Las cifras de todo lo que acontece en América demuestran que en la región ocurren cosas inexplicables que permiten interpretar el rezago en los niveles de desarrollo por lo que históricamente se ha transitado. En América Latina se apuesta a realizar buenos negocios con capitales golondrinas, se produce un péndulo político en la conducción del Estado, es atractiva para las compañías multinacionales que proyectan beneficios garantizados entre 35 y el 50%, pero la pobreza persiste y el desarrollo industrial como motor del gran salto se torna lento.
Hay que destacar el hecho insólito de la existencia de una emigración inversa, la de latinoamericanos hacia otras naciones, que ha replicado en la pauta histórica. Las nuevas aventuras de migrantes del siglo XXI llegan a América con inversiones y regresan a sus países con inmigrantes, en busca de trabajo, es un fenómeno extraño digno de buscar una explicación objetiva en las ciencias sociales.
Estudios reciente llevado a cabo por un organismo de prestigios como la CEPAL revelan cifras horribles como es el caso de que la pobreza aumentó durante 2016 alcanzando a 186 millones de personas, representando el 30,7% de la población total de la región. Pero resulta que lo grave del tema es que de 2014 a 2016 hay ocho millones más de personas viviendo en situación de pobreza, lo que equivaldría a que toda la población de Bogotá o Lima, pasará a vivir en situación de pobreza en un periodo de apenas dos años.
Más complicado todavía es que el porcentaje de pobreza extrema aumentó de un 8,2% en 2014 a un 10% en 2016, pasando de 48 a 61 millones de personas. Pues se trata de 13 millones más las que subsisten con menos de lo básico para vivir, lo que equivale a cuatro veces la población total de Uruguay o la cantidad de personas que reside actualmente en Sao Paulo.
Las nefastas cifras sociales predominantes justifican poner en primer plano la discusión de la pobreza y la desigualdad en América Latina, problema estructural en la región que se ha arrastrado año tras año y para el que la política pública tradicional no ha dado respuesta. Esto es lo que se encuentra más allá de las cifras, esto es más importante que un gráfico o una proyección matemática, más humano que la posición en una lista que ocupa un país a nivel internacional ya que el combate a la pobreza resulta de la conjugación de múltiples factores con visión de largo plazo.
Hay que poner de relieve que la pobreza y la desigualdad son un obstáculo gigante, una pendiente inclinada para más de 180 millones de latinoamericanos y latinoamericanas que viven la pobreza y extrema pobreza cada día, de forma distinta según el lugar en el que residan. La complejidad y gravedad del fenómeno de la pobreza y desigualdad aumentará ineludiblemente si no se hace nada para cambiar esa realidad.
Para enfrentar con responsabilidad el fenómeno de la pobreza, es necesariamente hay que asumirlo como un tema prioritario, pues de lo contrario seguiremos lamentando lo que están arrojando las cifras en rojo. Para enfrentar con responsabilidad el fenómeno de la pobreza, los gobiernos de cada país deben sustentarse en una agenda de Estado y no gobernar con una agenda electoral como ocurre en la mayoría de los gobernantes de la región, algo fundamental para ir más allá de los números, para colocarse al servicio de una transformación de la realidad y principalmente para superar la pobreza y desigualdad.
A la luz de la razón, la desigualdad social en América Latina no debe ser abordada con la mirada que actualmente prevalece en la región, que es violentando las normas constitucionales y la reiteración de auspiciar la debilidad institucional. Esto encuentra mayor fundamento si se interpreta que el crecimiento reciente de la desigualdad implica una verdadera contrarrevolución que marca una clara ruptura con lo ocurrido durante el siglo XX, cuando se desarrollaron Estados de Bienestar que impulsaron un movimiento continuo de reducción de las desigualdades.
El avance o el freno del desarrollo latinoamericano de cara al futuro inmediato hay interpretarlo a partir de tres indicadores que son de alta prioridad como son los indicadores macroeconómicos, los indicadores sociales y los indicadores de la democracia. En efecto, la región está presentando indicadores macroeconómicos desalentadores del progreso, el crecimiento del PIB sigue siendo insuficiente, los niveles de endeudamiento hacen pensar en el retorno de la crisis de la deuda y los déficits presupuestarios y de balanza de pagos parecen interminables.
En relación a los indicadores sociales nos encontramos que la región incumplió con los objetivos del milenio de combatir la pobreza, erradicar el hambre y la mortalidad infantil. Por su lado, los indicadores de la democracia continúan en un progresivo deterioro, expresados a través de la extensión forzosa del periodo gubernamental, bajo desarrollo institucional y de transparencia, censuras a la opinión pública, retorno de gobiernos conservadores, señales de dictaduras y desequilibrios del poder político, lo que explica el hecho de que la ciudadanía exprese frustraciones con la democracia.