir, que es ese el órgano que además de regular un sin número de funciones importantes para el equilibrio de nuestro cuerpo, es donde también se encuentra la mente y conciencia del ser humano.

Un órgano maravilloso que científico alguno no ha podido clonar. Han intentado modificar, pero nunca podrán “fabricar”.

Y con esto añadimos el proceso de la memoria. De todas, la que más nos gusta (cuando nos conviene) por sus flexibles características es la selectiva.

Precisamente por aquello de la selección de evocación, ligada a la parte emocional y que cuando se trata de algún recuerdo asociado al dolor o a la felicidad lo adaptamos a la realidad que queremos ver.

Dicho esto asocio el tema de la memoria con algunos políticos que en ocasiones, a su antojo, “olvidan” o “bloquean” temas relativos a su oficio según del lado de la acera en que estén.

Los estatutos de las organizaciones sin importar su naturaleza definen el objeto de su creación Lo primero que un político hace es organizarse estatutariamente. Método de trabajo, jerarquías, objetivos estratégicos entre otros, son la base de sustentación de los partidos.

Cuando un político por circunstancias coyunturales olvida la naturaleza de su oficio debe pensar inmediatamente en buscar otra cosa que hacer.

Pretender desmeritar el instrumento que sirvió de base para dar vida y esencia a la organización a la cual pertenece, por circunstancias o sed de poder, es una necedad que puede salirle cara al país.

Imponer lo contrario a lo que está escrito y aceptado por décadas, es malsano. Indigno y reprochable. Y eso se cobra en las urnas aunque el dinero corra por cunetas.

Esto ya no es cuestión de un partido o de los insaciables, es del sistema. Nos atañe a todos, inclusive y lo más importante, afecta en grado superlativo a los indicadores económicos y la imagen internacional.

Violar las reglas no hace bien.

Lo peor de la memoria selectiva es cuando el recuerdo escoge la ingratitud en lugar del agradecimiento y la lealtad.

Tenemos una tarea por delante, no lo echemos a perder después de tantos logros positivos en los gobiernos peledeístas.

¡Mañana será otro día!

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