Opinión

Ejércitos en Decadencia y Partidos Políticos en Decadencia

Durante los últimos 35 años, el mundo occidental ha vivido un proceso silencioso pero profundo: la creación de generaciones formadas en el bienestar fácil, el hedonismo y la emotividad frágil. Esta revolución cultural —disfrazada de progreso— ha debilitado la capacidad de gestionar crisis y ha erosionado la fortaleza moral que históricamente permitía enfrentar sacrificios y amenazas.

Estados Unidos es el ejemplo más visible. La cultura del esfuerzo que forjó a la nación desde la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra Fría ha sido sustituida por un clima de comodidad permanente. La corrección política, la ideología identitaria y el llamado “wokismo” han permeado instituciones civiles y militares. El Partido Demócrata impulsó, durante años, políticas que desviaron la atención del Pentágono hacia debates sociales y simbólicos, desplazando la preparación estratégica que un país con responsabilidades globales no puede descuidar.

El resultado está a la vista:

Estados Unidos hoy no está en capacidad de ganar una guerra convencional contra una potencia mayor.

Sus propias comisiones bipartidistas del Congreso lo han advertido.

Xi Jinping ve el mismo problema, pero desde el lado opuesto.

Mientras tanto, China enfrenta otra deformación: el materialismo corrosivo, la compra de ascensos, la corrupción dentro de sus fuerzas armadas y la infiltración política e ideológica en la élite militar. El propio Xi Jinping lo considera una amenaza existencial.

El politólogo Joseph Torigian en The New York Times lo explica así:

“En la mente de Xi, el materialismo y la corrupción hacen vulnerables a los militares, ya sea por infiltración occidental o por adoptar valores que debiliten el control del Partido.”

Por eso, Xi ha emprendido una de las purgas militares más profundas desde Mao.

Generales desaparecidos, encarcelados o expulsados.

Contratistas detenidos.

La poderosa Fuerza de Misiles —encargada del arsenal nuclear— sacudida por escándalos que hacen dudar incluso de la fiabilidad de los silos construidos bajo corrupción.

Lo paradójico es que tanto en Estados Unidos como en China, sus líderes están reaccionando ante una misma enfermedad global, expresada de formas distintas: la debilitación moral de las instituciones encargadas de defender la nación.

Dos ejércitos, dos problemas, una misma lógica.

Un caso resume la diferencia estructural:

En China, el ejército existe para defender al Partido Comunista.

En Estados Unidos, el ejército existe para defender a la nación y mantenerse fuera de la política.

Pero en ambos países, la presión ideológica interna está contaminando esa misión:

En EE. UU., la politización y el declive cultural afectan el reclutamiento, la cohesión y el entrenamiento.

En China, la corrupción interna y el miedo del sistema a perder control político generan desconfianza dentro de la propia estructura militar.

De fondo emerge una verdad incómoda:

Los ejércitos están comenzando a reflejar la decadencia o la disciplina de sus sociedades.

Y ese reflejo es inquietante.

El Pacífico: el escenario más peligroso del siglo XXI.

China ha declarado que su primera, segunda y tercera prioridad es derrotar a Estados Unidos en caso de una guerra por Taiwán.

El Pentágono reconoce que Pekín lleva veinte años invirtiendo en esa sola meta.

Misiles hipersónicos.

Drones submarinos.

Misiles balísticos DF-5C y DF-41.

Capacidad para bloquear portaaviones estadounidenses.

Y un arsenal nuclear que podría duplicarse hacia 2030.

Estados Unidos, por su parte, enfrenta una reducción de su preparación militar, declive del reclutamiento, divisiones internas y un desgaste cultural que afecta la disciplina nacional.

¿Quién está más preparado?

La respuesta correcta —y más preocupante— es esta:

Ambos están debilitados, pero por razones distintas.

China tiene tecnología y masa, pero un ejército corroído por la corrupción y el miedo político.

Estados Unidos tiene experiencia y alianzas, pero una sociedad que ya no produce el temple moral para guerras prolongadas.

Vivimos una nueva era estratégica en la que el poder militar ya no depende solo de arsenales, misiles o portaaviones, sino del carácter de las sociedades que deben sostenerlos.

Un país que se vuelve hedonista no puede sostener un ejército disciplinado.

Un país que se corrompe internamente no puede sostener un ejército confiable.

Un país que politiza sus fuerzas armadas —sea por ideología progresista o por autoritarismo de partido único— debilita su capacidad de defensa.

La principal amenaza global no es solo la rivalidad entre potencias.

Es la decadencia interior que erosiona la fortaleza colectiva.

Y en un mundo donde las tensiones nucleares aumentan, esta es la señal más peligrosa de todas.

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