Cuando en el año 1779 Edward Ludden, mejor conocido como Ned Ludd, un artesano británico de calcetines rompió “accidentalmente” (se dice que fue adrede) varios bastidores de telas, dio inicio a un movimiento conocido como el ludismo.
Bajo los seudónimos de capitán Ludd, rey Ludd, señorita Ludd y otros, los trabajadores ingleses y de otros países europeos solicitaban mejores condiciones de trabajo bajo la amenaza de destruir las nuevas maquinarias y equipos que se comenzaban a utilizar en la actividad manufacturera.
El ludismo se manifiesta en la actualidad como una oposición a las nuevas tecnologías: computadoras, inteligencia artificial, robótica, etc., así como algunas de las nuevas formas de proveer servicios.
Si bien es verdad que estos progresos generan beneficios a la gran mayoría de la humanidad, a una parte de la población le origina pérdidas, muchas veces irrecuperables, y estas se resisten a lo nuevo.
De igual forma las nuevas tecnologías originan la desaparición de productos y servicios que antes se veían imprescindibles.
Polaroid, una empresa que se remonta a la década del 30 y que fabricaba cámaras instantáneas y materiales para estas, los dejó de producir debido a la era digital. En la actualidad casi nadie usa casetes para grabar y oír música, ni VHS para películas, sus usos fueron declinando y se pasó a CD, DVD o Blu-Ray, los cuales también se están dejando de utilizar.
Las máquinas de escribir son piezas de museos, y en la actualidad han sido sustituidas por las computadoras, laptop, tabletas o teléfonos inteligentes.
Casi nadie tiene teléfono de disco, y dado el incremento en la velocidad de transmisión de datos el fax casi no se utiliza.
Hay muchas tecnologías y servicios que, aunque no han desaparecido, le falta poco tiempo de vida: La telefonía fija está siendo sustituida por los móviles, los mensajes cortos (SMS) están siendo sustituidos por redes como wasap, telegram y otras, y las páginas amarillas están siendo sustituidas por los buscadores o por el directorio adicional de las telefónicas.
La desaparición de artefactos y servicios, su sustitución, y las nuevas formas de proveerlos, es lo que genera desilusión, enconos y protestas en algunas personas y sectores. Ese es el caso de los hoteleros y taxistas: los hoteleros se enfrentan a una nueva forma de competencia, los servicios de hospitalidad en línea como Airbnb y HomeAway, las cuales, sin muchas regulaciones, y poca carga impositiva, comienzan a erosionar el mercado de la industria hotelera.
Otro caso es el de los taxistas, en casi todo el mundo el grito de los proveedores de servicios de transporte urbano se escucha fuerte: Londres, San Francisco, Río de Janeiro, Madrid, Argentina, Guatemala y Barcelona, entre otras ciudades, han sido escenarios de grandes protestas en contra de los vehículos de transporte con conductores (VTC), operados por empresas como Uber o Cabify.
Como los luditas de finales del siglo XVIII y del XIX, los choferes han hecho fuertes reclamos acompañados por huelgas y algunas veces agresiones para exigir que se regule (tal vez impedir) los VTC. La explicación es simple, el incremento de la oferta de servicios de transporte ha disminuido sus ingresos diarios, lo que implica que el valor del mercado de su licencia (medallón) haya caído.
En New York, en el 2014, una licencia de taxi se vendió en 1.3 millones de dólares, en la actualidad, esa misma licencia cuesta menos de medio millón de dólares.
El progreso tiene grandes ventajas para la humanidad, pero mientras se avanzan, habrá sectores, algunas veces poderosos, que saldrán perjudicados, se resistirán. Habrá retrasos, pero como el agua, los avances siempre tendrán la forma de salir e impactarnos a todos.