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Del mismo modo que tenemos por lo menos un amigo o un lugar preferido, los amantes de la lectura nos identificamos por lo menos con un libro. En mi caso de entre el puñado de libros que estimo mis compañeros íntimos en cualquiera circunstancia se destaca «Composición social dominicana». Varias son las razones por las que considero a ese texto un trabajo especial.

La primera es que ese libro me enseña –y hablo en presente porque cada vez que lo leo fortalezco ese conocimiento– a comprender las fuerzas internas que mueven a nuestros políticos, empresarios, militares, religiosos, en fin, a los miembros de nuestra sociedad. Y es que en gran medida las virtudes y los defectos que constituyen eso que podríamos llamar la esencia del dominicano está determinado por la condición social, y, en consecuencia, el medio en que nacemos, crecemos y nos desarrollamos.

Pero hay algo más que me ata a ese libro. Se trata de que como en ningún otro en él Juan Bosch parece que lo escribió con un bisturí en una mano y un microscopio social en la otra. Ese es el libro en que veo más análisis de los hechos y las acciones que se relatan. En «De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial» hay mucho análisis, pero nunca como en «Composición social dominicana». Veamos algunos ejemplos para que se entienda mejor lo que decimos.

Nuestros historiadores nos dicen que en tal año se empezó a elaborar azúcar en nuestra isla, que había tantos ingenios y explican a veces cuáles eran grandes y cuáles pequeños, su ubicación y los nombres de sus dueños. Juan Bosch comparte esas informaciones, pero respecto de la producción de azúcar dice que era un negocio que «requería planeamiento; conocimiento para el uso de la fuerza hidráulica, para la construcción de los molinos; organización para la siembra y el cuidado de la caña, talleres de construcción de carreteras y para la reparación de todo equipo de madera que se usaba en la industria, numerosas y variadas piezas de cobre y de hierro y técnicas para repararlas; requería los servicios de los llamados maestros y oficiales de azúcar, que eran los técnicos de fabricación del dulce; requería administración, organización de transporte y comercial» (p 47).

Ese análisis le sirve para establecer la diferencia entre un esclavo dedicado a la producción de azúcar y otro destinado a trabajar en un hato. Aquel, en la medida de la época, era un hombre especializado, lo que le hacía difícil de reemplazar; ese no era el caso de esclavo dedicado a trabajar en un hato. Incluso, destaca que un esclavo convertido en maestro de azúcar era muy valioso. Esos técnicos eran traídos de las Canarias y veces de Portugal.

Esa inclinación al análisis se pone de manifiesto en el estudio de la población de la isla durante el periodo colonial y después del surgimiento de la colonia francesa en la parte Oeste de la isla. También en el estudio comparativo de lo que se producía en ambas partes y en la nuestra y Cuba. Sin embargo, como muestra de condescendencia con nuestros lectores envitaremos entrar en esos detalles y nos limitaremos a las reflexiones que expone don Juan respecto a la mentalidad de los hateros, en reparo a la tesis de Sánchez Valverde acerca de los beneficios que los hateros recibirían con la domesticación de sus animales. Bosch sostiene que Sánchez Valverde «olvidaba que el hatero tenía una mentalidad precapitalista; que para él (el hatero, dc), incapaz de darse cuenta de lo que significaba la producción capitalista, la idea de que había que invertir capitales y administrar una organización productiva era algo aterrorizante. El hatero concebía que la riqueza se hallaba en la propiedad; cuanto más grande esta, mayor la riqueza. En su mentalidad retrasada, el dinero era un metal precioso, que debía conservarse; era una propiedad más, y debía ser acumulado. El colono capitalista, azucarero o cacaotero de Haití entendía que el dinero, como la tierra, era un medio de producción, y la riqueza consistía en lo que se producía», y concluye: «Como se ve, había una distancia de siglos entre nuestro hatero y el colono oligarca del Oeste». (p 156).

Pero donde se pone de manifiesto de manera especial la mentalidad analítica de Juan Bosch es en sus consideraciones sobre la revolución haitiana, a la que considera la más compleja de las revoluciones conocidas en América en los tiempos modernos. Y explica que esa revolución «fue simultáneamente una guerra social, de esclavos contra amos; una guerra racial, de negros contra blancos; una guerra civil, entre fuerzas de Toussaint y las de Rigaud; una guerra internacional, de franceses y haitianos contra españoles e ingleses, y por fin una guerra de liberación nacional, que culminó en la creación de la primera república negra del mundo». (p 169).

Veamos el análisis que don Juan hace, bisturí en mano, cuando expone un contraste entre el hatero y el productor de tabaco:

La economía del tabaco es tan diferente de la economía del hato como la mañana lo es de la tarde. En rigor, sólo tienen en común que la tierra es en las dos un factor fundamental. Pero en la economía hatera además de la tierra, y tan importante como ella, está el ganado, que requiere grandes extensiones porque el pasto no se cultiva; es natural, y aparece aquí y allá, en cantidades desiguales. En la economía del tabaco la tierra que se usa es de tamaño limitado, su calidad tiene que ser de buena a muy buena y la producción exige cultivo y cuidados. El esclavo o el peón del hato no necesitaban tener conocimientos especiales, sino sólo hábitos de caminar a pie y a caballo por el monte en busca de las reses perdidas; el de saber manejar la soga y si acaso tejerla con la corteza de la majagua; el de localizar una vaca por un mugido o por los ladridos de los perros y la dirección en que se hallaban; el de conocer algunas de las enfermedades de un ternero como las infecciones con gusanos, y la manera de curarlas. En cambio, el sembrador de tabaco tenía que adquirir muchos hábitos y variados conocimientos, desde el manejo y el cuidado de la semilla hasta el del corte, el secamiento y la curación y el del enseronamiento de la hoja, todo lo cual es mucho menos simple de lo que pueden pensar los que no saben de tabaco». (p 194).

