Hablan los hechos

Una lección que aprende todo aquel que incursiona en este fascinante, idealista y frecuentemente controversial mundo de la política, es que: “si esta no es capaz de brindar esperanza a los más desamparados y gestionar soluciones oportunas para aquellos afectados por los constantes cambios sociales y tecnológicos dentro de la globalización, estaremos abonando terreno para la anti-política”.

Ese peligroso coctel generado por una reacción a la burocracia tradicional, la falta de respuestas a las problemáticas actuales, la inseguridad ciudadana y la creciente desigualdad social, sería lo que precisamente brindaría empuje a un nuevo discurso alarmista y de carácter conservador tanto en Estados Unidos, como en el viejo Continente. No obstante, hubo casos como el de Francia, donde los extremos no fueron vistos con entusiasmo por la ciudadanía, beneficiando a fin de cuentas una propuesta fresca, moderada y con ímpetu transformador, que logró encarnar Emmanuel Macrón.

No solamente se convirtió en el mandatario más joven de Francia, venciendo además por más de 30 puntos a Marine Le Pen, sino que supo convertirse en el candidato del consenso en tiempos de incertidumbre, apostando a rescatar el viejo esplendor de Francia sin perder la perspectiva de futuro. Lo que quizás muchos no anticipaban, es que a pesar de ese aura que le acompañó durante la campaña, Macrón tarde o temprano terminaría topándose con una situación incómoda que confrontaría su discurso con la realidad.

Sucede que desde su llegada al poder en 2017, la tendencia a desmarcarse de la vieja política llevó al joven mandatario a apostar por un gobierno plenamente tecnócrata, cuyo pragmatismo y falta de empatía comenzó a percibirse desde el inicio. De ahí que a pesar de logros como un crecimiento económico de 1.9% (el mayor en los últimos 8 años), la desconexión con ciertas demandas sociales y los principales sindicatos comenzó a crear ronchas entre los franceses, en especial aquellos que no le votaron y los que son afectados por las nuevas medidas.

Es precisamente en ese proceso de transformación del Estado, donde a la fecha se han puesto en marcha un estimado de 32 reformas, que el mandatario se ha topado con la resistencia de sectores productivos y ciudadanos en general, degenerando en protestas masivas como es el caso del sector ferroviario y más recientemente la de los chalecos amarillos. Respecto a esta última, todo comenzaría con un anuncio de alza de combustibles a partir de enero 2019, agregándose 7.6 centavos de euros al litro de diésel (principal combustible en Francia) y unos 3.9 al litro de gasolina, además de otras tasas suplementarias.

El problema, sin embargo, es que ésta subida de precios estaría sumándose a un aumento del 23% que han experimentado estos combustibles el último año, como parte de las políticas tendentes a desincentivar el uso de diésel para proteger el medio ambiente, que irían en consonancia con el Acuerdo de Paris para el cambio climático. A pesar de la nobleza que envuelve este objetivo ecológico, lo cierto es que su aplicación afecta sensiblemente a los ciudadanos de las provincias y zonas rurales, que dependen en un 93% del uso de coches, de los cuales el 77% son vehículos diésel.

De más estaría aclarar que la subida de combustibles, lejos de convertirse en un control positivo contra la contaminación climática, terminó desatando la ira de los ciudadanos de la clase media y de bajo poder adquisitivo, donde estos últimos llegan a destinar más del 15% de sus ingresos en combustible para desplazarse. Esto así, a falta de opciones de transporte público y cercanía inter-urbana, que permitieran prescindir de vehículos como en este caso pudieran optar los parisinos.

Un mes exactamente ha transcurrido, desde que el pasado 17 de noviembre estallaran las manifestaciones contra el gobierno, teniendo como distintivo chalecos amarillos, una prenda imprescindible en todos los vehículos, y que identifica claramente a los afectados. Quienes la componen se definieron como un movimiento sin liderazgos visibles, que aglutinaba el descontento contra un gobierno al que entendían como elitista, apático y de poca sintonía con el común de los franceses.

Desde el inicio la protesta evidenció tener una proyección nacional, donde en cuestión de cuatro semanas pasó de 124,000 personas a más de 282.710 según datos del Ministerio de Interior. La determinación de estos manifestantes puso en jaque al país bloqueando calles, aeropuertos, autopistas y almacenes, a lo que se agregarían lamentables actos vandálicos contra vehículos y monumentos que generó miles de apresamientos y millones de euros en pérdidas.

Por si fuera poco, lo que inició como una reacción casi exclusiva contra la subida de los combustibles, devino en una serie de exigencias reivindicativas, a las que no escapó reclamos de la oposición en las personas de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, quienes buscaban capitalizar un rechazo hacia el ejecutivo de un 60%.

Optando inicialmente por resistir a la presión social, Macrón tardó unas tres semanas en responder a las protestas que ya se habían salido de control, lo que llevó a anunciar en su intervención televisada (fue vista por más de 23 millones de franceses) que quedaba sin efecto el aumento de combustibles, además de que los precios del gas natural y la electricidad serán congelados durante los próximos 6 meses. Por si fuera poco, las sorpresivas medidas de corte progresistas del gobierno se extendieron a un aumento del salario mínimo, una exención de impuesto para las horas extras, facilidades para los jubilados, entre otras.

A pesar del éxito inicial de estas conquistas sociales, el hecho de que el gobierno se viera forzado a realizar tales concesiones significa un duro revés económico, dado que estos compromisos supondrán unos $10,000 millones de euros en costos adicionales para el Estado, sobrepasando el tope del déficit cifrado en un 3%. El no encontrar otras fuentes de ingreso que compensen las nuevas pérdidas, pondría al gobierno de Macrón en una situación delicada ante la Unión Europea y por ende, perder brío en su intento de rescatar el antiguo esplendor francés.

Posiblemente el tropiezo de la subida a los combustibles, haga que el joven mandatario procure socializar en lo adelante cualquier reforma. Pero lo que aún está por verse es cómo resulte el equilibrio entre la presión de los chalecos amarillos y la Unión.

últimas Noticias
Noticias Relacionadas