Transcurridas dos semanas desde que los estadounidenses acudieran a las urnas, tomando en cuenta que sería esta la primera experiencia electoral bajo la era Donald Trump, lo cierto es que los resultados y proyecciones para los próximos dos años, dejan al descubierto el abismo social existente dentro de esta admirable nación.
Conocidas popularmente como las elecciones de mitad de término, el proceso vivido recientemente en Estados Unidos posee características peculiares, que le distinguen de otros que se celebran en las demás democracias occidentales. Comenzando por el día de votación, mientras la regla general suele ser que los comicios se produzcan dentro de un día festivo, regularmente un domingo, los estadounidenses lo hacen el primer martes después del primer lunes de noviembre.
Lo anterior suele llamar la atención, partiendo de la desafiante logística que conlleva movilizar en un día laboral a poco más de 230 millones de votantes. Sin embargo, lejos de toda discusión actualizada, esta “tradición” tuvo su origen a mediados del siglo XIX (1845), con el objetivo de no afectar las misas de los domingos en una nación mayoritariamente rural, designándose así el martes, sirviendo el lunes para trasladarse desde los campos a los centros de votación.
Como es de esperar esta ha sido, según encuestas, la principal razón para la baja participación electoral en las últimas décadas (ronda el 50%), donde la imposibilidad de ausentarse en sus lugares de trabajo evita que los ciudadanos ejerzan su derecho al voto. Esta causa es seguida de cerca por la falta de interés y o atractivo en los candidatos, un punto débil de las democracias actuales, que sin embargo iba a cambiar dada la presencia de Trump como centro del debate.
He aquí donde entra en escena la otra peculiaridad, ya que lejos de lo que ha sido una normal general, de que los mandatarios de turno se ubican por encima de los debates estatales y distritales de cara a estas elecciones, lo cierto es que Donald Trump lo ha convertido en una suerte de referéndum de su gestión. Esto no es para menos, ya que además de poseer el dudoso record de más de 15 despidos y/o renuncias de funcionarios de alto nivel en menos de dos años de gobierno, la política estadounidense ha sufrido un giro de 180 grados en temas sensibles como migración, economía, política exterior, seguridad, comercio, medio ambiente, entre otras.
Estas variaciones, muchas de las cuales tienen como principal objetivo el revertir el legado del expresidente demócrata, Barack Obama, han divido a la nación hacia lo interno, al tiempo que le ha enfrentado a viejos aliados internacionales, haciendo que la primera potencia del mundo se perciba aislada en tiempos de incertidumbre.
Comenzando por la economía, resulta destacable que Estados Unidos vive uno de los mejores ciclos económicos en décadas, generando unos 23.7 millones de puestos de trabajo desde el 2016, que redujeron el desempleo a un sorprendente 4.1%. No obstante, parte de este auge, esconde tras de sí una creciente desigualdad, donde la precariedad del empleo y bajos ingresos (el salario mínimo promedia los US$7.25 la hora) son la regla en el 70% de la población, mientras el 1% más privilegiado son los grandes beneficiarios del mayor recorte fiscal en décadas y la desregulación.
Es por lo anterior que a pesar del gran avance económico, en Estados Unidos aún existen 40 millones de ciudadanos en condición de pobreza, 18.5 en extrema pobreza, y 5.3 en condiciones precarias, propias de un país subdesarrollado, según el último estudio de “Pobreza extrema y derechos humanos de la ONU”.
Otro tema puntual en el debate previo y pos elecciones ha sido el migratorio, donde la noticia central fue la caravana de miles de personas que se dirigen a la frontera sur de Estados Unidos procedentes de Honduras, Guatemala y Salvador. La inminencia de este acontecimiento, que por demás constituye un desafío mayúsculo para cualquier gobierno, fue usado hábilmente por la administración Trump, quien con su usual tono despertó las alarmas alrededor de la nación, generando sentimientos encontrados hacia la causa de los marchantes.
Aprovechando el contexto electoral, el mandatario convirtió el acontecimiento en una lucha por la integridad, legalidad y patriotismo, invocando la operación “faithful patriot” para la protección de la frontera con un aproximado de 5,200 militares. Agregado a lo anterior, se han anunciado sendos cambios en política migratoria, como son las detenciones prolongadas a solicitantes de asilo y la supresión de la “enmienda 14”, que data del 1868 y dotaba de nacionalidad instantánea a todo nacido en suelo estadounidense, lo que brindaba espacio al turismo de parto mayoritariamente latino.
De hecho, justamente el tema latino ha venido de menos a más en suelo estadounidense, por un lado en materia de políticas públicas hacia las minorías y por supuesto en época de elecciones, donde ha representado uno de los argumentos centrales del discurso demócrata. Con unos 59 millones de habitantes, los latinos representan actualmente el 18% de los 325 millones de personas que viven en Estados Unidos, y de los cuales 29 millones están validados para ejercer su derecho al voto.
Esta población, que mayoritariamente proceden de México, Puerto Rico, Cuba, El Salvador y República Dominicana, ha constituido el punto de inflexión entre quienes abogan por la integración y diversidad, y quienes asumen el discurso conservador, de que la creciente inmigración ha afectado su calidad de vida y ha puesto en peligro su estatus social.
A pesar de ser un segmento preferente de los demócratas, los hispano-estadounidenses aun no logran tener una agenda homogénea más allá de los derechos de los inmigrantes, lo que dificulta la captación de votos. No obstante, el Partido Demócrata asumió el pasado proceso como una cruzada ideal, a los fines de alinear toda oposición en torno al rechazo al discurso “nacionalista, xenófobo y errático” de Donald Trump.
Esas características que se le adjudican al actual mandatario, son las que llevaron a líderes de oposición como la excandidata presidencial, Hillary Clinton y al expresidente Barack Obama, a unir fuerzas y alentar el voto demócrata con miras a crear un contrapeso en el Congreso. De ahí que Obama declarara que “cosas locas que están saliendo de esta Casa Blanca”, agregando que “esto no es normal, estos son tiempos extraordinarios y peligrosos”.
Las elecciones de mitad de término ciertamente serían una prueba de fuego, cuyas implicaciones analizaremos en la siguiente parte de esta entrega especial.