Opinión

La globalización se naturaliza y forma parte del discurso cotidiano, sobre el diario vivir. La realidad es más confusa de lo que se confiesa, el paradigma de la complejidad invade los intentos de explicación del cambio cuando algunos hechos no previstos emergen para cuestionar la sociedad, de certidumbres que se utilizan en el devenir de la vida y los universos construidos por la modernidad. El futuro es imprevisible, sobre todo en las cuestiones socioeconómicas, y esto lo saben los pensadores de la modernidad, la pretensión de predecir el futuro no es posible.

La economía dominicana, el caso que nos ocupa, ha tenido una historia muy accidentada, en todo este proceso de globalización y modernidad. Las convulsiones sociales y políticas registradas en todo este proceso de cambios universales y regionales, no han permitido ver la luz después del túnel. El tiempo apremia y la sociedad exige cambios, transformación de su aparato productivo, crecimiento económico y que éste se transfiera en bienestar y calidad de vida de sus habitantes. Los experimentos en la economía y las estrategias deben cambiar, el mundo ha cambiado de manera definitiva y el tren de la modernidad nos puede dejar en el pasado.

Adherirse a los principios de democracia, libertad de opinión, independencia judicial y las reglas del juego, son elementos fundamentales que sirven de base a un desarrollo sostenible en este proceso, en un ambiente socioeconómico de estabilidad financiera, como el que ha tenido la economía dominicana en los últimos años. No se puede tener al mismo tiempo globalización, democracia y soberanía (D. Rodrik, 2018), sin el correspondiente cuestionamiento, de lo que se infiere debe ponerse atención a aquellas variables que permiten que elementos perturbadores llenen de incertidumbre e inseguridad a todas las estructuras de la sociedad.

Los cambios se cruzan con las múltiples consecuencias que promueven, y las contingencias dan como resultado el tipo de sociedad que nos toca vivir en este proceso de globalización y modernismo. Los grupos dominantes deben mirarse al espejo y hacer los ajustes necesarios para que el impacto de sus decisiones no se vean enfrentadas al juicio de la historia, de la globalización y la modernidad.

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