Opinión

Por: Margarita Cedeño | Son muchas las amenazas que se ciernen sobre los países que están en vías de desarrollo. Para todos, el camino hacia la estabilidad económica ha sido largo y tortuoso, pero basta con una crisis económica, un desastre natural o una crisis política para que en poco tiempo se pierdan décadas de trabajo y sacrificio.

Esa amenaza latente obliga a los gobiernos a evaluar constantemente los documentos y análisis de los expertos, que presentan los desafíos económicos y sociales que enfrenta la región. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), por ejemplo, ha advertido sobre la problemática del bajo crecimiento económico, el impacto del cambio climático y las demandas del mercado laboral. Es un tema al que le hemos dado amplio seguimiento en esta columna.
Durante la última década, América Latina ha experimentado un crecimiento económico promedio del 0.9%, significativamente inferior al 2.0% registrado en la llamada «década perdida» de los años 80. Esta dinámica afecta negativamente la creación de empleo, reduce la productividad y limita el desarrollo inclusivo y sostenible.

La dependencia de sectores tradicionales y de baja productividad, como la agricultura y el turismo, que contribuyen a una escasa diversificación productiva, así como la estrecha correlación entre el Producto Interno Bruto (PIB) y la creación de empleo, impactan negativamente en la capacidad de generar nuevos puestos de trabajo.
Otro desafío sistémico es el cambio climático, sobre el que hemos advertido en varias ocasiones. La CEPAL subraya la vulnerabilidad de América Latina ante los efectos climáticos, debido a su dependencia de sectores altamente expuestos como la agricultura y el turismo. Estos sectores, claves para muchas economías, enfrentan riesgos severos debido al aumento de las temperaturas, la escasez de agua y eventos climáticos extremos, lo que provoca pérdidas significativas en la productividad laboral y afecta el empleo.

El organismo advierte que si no se toman medidas de mitigación y adaptación, el cambio climático podría reducir el crecimiento económico de la región en más de un 5% hacia 2050, en consonancia con lo que indican modelos globales que proyectan pérdidas de productividad laboral como consecuencia de las altas temperaturas, lo que, a su vez, aumentará las tasas de pobreza y desigualdad.

Por otro lado, el mercado laboral en América Latina está marcado por altos niveles de informalidad y una baja capacidad para generar empleo formal y de calidad. De acuerdo con el informe, en el período 2013-2022, el empleo informal creció un 18.6%, mientras que el empleo formal solo aumentó un 3.3%. Esta tendencia refleja la incapacidad de las economías de la región para crear suficientes empleos formales que contribuyan a la estabilidad social y económica.

La trampa de bajo crecimiento que afecta a muchos países de América Latina está íntimamente ligada a la dependencia de sectores poco productivos, a la falta de diversificación económica y al impacto cada vez más severo del cambio climático, sumado a un panorama laboral caracterizado por altos niveles de informalidad y la creación limitada de empleos de calidad, lo que agrava esta situación.

Para romper con este ciclo, es fundamental que los países adopten políticas integrales que promuevan el crecimiento inclusivo y sostenible, impulsando la inversión en sectores más resilientes al cambio climático y fortaleciendo las capacidades productivas de la región. Solo de esta manera se podrá avanzar hacia una recuperación económica que sea verdaderamente equitativa y sostenible.

Los desafíos económicos y climáticos en América Latina requieren una respuesta conjunta y coordinada, donde el desarrollo económico esté alineado con la sostenibilidad ambiental y la justicia social. Esa sería una verdadera reforma.

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