En este mes de febrero pasado se presentaron dos discursos de rendición de cuentas que vale la pena considerar: El del presidente estadounidense, Donald Trump y el de la República Dominicana, Danilo Medina.
El discurso del presidente Trump fue el 5 de febrero y es el que se llama Discurso del Estado de la Unión. Se realiza a pedido de los presidentes de la Cámara de Representantes y del Senado (que es el Vicepresidente de los Estados Unidos), los cuales se sientan detrás del Presidente. Aunque se ha convertido en una tradición, los presidentes norteamericanos no están obligados a pronunciar este discurso, es más, en el año 1981 el presidente Jimmy Carter no lo presentó y lo mandó al congreso por escrito y por mensajería.
En la República Dominicana la Constitución establece la obligatoriedad del Presidente de rendir cuentas del año recién transcurrido (no dice que a través de un discurso), y de depositar ante el Congreso Nacional las memorias de los ministerios.
El hecho de que ni en EEUU ni en el país exista una obligación constitucional de leer un discurso, y menos aún, la forma y el contenido de este, hace que cada Presidente establezca lo que debe decir y lo que no debe decir, muchas veces a contrapelo de las expectativas de una parte de la población.
En el caso dominicano, casi todos los presidentes hacen discursos de rendición de cuentas, la mayoría de ellos muy largos. El discurso del presidente Medina del 27 de febrero, por ejemplo, duró dos horas y media, mientras que el discurso del presidente de los Estados Unidos duró solo una hora y veinte cinco minutos.
Ahora bien, al margen de lo que digan los presidentes, siempre habrá personas que dirán que no se refirió a esto o a lo otro, o que las informaciones que proveyó no se corresponden con la verdad. Hay casi siempre dos formas de valorarlos, desde los que ven el vaso medio vacío y vaciándose, y los que lo ven medio lleno y llenándose.