Opinión

Hace unas semanas me visitó un apreciado amigo a mi oficina solicitando orientaciones sobre marketing político porque, según él, había llegado el momento de lanzarse a conquistar una curul en la Cámara de Diputados de la República Dominicana por su Circunscripción en el Gran Santo Domingo. Como siempre, lo primero que le pregunto a mis compañeros o clientes es sobre las informaciones con las que cuenta que determinan su posicionamiento en el electorado de la demarcación por la que aspiran, el cuadro de aspirantes de su organización y los competidores; y, sobre todo, qué investigación ha hecho o tiene a manos para saber a ciencia cierta el curso de su proyecto.

“En mi municipio se hizo una encuesta la semana pasada donde aparezco en segundo lugar, casi empate con el primero, en una lista de 10 aspirantes a diputados”, me dijo el amigo y ante tal afirmación le pregunté quién hizo esa investigación y me respondió que en un grupo de Whatsapp. Lo sentí colmado de tanta emoción y optimismo que no encontraba las palabras que evitaran desilusionarlo de golpe, explicándole que eso no es una investigación con los rigores científicos suficientes para saber exactamente cuál es el cuadro real de competencia política sobre la que se pueda diseñar un plan estratégico que, de seguro, requiere de un presupuesto bastante alto en nuestro país.

Como a este amigo, he tenido que explicar muchas veces en las redes sociales que estos instrumentos de comunicación tienen un gran poder e influencia en la población pero aún no se pueden tomar como sustitutos de una verdadera investigación social, que se diseña, se realiza y se analiza con herramientas científicas, estadísticas y sicodemográficas probadas por cientos de años en esta era moderna. Y en el caso de Whatsapp es más complejo el tema porque es una aplicación de mensajería cuyo uso le ha colocado como red social, con limitaciones de usuarios como contactos telefónicos y en grupos cerrados, lo que limita la capacidad de conseguir la cobertura correcta para lograr un muestreo aleatorio simple o sistemático.

De ese mismo modo estamos ante una fiebre de sondeos –que no son reales encuestas– en Facebook, Twitter, periódicos digitales y blogs, donde presenciamos improvisadas listas de aspirantes que a veces sobrepasan los 20 nombres. Estos ensayos, promovidos por las mismas redes y medios para ampliar sus seguidores, se cruzan entre ellas y otros medios de comunicación digitales.

La guerra tecnológica se desarrolla con el nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia y muerte de las redes sociales –parecido al ciclo del producto en marketing comercial– desde que Randy Conrad creó Classmates.com en 1995, casi una década antes del lanzamiento de la líder Facebook, la cual cerró en el año 2018 con 2 mil 130 millones de seguidores, lo que significa un 28% de la población mundial, equivalente a que 1 de cada 4 seres humanos se conecta cada mes a esta red en el planeta. En investigaciones recientes hechas en la República Dominicana hemos encontrado que aquí también es la reina de las redes con más de un 40%, siguiéndole Whatsapp, Instagram y Twitter, las cuales tienen influencias en distintos segmentos poblacionales.

Con el auge de estos medios, que llegan a expandir las opciones de la mezcla promocional, causando significativa pérdida a los tradicionales, tenemos un escenario dinámico y creciente que requiere de profundos conocimientos y dominio de informaciones para el diseño de estrategias acertadas en el marketing, lo que demanda una constante actualización de sus usuarios, empresarios, políticos y todos los actores sociales.

Pero, como todos los procesos en los avances tecnológicos de la humanidad, unos se colocan a la vanguardia, otros se adaptan y muchos quedan rezagados; y en esta dinámica vemos que algunos aspirantes políticos se van a los extremos y entienden que ya no necesitan más nada que estas herramientas mediáticas para ganar unas elecciones, y llegan al colmo de obviar o limitar los métodos tradicionales del contacto directo con la gente: dar la cara y escuchar a las personas con sus problemas y éxitos. Eso es un gran error. Las redes transforman la forma comunicación pero las aspiraciones y deseos de los votantes siguen siendo los mismos; sus necesidades y carencias son las mismas…

Contrario al ejemplo de mi amigo que quiere ser diputado por “la oreja” que le dieron de un sondeo de Whatsapp, días después de este encuentro me tocó almorzar con otro compañero de Santo Domingo Este que aspira a lo mismo, y desde hace casi un año se levanta todos los días a las 5 de la mañana para comenzar a visitar a los pobladores de su Circunscripción a partir de las 6, antes de llegar a su trabajo y los domingos triplica estas visitas. En una medición que hicimos encontramos que este aspirante sí realmente se posiciona como un potencial ganador a diputado; y sin dejar de usar las redes sociales, las aplicaciones de mensajerías y los encuentros con las organizaciones sociales, como un buen ejemplo del uso de los medios modernos combinados con los tradicionales.

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