Opinión

«Hay que educar al hombre para que respete las leyes. Sin leyes no hay sociedad humana.  Las leyes sólo tienen valor si  cada persona las acepta y las respeta y las hace respetar».
Juan Bosch

Ningún líder es tan pequeño que no pueda influir en su entorno, siempre que tenga la determinación de avanzar en sus objetivos. Un claro ejemplo de esto fue Lee Kuan Yew, el líder visionario y fundador de la moderna Singapur. Gobernó desde 1959 hasta 1990, transformando un pequeño Estado-ciudad en una de las economías más prósperas del mundo. Con apenas 5 millones de habitantes, Singapur pasó a ser un referente global gracias a la visión estratégica, el pragmatismo y la férrea voluntad de su líder.

Lee Kuan Yew dejó instrucciones claras para que su casa fuese demolida tras su muerte, con el objetivo de evitar que se convirtiera en un santuario. Quería que su legado inspirara el progreso, no que lo limitara. En una entrevista con Mark Jacobson en 2009, declaró: “Todo lo que puedo hacer es asegurarme de que cuando me vaya, las instituciones sean buenas, sólidas, limpias y eficientes, y que haya un gobierno preparado que sepa lo que tiene que hacer”.

Hoy en día es cada vez más difícil encontrar líderes con un pensamiento profundo y comprometido con su pueblo, que sean capaces de enfrentar los desafíos que los intereses particulares imponen en nuestras sociedades de consumo. La tecnología y las redes sociales, llenas de información breve y superficial, han sustituido el pensamiento reflexivo y filosófico, promoviendo una cultura de satisfacción instantánea.

El auge de los «influencers», muchos de los cuales imponen criterios simplistas y superficiales, está moldeando a la juventud con mensajes vacíos que ofrecen gratificación inmediata, sin esfuerzo ni sacrificio. Esta tendencia ha debilitado las agrupaciones sociales, que ahora se mueven más por intereses personales y la búsqueda de bienes materiales que por principios y valores orientados al bien común.

Esta realidad también se refleja en la política. En nuestras instituciones estatales y congresos abundan funcionarios sin méritos ni formación profesional, pero con bolsillos llenos de dinero se origen incierto. Esta degradación pone en peligro la democracia y el desarrollo integral que nuestras sociedades necesitan.

En el caso del PLD, es fundamental que los miembros comprendan que para tener una organización institucionalizada, unida y fuerte, debemos elegir a quienes nos dirigirán, no por su cercanía o favores, sino por sus méritos, talento y capacidad de impulsar cambios en las políticas públicas para el bien pcolectivo. El Comité Central y el Comité Político deben estar conformados por personas capaces de enfrentar los desafíos del país con visión y determinación.

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