Estamos viviendo sobre un conflicto producido por personas que perciben al Estado con una visión de utilidad, un contrato social de por sí para ellos revocable, que se mantendría vigente como tal, solo mientras les sirva a sus voluntades. Pero el Estado moderno se ha impuesto sobre los hombres al punto de que ha ido perdiendo sus vinculaciones particulares, convirtiéndose con el tiempo en un sistema de funciones determinantes, debido a que por más que desee, el hombre durante su vida útil, retrocede y el aparato administrativo va ganando terreno cada día, perfeccionando sus actividades y acciones de gestión dinámica, fortaleciéndose a sí mismo a través de las normas. En consecuencia, el Estado es permanente y los gobiernos son pasajeros. Esa es una verdad que debe ser consumida, asimilada y aceptada por la clase dominante, la que de por sí, es la que mayor beneficio sacaría a un Estado formado por instituciones fuertes, dinámicas y transparentes.
Por más que quieran las facciones política, la técnica aplicada por el aparato estatal es cada vez más efectiva, refinada y coherente. La calidad del Estado se ha venido construyendo a golpes de inventarios, de auditorías y de comprensión a niveles diversos en lo público y en lo privado. Pero, donde ha alcanzado mayor institucionalidad, es cuando ha logrado trabajar mejoras en los niveles formativos de los ciudadanos, colocando al mundo estatal en una situación más organizada y administrada en niveles descentralizados. Todas esas realidades han sido posible a través del tiempo y el Estado ha conseguido fortalecerse en cuanto al objeto de entender y controlar al hombre, inclusive a quienes gobiernan, como un factor de intereses múltiples, iniciando por el ejecutivo y terminando en el menos poderoso de sus ministerios.
Lo que ha estado sucediendo es parte del proceso de fortalecimiento socio-público, el que se requiere como necesario para el crecimiento colectivo, pero que a la vez forma parte de fenómenos que tienen causas históricas que pueden explicar cada acontecimiento desde la óptica de las ciencias políticas, sociológicas, filosóficas, económicas y sociales.
El espacio de tiempo que estamos viviendo, con el individualismo como fenómeno humano en crecimiento, necesita ser reflexionado desde una óptica histórica, con el objeto de tomar experiencias para tratar de trabajar el entramado social en aras de fortalecer la democracia en la vida real. Frente a la realidad que vivimos en la particularidad dominicana, en donde existe una facción partidaria que evidencia su voluntad de dominio, no queda sino hablar de posiciones fuertes e irrevocables. ¿Qué podemos hacer frente a esa visión tan negativa? Nos encontramos en una verdadera decadencia de lo pertinente, dando paso a la imprudencia que daña todo proceso lógico de bienestar común.
El manejo del poder es el mayor problema que tenemos los seres humanos, siendo así, entonces es el poder el problema central de la presente época. Se hace indispensable que la clase dominante de la nación dominicana tome conciencia y juegue el papel que le corresponde jugar frente a las incoherencias del presente gobierno y de los que vendrán en el futuro inmediato. La política no es independiente de aquellos que poseen el capital, como mercancía dominante de todo quehacer humano. Es en ese punto en donde debemos detenernos para abrir campo al análisis que traiga toma de decisiones claves sobre cómo llegar a la creación de normas capaces de regular el ejercicio del poder. El poder gubernamental es por cultura, un agente dominador de voluntades al punto de que se coloca sobre el bien y el mal.
Es importante alcanzar niveles de conciencia social, compromiso y sacrificio para trabajar el control del poder, a través de las propias leyes del mercado rearmadas de una fortaleza ética del poder ejercido desde el gobierno, como administrador del Estado. El gobernante de turno en cada periodo, debe recuperar su relación de subordinación a la ética. En ese orden, la mentira debe ser erradicada bajo controles estrictos, transparentes e incorruptibles. Es una necesidad recuperar la consciencia, volver a los brazos del compromiso y la responsabilidad social, ante el poder que se coloca de espalda al bien común.
Sabemos que la existencia del conflicto en el mundo de la política tiene la capacidad de sorprendernos cada día, sin agotar su arsenal de actitudes y acciones. Es un conflicto global que mueve a las interrogantes: ¿Por qué cuesta tanto ponerse de acuerdo a tanta gente con éxito incuestionable y que ya ha colocado su nombre en la historia de sus naciones y muchas veces, en la propia historia universal? ¿Por qué el conflicto se vuelve perenne en la acción política?
La vida social con sus obligaciones es analizada por Thomas Hobbes, a quien le tocó vivir desde el último decenio del Siglo XVI y todo el trayecto de casi ocho décadas del Siglo XVII, pero en forma sorprendente, sus escritos filosóficos sobre la política, han estado vigentes hasta hoy en que vivimos la última parte del segundo decenio del Siglo XXI. Es sorprendente el dominio que este hombre tenía sobre las variables de la vida social y por lo tanto, de la vida política.
Para Hobbes, la vida política con sus obligaciones es aceptada, porque es algo así, como un contrato comercial mediante el cual las personas obtienen un beneficio mutuo. Pero pese a que es un buen acuerdo, ¿Por qué en el contexto social surge irremediablemente el conflicto?