De la naturaleza de las actividades de los hateros y las de los productores de tabaco Bosch destaca en el orden social lo limitado de las relaciones de los primeros quienes solo tenían vínculos con los amos y con los esclavos y peones de hatos vecinos; sin embargo, el productor de tabaco tenía contactos con gentes de los centros urbanos, con el que le financiaba la cosecha o con el que le compraba la producción, con el que le vendía artículos de consumo para él y la familia, «que a menudo era el mismo que le compraba el tabaco»; con el que le arrendaba la tierra si no era suya y con el que le alquilaba las bestias para llevar la cosecha a Santiago o La Vega, si no tenía esos animales. Y luego de ese análisis Bosch concluye:

«El ámbito social del productor de tabaco era necesariamente mucho más amplio que el de los esclavos o los peones de los hatos, y aunque ese productor de tabaco fuera un analfabeto, el campo de relaciones más amplio en que se veía situado tenía que influir en sus ideas. En suma, el cosechero de tabaco del Cibao era lo que se llama un pequeño burgués campesino. Su nivel social, por tanto, era más alto que el de los esclavos y peones de los hatos».(p 195).

Al igual que lo hacen nuestros historiadores tradicionales Juan Bosch menciona los ataques que sufrió el país desde el momento en que es proclamada la independencia nacional. A saber, tenemos: los ataques de 1844, con las batallas de Azua y Santiago, en el mes de marzo; los de 1845, que provocaron las batallas de la Estrelleta y Beler, y la acción naval de Puerto Plata; el combate de las Matas de Farfán, en noviembre de 1848; la invasión de Soulouque el año siguiente, que dio origen a las batallas de Azua y Las Carreras y al combate de El Número; la incursión de mayo de 1851, que provocó el combate de Póstrer Río y, finalmente, la segunda invasión de Soulouque en 1855, que motivó las batallas de Santomé, Cambronal y Sabana Larga.

El análisis que Bosch hace del movimiento social motivado por esos enfrentamientos militares lo lleva a reflexionar sobre la movilidad social vertical que originaron. Su conclusión no pudo ser más lúcida:

«La situación de guerra activa combinada con intermedio de lo que ahora llamamos guerra fría exigió que miles de hombres tuvieran que actuar como militares y que por tal causa se dieron grados que iban desde los más bajos hasta los más altos. Esa actividad militar originó, por un lado, el abandono de la producción en muchos renglones agrícolas y por el otro provocó una fuerte movilidad social vertical debido a que muchos hijos del pueblo recibieron rangos que lo situaban en un nivel social más alto que el que habían tenido antes de ser ascendidos». (p 233).

Ese microscopio social que utilizaba don Juan para apreciar en sus mínimos detalles los acontecimientos históricos y los agentes que los originan o los padecían también lo empleó en el estudio de la Guerra de la Restauración. Aquí, bisturí en mano, Bosch expresa:

«La guerra de la Restauración tiene propiamente dos historias: la militar y la política. La historia militar comenzó el 16 de agosto de 1863, al iniciarse la acción en Capotillo Español; la historia política empezó el 14 de septiembre de ese mismo año, al formarse el gobierno provisional de la revolución, que encabezó al general Pepillo Salcedo». (p 261).

Con el propósito de no hacer más extenso este comentario solo presentaremos el siguiente botón de muestra de la capacidad de análisis puesta de manifiesto por Juan Bosch en «Composición social dominicana».

Después de analizar la cantidad de establecimientos comerciales (13,724) que había en el país en 1938 y compararla con la población, que en su opinión no debía de pasar de un millón 700 mil personas, Bosch explica que esa cantidad de comercios se constituía en «un obstáculo para la capitalización, pues los beneficios se distribuían en tantas manos que era difícil acumular muchos en unas pocas. La capitalización a través del canal del comercio era lenta y trabajosa debido a que la pobreza del país no permitía a cada intermediario sumar un beneficio alto al precio de cada producto que vendía*. Por eso Trujillo no entró entonces a competir en el ramo comercial sino que se dedicó a monopolizar algunos renglones de primera necesidad (como la sal, dc); fue eso lo que le permitió capitalizar rápidamente y en cifras cuantiosas».

Leer «Composición social dominicana» y seguir a Juan Bosch en el análisis e interpretación de los datos proporcionados por autores autorizados, verlo penetrar en las malezas en que se constituyen las acciones impulsadas por los sujetos sociales que las propician y los acontecimientos historicos que les impone la realidad social dominicana es una aventura intelectual que motiva que considere este libro un compañero entrañable.

Daniel Cruz
20 de enero de 2021

*Además, en una situación de escasa producción y, en consecuencia, de comercio limitado, se procura la venta mediante la competencia de precios hacia la baja, lo que es totalmente diferente en una economía en que existan los monopolios (dc).

Nota: La edición utilizada para este trabajo es la de la colección «Juan Bosch para todos», editada por la Fundación Juan Bosch, impresora Soto Castillo S. A., año 2013.

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