Opinión

La historia está permanentemente presente en la vida de un pueblo, de una nación y de una sociedad, lo que quiere decir, en un sentido más amplio, que la historia está permanentemente presente en la vida de la humanidad.

En otras palabras, la vida de un pueblo, de una nación, de una sociedad y de la humanidad, en sentido general, no es posible ni se puede explicar al margen de la historia.

No hay, ni puede haber, ni habrá jamás una frontera total que separe el presente del pasado, ni el futuro del presente y del pasado. Ni el presente ni el futuro existen como entidades totalmente autónomas e independientes.

La historia contiene en sí misma las fuerzas que garantizan su continuidad en el presente y en el futuro. Así la historia construye su propia continuidad en el presente y en el futuro, porque en ella están las fuerzas que garantizan la gestación del presente y del futuro.

El pasado, una realidad totalmente consumada, sí existe como entidad totalmente autónoma e independiente respecto del presente y del futuro, porque lo que pasó, pasó, y no hay manera de modificar o de transformar en el pasado lo que ya pasó.

Precisamente cualquier proyecto o línea de transformación, de alteración o de modificación de lo que ya pasó tiene que hacerse en el presente y en el futuro dada la continuidad de la historia.

Y esta última situación que se da en el curso de la historia crea a su vez la necesidad del análisis e interpretación de la historia.

Entonces, el papel de la Historia como ciencia no consiste sólo en describir los hechos acaecidos o acontecidos en el pasado, sino que tiene que pasar o acceder al escenario o al plano superior, científicamente hablando, del análisis y la interpretación de la historia.

Pero tampoco la interpretación y el análisis de la historia constituyen un fin en sí mismo.

¿Por qué debemos agotar esta fase referente al análisis e interpretación de la historia?

Porque solo de esta manera es posible transformar el pasado en el presente y en el futuro: sólo así podemos discriminar y diferenciar lo que se hizo bien respecto de lo que se hizo mal, es decir, lo bueno de lo malo.

De tal manera que lo que se hizo bien –lo bueno- en el curso del pasado debemos asumirlo, en un deliberado proyecto de transformación, en la línea de mejorarlo y de ampliarlo de cara al presente y al futuro; en cambio, lo que se hizo mal –lo malo- en el pasado debemos evitarlo para evitar su reproducción o su propagación.

Así, lo que hay de bueno en la historia no se debe desechar, sino que tenemos o debemos asumirlo en el presente para construir un futuro con mayores posibilidades de avance, de progreso, de desarrollo y de bienestar. Ahora, lo que hay de malo en la historia sí tenemos que desterrarlo y evitarlo, de manera obligada y necesaria, si queremos construir verdaderamente una sociedad mejor.

Está más claro que el agua que no estudiamos ni analizamos ni interpretamos la historia para tener un conocimiento de ella y conformarnos y sentir satisfacción por ello y ya. No, estudiamos e interpretamos y analizamos la historia porque tenemos la intencionalidad, la deliberada intención, de influir decida y decisivamente en la construcción de las coordenadas de un futuro mejor, porque de lo que se trata es que la especie humana escale nuevos peldaños de progreso y de desarrollo utilizando de manera creadora el conocimiento crítico de la historia.

En la historia contemporánea dominicana Juan Bosch constituyó y representó la encarnación del más alto liderazgo político y moral encuadrado en las coordenadas de la honestidad, de la honradez, de la dignidad, de la pulcritud y de la transparencia, de un Presidente, un verdadero Estadista, casado siempre con la libertad y la democracia, que no robó ni mató, que tenía en carpeta un amplio proyecto de transformaciones sociales y económicas, que produjo la Constitución más avanzada y progresista del país desde 1844 y que siempre estuvo al frente de las luchas por la libertad y la democracia que libró titánicamente el pueblo dominicano.

¿Debemos conformarnos con tener un conocimiento sobre Juan Bosch como ente histórico o protagonista de la historia contemporánea dominicana o en cambio, debemos utilizar ese conocimiento para seguir su predicamento y su ejemplo de vida para ser mejores ciudadanos, mejores políticos, mejores gobernantes, en fin, debemos utilizar ese conocimiento para reordenar nuestra vida política y moral, tanto en términos individuales como en términos colectivos, para construir una mejor sociedad?

Como Juan Bosch representa parte de lo muy bueno de la sociedad dominicana del pasado debemos utilizar el conocimiento sobre él para construir una sociedad mejor siguiendo siempre su ejemplo de vida. De manera que Juan Bosch que es pasado ya, es al mismo tiempo presente y futuro por aquello de la continuidad de la historia y porque la historia es vida. Juan Bosch vivió, vive y seguirá viviendo eternamente en la historia dominicana con la grandeza propia de un prócer que lo dio todo por la Patria y por el pueblo dominicano.

En cambio, Trujillo, que representa la parte muy mala de la historia contemporánea dominicana, debe ser estudiado fondo, y utilizar ese conocimiento crítico de la historia para evitar por todos los medios su reproducción en el presente y el futuro de la República, de tal manera que nunca jamás la República Dominicana vuelva a tener un monstruo así en la Presidencia de la nación.

En Trujillo, la historia, que también es muerte, lo envió a las profundidades del abismo: quedó carbonizado y enterrado eternamente en las densas tinieblas del pasado. Trujillo estará eternamente en el infierno por haber enterrado la libertad y la democracia del pueblo, por haber conculcado por siempre los derechos humanos, por haber convertido las calles del país en incontenibles y horrorosos ríos de sangre y de muerte y por haber utilizado esas mismas fuerzas monstruosas del terror y de la violencia para hacer del país una empresa suya.

La política se da en el contexto de la historia y ella se nutre permanentemente de las enseñanzas, positivas y negativas, de ésta.

No es posible construir el edificio de la política, ni como ciencia ni como arte ni como realidad, al margen de la historia.

La gran tarea de la política y del político es construir sobre bases firmes la sociedad del futuro, asumiendo los intereses, las aspiraciones, las expectativas, las ilusiones y las esperanzas de una población que anhela un mañana mejor.

Pero nada de esto se puede lograr al margen de un conocimiento profundo de la historia que nos permita ubicar y delimitar las fuerzas o energías más dinámicas o vitales de la sociedad, con cuáles fuerzas sociales contar y con cuáles no y delimitar las fuerzas del progreso respecto de las fuerzas del retroceso para impulsar un amplio y verdadero proyecto de cambios y de transformaciones sociales.

No es correcto ni válido decir que el conocimiento sobre la historia debe quedar como ella en el pasado. Esto no debe decirlo nadie, mucho menos un político en ejercicio.

Un político que no tiene un conocimiento correcto de la historia y que no lo aplica de manera creadora está condenado al fracaso.

Aprendamos, pues, de las perennes, ricas, exuberantes e inagotables lecciones de la historia si queremos incidir positivamente en la construcción de un futuro mejor para la nación y el pueblo.

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