Opinión

A propósito de la presentación de Esther Du­flo en el marco del evento Cla­ro Tec resulta productivo re­leer alguna de las ideas que esta Premio Nobel de econo­mía y referente de las políti­cas públicas, ha elaborado en torno al combate a la pobreza en países de renta baja y ren­ta media.

En su más reciente libro, ti­tulado “Buena economía pa­ra tiempos difíciles”, escrito junto a su esposo Abhijit Bar­nerjee, reflexiona sobre la in­terrelación entre una buena economía y la solución de los principales problemas socia­les que enfrentan las socieda­des en desarrollo, arrojando luz a un debate que preocupa a muchos que trabajan políti­cas públicas: ¿Qué es más im­portante? ¿La economía o el desarrollo social? ¿Son con­ceptos contrapuestos? ¿Es obligatorio privilegiar uno so­bre el otro?

Nuestro juicio siempre ha sido que lo social se jue­ga en lo económico y vice­versa, es decir, que son dos caras de una misma mone­da. Es lo que viene a confir­mar el más reciente trabajo de la profesora Duflo, junto a Banerjee y Garima Shar­ma, titulado “Efectos a lar­go plazo de los programas enfocados en los más po­bres”, en el cual analizan programas de transferen­cias monetarias condicio­nadas implementados en India.

La investigación arroja que los programas de esta natura­leza, a semejanza de Progre­sando con Solidaridad, tie­nen efectos contundentes en la población en cuanto a im­pacto económico local, con­sumo, mejoría de la nutrición y de las capacidades técnico-profesional de los participan­tes, así como en la genera­ción de ingresos; generando una relación costo-beneficio que es muy productiva para los países que han implemen­tado este tipo de programas. Este argumento junto a mu­chas otras comprobaciones sirven para refutar la opinión que por ignorancia promue­ven algunos sectores, de que este tipo de programas son “parasitarios” y generan poco impacto.

Pero el estudio tiene un se­gundo acápite sumamente importante para el futuro de estos programas. Los investi­gadores han descubierto que la traba que impide que estas familias vulnerables y pobres entren en una dinámica de productividad para salir defi­nitivamente de la pobreza, es su incapacidad para disponer de un ahorro, es decir, que se ven obligados a vivir del día a día; y también las dificultades para absorber los riesgos.

Esto último es sustancial en este momento de pande­mia. La literatura sobre pro­tección social sugiere cons­tantemente que los más pobres, a pesar de mejorar sus ingresos y contar con la red de protección que provee el Estado, siguen constante­mente en un riesgo de volver atrás en sus logros, ante cual­quier situación de gravedad, como una tragedia familiar, un fenómeno natural, una crisis económica o de otra na­turaleza, como sucede en la actualidad.

Por eso es tan importante mantener los programas so­ciales creados por la situación de pandemia en que vivimos. Si no lo hacemos, los efectos a largo plazo documentados por las investigaciones que realizan expertos de la talla de Esther Duflo, se podrían perder, echando a la basu­ra 16 años de trabajo con las familias de escasos recursos, una tarea que ha generado un gran impacto económico y, a la vez, ha sido sustancial para la cohesión social y leve reducción de la desigualdad.

La trampa de la pobreza es una realidad palpable, que sólo se puede enfrentar con políticas bien estructuradas, cuyos efectos son mayores cuando hay continuidad y se piensa en largo plazo. No hay soluciones cortoplacistas ni populistas a la pobreza; hay que escuchar a los expertos y hacerles caso.

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