Opinión

Una de las entrevistas más exquisitas, por su profundo contenido, la concedió a inicios de la segunda década del siglo XX el filósofo y matemático británico Bernard Russell, considerado uno de los pensadores más brillantes en la historia de la humanidad.

Entre otras cuestiones, el entrevistador le preguntó acerca de qué legado sugería para las venideras generaciones del mundo, y su respuesta resultó sencilla: “Dos cosas, una intelectual y otra moral”.

Russell entendía, de un lado, que en la medida en que una persona se convierte en intelectual, asume los hechos como ellos son, sin dejarse arrastrar de sentimientos malsanos; y del otro, se hace sabia a través del amor, alejándose del dio, sentimiento que le atribuía a los tontos.

La pandemia generada por el Covid-19 le ha enseñado a la humanidad que para convivir tiene que tolerarse. No es tiempo de teatralidad ni mochilas de odio. Los habitantes de cualquier parte del mundo pueden envolverse en llamas de un momento a otro, como el caso de Colombia. Bastó con que se anunciara una reforma fiscal, y esa chispa encendió la pradera en ese país.

En el caso de la República Dominicana, observo a personas en el ámbito de la Procuraduría General de la República que no conoce de lo que significa la gobernabilidad para una sociedad y ni de qué es el manejo del poder; un constructo simbólico lenguaje que en la actualidad resulta ser más dialéctico que nunca.

Jamás defendería la corrupción, pero en democracia los juzgamientos hay que hacerlos siguiendo el debido proceso de ley.

Favorezco castigos severos para quienes se pruebe se han apoderado de fondos del erario, contribuyendo al incremento de la pobreza y de la desigualdad social. Antes no se debe olvidar que están investidos de la presunción de inocencia que consagra la Constitución de la República.

A partir de lo que afirma Russell, en la sociedad dominicana hay muchos tontos. Una mirada a redes sociales y a innumerables espacios en medios de comunicación electrónicos permitirá ver a personajes que exteriorizan sus sentimientos de maldad, envidia, odio, rencor y mezquindad contra cualquier persona que no coincida con sus ideas. Nicolás de Maquiavelo, una figura relevante del siglo XVI por su obra “El Príncipe”, afirmó que “el hombre es naturalmente malo, a menos que se le precise a ser bueno”.

A ellos el exquisito poeta dominicano les denominaba de rango menor y medianía.

Afortunadamente no todo está perdido; también tenemos seres humanos que exhiben la virtud procurar siempre el bienestar de sus semejantes, a través de la puesta en práctica de valores como la lealtad, la empatía, la sensibilidad, la solidaridad, la justicia y el amor.

Hay que seguir adelante porque, como lo afirmó Jacinto Benavente, dramaturgo, director, guionista y productor de cine español, Premio Nobel de Literatura, en 1922: “Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia”.

¿Qué pasaría si una persona es acusada y sometida al escarnio público en las redes sociales y en los medios de comunicación de masas, pero luego resulta inocente en los tribunales? Hace tiempo que venimos construyendo una civilización del espectáculo en el país.

Eso no resulta beneficioso, en vista de que nos empuja hacia una sociedad de la ruindad.

Ojalá que aquellos que en la Procuraduría General de la República aman la teatralidad y llevan mochilas de odio no se extralimiten en la “independencia” que se les confirió. Vivimos tiempos difíciles para la gobernabilidad.

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