Hablan los hechos

Regularmente, los primeros meses de todo gobernante tienden a convertirse en un auténtico torbellino reformador, donde los primeros 100 días resultan esenciales para la puesta en marcha de la mayor parte de las propuestas de campaña, haciendo uso de un efímero período de gracia, llamado “luna de miel”.

Ha sido un hecho irrefutable que para el 1ro. de enero Bolsonaro recibió un Brasil con serios problemas económicos, sociales y políticos, que dificultaban en más de un sentido el ambiente de gobernabilidad para el nuevo mandatario. Fiel a sus creencias, prometió en esa ocasión dar un radical viraje ideológico y pragmático a lo interno de la nación, que no solo auguraba romper con años de políticas progresistas, sino que terminaría impactando hasta la política exterior.

Si a lo anterior le sumamos las conclusiones compartidas por la historiadora estadounidense, Joan Scott, de que: “En tiempos de crisis y agitación en una sociedad, la gente recurre a figuras de poder y con una masculinidad extraordinaria en busca de la salvación”, sería fácil concluir que Jair Bolsonaro, que el polémico y ultraconservador presidente brasileño tenía todas las condiciones a favor para un inicio de ensueño. Sin embargo, a siete meses de su inicio parecería que las circunstancias no han obrado del todo a su favor.

En efecto, con una popularidad en franca deriva, el actual ejecutivo brasileño ha sido un claro referente de que el populismo suele encontrar limitantes a la hora de llevar sus discursos a la acción y aterrizar en la realidad.

Antes de ver el plano local analicemos la política exterior, donde no ha sido sorpresa el acercamiento entre el mandatario brasileño y su homólogo estadounidense, Donald Trump, alineación que ha incluido al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Respecto a esta última alianza Bolsonaro enfrentó fuertes presiones en marzo, cuando en ánimos de trasladar la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, recibió el rechazo generalizado de naciones árabes e Irán, poniendo en peligro las exportaciones agrarias a esta región.

En cuanto a la región, ha sido evidente el giro que han tomado las relaciones, al anunciar el cierre de unas cinco embajadas, así como dar una estocada mortal al UNASUR. Sucede que después de haber asumido la presidencia temporal de este foro, el ejecutivo brasileño anunció en abril su salida, motivando en cambio la creación de PROSUR, un foro alterno que incluiría a Argentina, Chile, Colombia, Perú, Ecuador y Paraguay.

Lo propio ha sido en la relación con Venezuela, donde el distanciamiento iniciado en la presidencia de Michel Temer se ha profundizado luego que Bolsonaro reconociera a Juan Guaidó como el “presidente legítimo”. La historia ha sido algo distinta con MERCOSUR, que pese al recelo inicial del mandatario, ha contribuido a relanzar su Imagen logrando un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, en una clara victoria para los miembros de este foro regional.

En el ámbito económico Brasil ha seguido alejándose de aquellos años de pujanza, donde figuró a la par con China, Rusia, India y Sudáfrica, dentro del grupo BRICS. Ciertamente, con una economía que no logra despegar después de años de recesión, la confianza inicial del sector empresarial y de los inversores depositadas en Bolsonaro, ha comenzado a diluirse al tiempo que las expectativas de crecimiento para este 2019 se redujeron a menos de la mitad.

Como medida paliativa, el ejecutivo impulsó una polémica reforma al sistema de pensiones, que con el apoyo del Parlamento brasileño aprobó un aumento a la edad de jubilación, estableciendo un mínimo de 65 años para los hombres y 62 para las mujeres. A pesar de que según las autoridades, esta reforma significará un ahorro de 200,000 millones de dólares en los siguientes 10 años, sus anunciadas bondades no han logrado menguar el fuerte descontento social que acompaña a tan impopular medida.

Lo resumido previamente ha sido complementado por notables escándalos al mejor estilo Bolsonaro. Comenzando por el tema educativo, un polémico proyecto doctrinario impulsado por el entonces ministro de esta cartera, que buscaba entre otras cosas cambiar los textos escolares, desconocer la tolerancia a la diversidad racial, y obligar a las escuelas a filmar los actos del himno nacional, provocaron la renuncia de decenas de altos funcionarios educativos. De hecho, las medidas propuestas para el sistema educativo, además de cambiar la forma en que se aborda el tema de la memoria de la dictadura entre los escolares, proponiendo que se recordara como un “régimen democrático de fuerza”, llevaron al presidente a firmar su destitución.

Lo irónico, sin embargo, es que la postura del exministro respondía a una clara línea gubernamental, que se hizo patente cuando el presidente propuso a las Naciones Unidas vía telegrama que no existió tal “dictadura”, y motivó conmemorar en los cuarteles el aniversario del golpe de Estado de marzo del 1964.

Por si fuera poco, en uno de sus pronunciamientos vía la red social Facebook, el mandatario parece haber justificado el trabajo infantil, cuando en una transmisión en vivo reseñó que “El trabajo dignifica al hombre y a la mujer a cualquier edad”, agregando que “Cuando un niño de nueve o 10 años va a trabajar en algún lugar lleno de gente, se le llama trabajo esclavo, o no sé qué, trabajo infantil. Pero cuando está fumando una pipa de crack, nadie dice nada”.

Otro escándalo significó las filtraciones que comprometieron la imparcialidad del actual ministro de Justicia Sergio Moro, evidenciando que éste en su condición de Juez encargado del caso Lava Jato, intervino de manera consciente en contra del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, noticia que ha desvanecido su hasta hace poco incuestionable prestigio social.

Continuando con la parte judicial, Bolsonaro recibió un duro revés de parte del Tribunal Supremo de Brasil, el cual tipificó como delito la homofobia, en una sentencia que riñe con la postura del mandatario quien dice ser un “orgulloso homófobo”.

Cuando los desaciertos parecían insuperables, los medios internacionales se hicieron eco en junio de la detención de un funcionario brasileño en Sevilla, España, quien siendo parte de la comitiva presidencial que asistiría a la cumbre del G20 en Japón, fue sorprendido con 39 kilos de droga. Sin inmutarse en el proceso, Bolsonaro ha generado opiniones encontradas ante la polémica propuesta de nominar a su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, como futuro embajador en Washington D.C., intención que no obstante requiere del visto bueno del gobierno norteamericano.

Llegado a este punto, no sorprende que sea el mandatario brasileño con la más baja aceptación en el inicio de su periodo desde 1990, según datos de Datafolha, que ponen sobre el tapete la enseñanza de que mientras en las campañas electorales el populismo puede alardear a gritos, una vez instalado en el gobierno la realidad se impone a la pretensión.

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