Distintas maneras de participar
Existen actores sociales que tienen distan maneras de ejercer su derecho a relacionarse con el Estado. Existen unos que piensan problemas y proponen soluciones, queriendo ser parte participando en las toma de decisiones, éstos son los que están dispuestos a participar en forma objetiva. Existen personas, grupos e instituciones de diferentes tipos, que no piensan en problemas, pero se colocan en la posición de oponerse o apoyar alguna de las políticas públicas que se desarrolla. Buscan cumplir un papel social que puede ser denominado como marginal en las decisiones que toma el gobierno, reduciendo de esa manera su nivel de participación. Estos casi siempre están ligados a organizaciones que son radicales, muy simples, pero convenientes y prósperas. Casi siempre optan por opciones estigmatizadas y extremas, pero que a pesar de que no valoran matices, tienen simpatías en algunos ciudadanos.
Está demostrado en la práctica, que para tener posibilidad de influir en forma significativa, debemos estar y participar en donde se toman las decisiones.
El Estado, por su parte, desarrolla distintas formas de interacción con los ciudadanos a través de mecanismos legales e institucionales previamente definidos, los cuales, como ya se dijo, no siempre garantizan mayores ni mejores niveles de participación, ya sea por la asimetría de las relaciones con o entre ciudadanos, las distancias de los mecanismos con respecto a las mentalidades de los actores sociales, las dificultades en el acceso a la información en la que se basa la participación, las diferencias de lenguaje, y en general, las dificultades de comunicación. Pareciera ser que muchas veces lo más importante para desatar procesos de participación constructivos fuera la voluntad práctica del Estado y los actores sociales, para establecer mayores y más calificados niveles de comunicación y reducir las asimetrías para la toma de decisiones.
El binomio descentralización y Participación
La relación entre ciudadano y Estado, la deberíamos reflexionar en el contexto de la descentralización, tanto en lo político como en lo administrativo y orientarla hacia la promoción de la mejora de los niveles de eficiencia y eficacia en los procesos de gestión que se desarrollen, sin importar niveles jerárquicos. Sería una respuesta legitimadora de las acciones, a la vez oportuna ante el conflicto social, en las circunscripciones, provincias, municipios y distritos o en cualquier denominación territorial de los que denominan nuestra cartografía, iniciando por aquellas de mayor cercanía a los ciudadanos.
Urge analizar cómo repensar las políticas públicas y cómo crear mecanismos que propicien una cultura descentralizada, que afecten directamente las formas de relacionarse en la interacción social con el Estado. Podríamos plantearnos desarrollar acciones para forzar al Estado a descentralizar, con el objeto de mejorar los resultados de la gestión pública de las escuelas. Ante esta propuesta se encuentra la desconfianza del Estado hacia la institución escolar en sentido general y la realidad para que verdaderamente funcione la descentralización, es necesario que se consolide real y efectivamente la escuela como institución con capacidades de autonomía para manejar los elementos, reglas y principios de la administración con éxito.
Para muchos de los actores del sistema, no es un secreto la falta de criterios conceptuales y técnicos para orientar los procesos de gestión y de participación de las escuelas por parte de sus equipos de gestión. Los comunitarios, empezando por los padres, pueden ser claves para el buen desempeño de la gestión escolar. Su papel de vigías sociales es fundamental en la legitimación de las acciones de gobierno.
Vale la pena entender los procesos de participación como fenómenos que se ensanchan o retraen, se estancan o crecen, de acuerdo con las mentalidades de los actores involucrados y los cuales no necesariamente son positivos por sí y en sí mismos. En el contexto de todo lo dicho hasta el momento, resulta vital preguntarnos por aquellos factores que condicionan la calidad de la participación. En principio podríamos pensar que a mayor cantidad de niveles de relación, mejor calidad. Sin embargo, ello no es necesariamente así, ya que la calidad está asociada principalmente a la mentalidad de quienes intervienen en la interacción, a su capacidad para pensar problemas y formular alternativas y a su disposición cultural para el diálogo.
Una participación de calidad requiere de la autonomía de los actores, es decir, de la existencia de niveles de pensamiento propio en cada uno de ellos, de forma tal que sea posible pensar conjuntamente problemas para construir bienes públicos de manera compartida. La ausencia de pensamiento propio lleva a los actores que la padecen a la adhesión o al rechazo hacia el pensamiento estatal o hacia el de otros actores que intervienen en los procesos de participación. En ese orden debemos cuestionarnos: ¿La participación adquiere sentido siempre y cuando sea para trabajar procesos en aras de consolidar a los actores y objetivar propuestas en condiciones de aportar a la construcción y consolidación de bienes sociales?