Opinión

En la medida en que la economía del país receptor de un emigrante ofrezca mejores condiciones laborales y de captación de ingresos, mayores serán las posibilidades de disponer de mejores facilidades para el envío de recursos financieros mediante transferencias financieras al país de origen del emisor de remesas.

Investigaciones recientes sobre los flujos de remesas a nivel global revelan que las remesas responden más a los cambios en las condiciones macroeconómicas del país anfitrión, que a variaciones en las condiciones macroeconómicas del país de origen.

Al evaluar el comportamiento del envío de las remesas entre ciudadanos centroamericanos y caribeños establecidos, por ejemplo, en Estados Unidos se ha podido verificar que mientras más oportunidades económicas tengan esos ciudadanos en la tierra del billete verde mejor posibilidad financiera dispondrán para hacer llegar dinero a sus familiares.

El origen etimológico de la palabra remesa lo podemos encontrar en la expresión latina remissa, la cual hace referencia el envío de “algo desde un lugar hacia otro diferente”.

Aplicado a la esfera financiera debemos concebir una remesa como un mecanismos de transferencia para la remisión de dinero de un país a otro sin que opere de por medio un intercambio de bienes y servicios, sino que debe concebirse como una vía de apoyo familiar.

Así, las remesas son transferencias de dinero que los emigrantes envían a su país de origen. La principal característica que las distingue es que no son a cambio de un bien o servicio, sino como ayuda familiar.

En término económico el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha acuñado una definición de remesas que ha ganado aceptación en los círculos financieros globales y que se asocia a los ingresos de los trabajadores y al envío mediante transferencia de parte de sus ingresos cada cierto tiempo (mensual, quincenal y, en mejor proporción, semanal) a un destino vinculado a la familia.

También se conocen las denominadas remesas sociales vinculadas al reforzamiento financiero de los hogares y las familias de los remitentes de las mismas, reconocimiento que éstas no representan la principal fuente de ingreso del hogar. Hay quienes conciben a las remesas como “ganancias que los emigrantes envían a su país de origen, normalmente a sus familiares”.

La economía del envío de remesas desde los países desarrollados a los emergentes (que son los más avanzados de entre las economías subdesarrolladas) y los de ingresos bajos y medios superó durante el 2018 los 529 mil millones de dólares y si a esa suma agregamos también el dinero enviado hacia los países ricos observaremos una cantidad de dinero por encima de los 689 mil millones de dólares.

Pero es obvio que en la medida en que las remesas tengan como destino el fortalecimiento de actividades productivas e inclusión en los procesos de bancarización (involucrando a sus receptores en procesos de operaciones financieras), relegando a un segundo plano la esfera del consumo puro y simple, estaríamos asistiendo a una redefinición del destino económico de esos importantes recursos financieros.

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