Opinión

Alegres de reencontrarse y redescubrirse con amigos, con la profesora o maestro, los alumnos dominicanos volvieron a la escuela.

A la verdadera clase, la presencial, porque la otra, a distancia, resultó fastidio, cualquier cosa improvisada, deficiente, aburrida y no escuela.

¡Por fin, de vuelta a la escuela!

La crisis sanitaria había arrebatado a los niños la libertad de conocer y moverse en otros mundos posibles fuera de las limitadas fronteras del hogar y que tanto les ayuda a forjar, contrastar y a ampliar sus pequeñitas verdades.

El odioso Covid-19 impidió a los niños -durante meses de confinamiento, con clases y sin escuela, a ejercitar rigurosamente su capacidad de razonar para crecer saludables e inmunes al disparate, a la sinrazón y al miedo.

¡Volver ha sido un triunfo!

Recuperan los más jóvenes de la patria un espacio -que comparten con maestros y profesores- en el que irán perfilando su carácter, su inteligencia relacional, en el que empiezan a construir y a ser parte de una comunidad de amistad que les será muy útil cuando pasen de la escuela al trabajo o al negocio propio.

Los varones tendrán la ocasión de aprender a respetar, valorar y a compartir con otras hembras más allá de abuelas, mamá, hermanas y primas.

Las hembras, a ir descubriendo que las diferencias riquezas son y no razón de desigualdad; que tanto pueden ellas como ellos.

Todos retoman el aprendizaje de la gratitud inolvidable hacia la maestra o maestro que supo quererles, enseñando y enseñarles con pedagogía del amor y no del castigo.

Volver a la escuela es la oportunidad tan esperada para restablecer la necesaria alimentación escolar y mejorar los conocimientos en las matemáticas, en el lenguaje y de educar en amor a la naturaleza.

Ellos están felices. Sus padres, tanto o mucho más.

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