Roberto Claudio

Los pensamientos de Juan Bosch y Juan Pablo Duarte son tan parecidos como eternos, y a cada instante cobran vigencia por la precisión de hipótesis, que confirman con sus actitudes determinados sectores de la población y representantes de grupos específicos.
Tal es el caso del criterio expresado por el Padre de la Patria en el que advirtió: “mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones”.
Cuando se observa la actitud de algunos frente a situaciones de orden patriótico y de soberanía nacional, no queda otro camino que recordar a Juan Bosch y Juan Pablo Duarte, quienes dedicaron toda su vida al trabajo desinteresado para que hoy pudiéramos considerarnos dignos de honrar su legado y capaces su mismo gentilicio.
La sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional que manda corregir una situación migratoria anómala arrastrada por la República Dominicana, (principalmente de personas provenientes del territorio haitiano) de inmediato dio la oportunidad a ciertos grupos de salir al frente con posiciones contrarias al interés nacional, disfrazadas con un ropaje de defensores de los derechos humanos.
En realidad, quienes así actúan, sólo se movilizan por muy particulares propósitos sin importarles que sus acciones perjudiquen a la nación dominicana entera, y no deberían sorprenderse de que se les califique de malos dominicanos, o con mayor precisión, de traidores.
De muchas formas se pidió apoyo para las autoridades y sus esfuerzos por resolver el problema de la enorme cantidad de haitianos que viven de manera ilegal en el territorio dominicano.
Pero todas las iniciativas y aportes formulados en procura de solucionar la problemática, siempre ha encontrado la oposición de esos grupos profesionales en adversar y colocar algún trasfondo político a cualquier proposición favorable a los mejores intereses de la sociedad, sobre todo cuando colide con los propios.
Es bueno que se sepa, como afortunadamente ocurre ahora, quiénes son y por qué lo hacen, porque “no existe peor cuña, que la del mismo palo”.
Y cuando a esa gente se le escucha hablar y escribir en contra de nuestras propias autoridades y a favor de los ilegales en el país, a uno le parece ver en ellos a las ONGs haitianas condenándonos porque queremos el orden que nos venimos dando, y no el desorden que hay en Haití, donde ni siquiera se tiene organizado un registro de sus ciudadanos.
Se muestran tan aguerridos en sus argumentos y tan coincidentes con quienes querrían vernos desaparecer como territorio soberano, que junto a la mayoría del pueblo dominicano, sólo queda seguir apoyando el trabajo que se viene realizando para poner término al desorden del que muchos se han estado lucrando, y definitivamente controlar el caos migratorio.
Toda la población debe mantener una firme posición de apoyo al proceso de regularización de los extranjeros que cumplan con los requisitos para optar por alguna de las categorías migratorias establecidas, incluida la ciudanía sólo a quienes corresponda, todo en función a la Constitución y las leyes vigentes.
El principio de la solidaridad se ha evidenciado siempre y sigue manifestándose en ayuda al hermano pueblo haitiano. Pero jamás ceder a presiones locales ni internacionales a favor de una causa contraria a nuestra condición de país libre y soberano.
La defensa de la dominicanidad es cuestión de principio y como también lo es cumplir y hacer cumplir nuestra propia Constitución y nuestras leyes adjetivas, Y nadie puede pretender que se ponga en vigor lo que no está amparado por ellas.
Detrás de un mal menor, siempre viene un mal peor, plantea Baltasar Gracián en su obra El Arte de la Prudencia. Y Lo peor de la migración haitiana desordenada e ilegal que estamos padeciendo, no es imaginable.
Si alcanzáramos a ver hasta dónde quieren llegar los malos dominicanos, estaríamos hablando de centros de refugiados, de porcentajes de dominico-haitianos, de minorías étnicas y otros términos similares, hasta mezclarnos y propiciar las condiciones de conflictos raciales en nuestro propio territorio.
Eso lo quisieran ver quienes azuzan el agravamiento del nivel en que hoy están las cosas, y poder justificar otras acciones de las grandes potencias que quieren fundirnos con Haití en un solo pueblo; en una pretensión inaceptable para la República Dominicana.
Que no quepa a nadie la menor duda, de que, pese invasión pacífica de haitianos ilegales y la complicidad de traidores que siguen abriéndole puertas a los intereses externos, la inmensa mayoría de los quisqueyanos bajo ningún concepto permitiría tal engendro, encaminado a desnaturalizar nuestra nacionalidad.
Hoy que personas sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la patria, es necesario que con energía y serenidad impongamos la razón y el derecho que tenemos de decidir a quién conceder la nacionalidad dominicana por la que lucharon Duarte y Bosch.