La democracia pasa por estadios, dependiendo del desarrollo de las fuerzas productivas. Es un ejercicio que se desprende de la participación que, sin embargo, está condicionada a un modelo socioeconómico, o la forma en que se dan las relaciones de producción. En la Grecia de los atenienses Solón, Clístenes, Efialtes, Pericles y Euclides, se ejerció; solo que la ciudadanía se limitaba a actores que definían las reglas de juego de aquella sociedad marcada por la violación de derechos tan fundamentales como la libertad, diluida en prácticas esclavistas que marcaban las normas productivas y por ende dibujaban el cariz de una comunidad que asumía con normalidad disposiciones legales que en la sociedad global actual son inconcebibles.
El experimento democrático en un sistema de producción esclavista, fue un paso de avance en la antigua Grecia, en la que esclavos, mujeres y ciudadanos no atenienses no podían ejercer el derecho a elegir ni ser electos, pero que una franja minoritaria, al margen de la oligarquía tradicional podía seleccionar a los administradores de los poderes del Estado. El feudalismo careció, quizás por su naturaleza monárquica hereditaria, de mecanismos de “participación popular” en el que los ciudadanos, o algunos individuos con esa categoría, pudieran designar funcionarios públicos.
La mayor democracia occidental, la representativa, erigida sobre un modelo capitalista, no pudo prescindir de la esclavitud hasta mucho después de ser abolida oficialmente, en 1863, durante la Guerra de Secesión liderada por Abraham Lincoln a pesar de que la Constitución de su país se redactó en1776 bajo el compromiso de “…promover el bienestar general y asegurar para nosotros y nuestra prosperidad los beneficios de la libertad…” Estaba claro casi un siglo antes que “…todos los hombres son creados iguales…”, un argumento útil que el líder del norte asumió como acción política para sumar a su bando a los negros esclavos del sur.
Los llamados “padres fundadores” de la nación que aún es modelo de participación democrática, “líder y promotor de la libertad en todo el mundo” eran esclavistas que no solo asumieron un compromiso con la libertad a través de la Constitución, sino que fueron capaces de hacer declaraciones individuales de condena a la esclavitud. Thomas Jefferson habría escrito, por ejemplo, en Notes on The State of Virginia que “la posesión de esclavos era el despotismo más duradero…un escándalo destinado a despertar la ira divina… Me echo a temblar por mi país cuando pienso que Dios es justo, que su justicia no puede seguir dormida para siempre”.
Hoy, la democracia, que ha evolucionado de acuerdo al desarrollo de las fuerzas productivas, ha incorporado al voto a toda la población, porque la ciudadanía es una conquista occidental que, en su formalidad, se ha convertido en el ente decisorio, a través de los representantes que elije, para definir el presente y futuro de una nación. Pero esa es la formalidad, pues los que deciden no necesitan tener representación popular y los que deberían ser representantes de los que les escogieron, terminan no siéndolo.
Las llamadas democracias populares, a nombre de un proletariado que fue perdiendo la representación “alcanzada” a través de revoluciones violentas, e incluso incruentas, formaron oligarquías que tomaron decisiones por él. Y así, en todos los casos, abiertas minorías o minorías escondidas y legitimadas en las urnas han instaurado dictaduras democráticas, sin representación popular auténtica.