Opinión

La incesante y perenne lucha contra la muerte es una incesante y perenne lucha por la vida. Pero es indudable que la sociedad juega un papel clave en la preparación y el desarrollo de competencias y habilidades para esa incesante lucha por la vida que lleva a cabo cada individuo, comenzando por el proceso de socialización.

Existir es una condición que es inherente a todo lo que ha logrado ser, pero no todo lo que existe vive. El hombre es el único ser que no sólo existe, sino que vive.

Solo puede vivir y desarrollar una vida aquél ser que está dotado de razón, y ese solo hecho coloca al hombre en la escala superior de la animalidad. Así, los demás animales y las plantas no viven, sólo existen.

En esa incesante y perenne lucha por la vida, que es en el fondo una incesante lucha contra la muerte, el hombre construye y reconstruye la vida permanentemente, sea que lo haga de manera enteramente consciente o no.

Pero la construcción y la reconstrucción de la vida se dan, en sentido general, en los espacios de racionalidad (y en ocasiones de irracionalidad) que el hombre construye y reconstruye social e históricamente.

Darle razón de ser a la existencia es vivir: solo vive quien le imprime, de manera dinámica, razón de ser a la existencia tanto en términos individuales como en términos colectivos.

Dentro de esa racionalidad de la vida humana, el ser humano asume planes, proyectos y programas de vida con objetivos y metas, que renueva permanentemente, en los que están presentes la idea del presente y la visión del futuro que se quiere en términos singulares, y, por consiguiente, ahí está presente siempre, implícita o explícitamente, la idea irrenunciable del progreso.

Lo anterior denota que se vive individualmente y se vive socialmente. Pero vivir individualmente y vivir socialmente no se puede ver sólo en términos absolutos, hay que ver eso en términos relativos, y sobre todo en estos últimos términos.

Vivir individualmente y vivir socialmente van a depender de lo que hagan o dejen de hacer otros, de los procesos sociales en curso y hasta de los procesos naturales y medioambientales, es decir, de la interacción con otros y con situaciones y procesos.

En una comunidad o sociedad organizada no es posible la vida individual al margen de la vida social: el anacoreta o el ermitaño están condenados a la muerte social. Esto significa que el ser humano para poder desarrollar una vida individual adecuada tiene que aprovechar e internalizar los efectos del trabajo social que se expresan a través de los intercambios, lo que denota que ningún ser humano es autosuficiente. Al intercambiar bienes y servicios, los individuos intercambian trabajo social (se compensan las insuficiencias).

El Estado no está para satisfacer las necesidades individuales, pero sí las necesidades sociales, y al satisfacer las necesidades sociales (seguridad alimentaria, educación, salud, seguridad social, obras de infraestructura, seguridad pública y ciudadana, Estado de derecho, justicia, etc.) crea un marco social adecuado para que los individuos procuren, con sus iniciativas, la satisfacción de las necesidades individuales. Por eso el gasto público tiene que ser, debe ser, efectivo en cuanto a la satisfacción de las necesidades sociales.

De la misma manera que los privados que al desarrollar iniciativas empresariales crean fuentes de empleo y de ingreso para los individuos que sólo disponen de su fuerza de trabajo para ganarse la vida.

Pero en la mayoría de los casos esos empleos y esos ingresos no dan para tener un nivel de vida, individual y socialmente hablando, adecuado o tolerable. Y hablo no solo del sector privado.

Un salario no debe ser nunca un salario de subsistencia, pero en el actual estadio de desarrollo de la economía dominicana el salario no da ni siquiera para garantizar la mera subsistencia. En esos parámetros y coordenadas es imposible vivir individual y socialmente en términos adecuados.

Si queremos interactuar permanentemente como sociedad con el círculo virtuoso del progreso es preciso que creemos una estructura salarial que esté siempre por encima de la mera subsistencia. El mismo entorno cultural y social, a nivel internacional e internacional, nos dice diariamente que el salario no debe estar a nivel de la mera subsistencia, porque ese salario no conduce al desarrollo económico y social.

Es más, el salario de subsistencia es la expresión de una descomunal y atormentadora situación de desigualdad distributiva y redistributiva en los espacios privado y público que atenta permanentemente contra la vida de la mayoría de la gente, es decir, atenta muy despiadada e inmisericordemente contra el vivir individual y el vivir social de los seres humanos.

El vivir individual y el vivir social en términos adecuados prolonga, alarga la esperanza de vida en una sociedad; en caso contrario, la reduce dramáticamente.

Esto nos indica de manera inequívoca que el nivel de vida de la gente no depende solo de las acciones e iniciativas de cada quien, sino que en la construcción de ese bienestar intervienen todos los factores y elementos que están en movimiento en una sociedad: económicos, sociales, culturales, políticos, institucionales, naturales, medioambientales y las crisis nacionales e internacionales a nivel de la sociedad como a nivel de la naturaleza.

Así, una sociedad, una nación tiene que organizarse, estructurarse y planificarse para hacer posible que sus miembros, sus integrantes, tengan un nivel de vida adecuado aún en medio de las desigualdades sociales.

En otras palabras, el Estado tiene que organizarse para hacer posible el vivir individual y el vivir social de sus miembros en términos adecuados, y para que en ese tenor se prolongue dinámicamente su esperanza de vida al nacer.

Para ello el Estado, el Estado sabio, el Estado inteligente, tiene que construir dinámicamente políticas públicas que sean correctas, oportunas, efectivas y eficaces que creen anticuerpos sociales que le permitan a la gente resistir y enfrentar los embates de todos los fenómenos que he mencionado, incluyendo las crisis de la sociedad y de la naturaleza, y mantener, sobre todo en el caso de los pobres y los muy pobres, lo menos lacerado posible su nivel de vida.

El derecho a la vida, que es el derecho a vivir, le asiste a todo ser humano, pero el Estado, mediante su accionar, debe establecer un marco general y un entorno adecuado para que los que menos tienen, sobre todo, puedan ejercer el derecho a la vida; que dicho sea de pasada siempre ejercerán ese derecho, aún así, de manera limitada.

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