Hablan los hechos

Concluido el último discurso de los representantes provinciales de todo el país frente a la Mansión Presidencial pidiéndole al Presidente Horacio Vásquez aceptar su repostulación para las elecciones de 1930, aquel 22 de octubre de 1929, día de su cumpleaños, el caudillo, repentinamente atrapado por ataque nefrítico y febril, leyó unas breves palabras con las que aceptaba la propuesta reeleccionista.

El malestar en las funciones renales fue tan agudo que no le permitió celebrar a su gusto con sus aguerridos seguidores, que no medían las consecuencias de su obstinado esfuerzo por mantener al anciano gobernante en el control del gobierno en medio de complicada situación política y económica, tanto local como internacionalmente.

El quebranto de Vásquez, antes que ceder se agravó con los días y el 28 de octubre debió ser trasladado de emergencia en avión a Baltimore, Estados Unidos, con la sola compañía de su esposa Trina de Moya, un médico de cabecera y un asistente político. Fue en el “John Hopkins Hospital” donde en severa gravedad se le extrajo uno de sus riñones.

Un brigadier, Rafael Leónidas Trujillo Molina, que hasta el momento de la enfermedad de su jefe supremo había ocultado sus verdaderas aspiraciones de poder, comenzó a mostrar sus feroces colmillos. Sabía que el gobernante al que le debía lealtad incondicional podía retornar de Baltimore en un ataúd, por lo que se propuso no tener en lo adelante otro jefe en lugar de Don Horacio.

El doctor José Dolores Alfonseca, en calidad de de Vicepresidente, ocupó la Presidencia interina de la República. La actitud de Trujillo fue de un desconocimiento total del orden sucesoral. Llamado a la Mansión Presidencial acudió rodeado de una veintena de oficiales, y en su entrevista con el incumbente del ejecutivo le trató sin el debido respeto.

“Mientras Horacio Vásquez se debatía en Baltimore entre la vida y la muerte, Trujillo preparábase para adueñarse por la fuerza del poder si lo último acaecía”, dice el escritor Luis F. Mejía, quien resalta que el presidente interino recurrió a oficiales leales a Vásquez, quienes de inmediato cayeron “en desgracia” con el jefe del Ejército.

Ministros y legisladores aconsejaron al presidente interino que destituyera y pusiera bajo arresto al brigadier, pero este prefería esperar el regreso o la muerte del jefe del Estado. En una situación de tanta gravedad para la democracia y la constitucionalidad, la oposición, afilando cuchillo para su garganta, con excepción del caudillo Federico Velázquez, comenzó a buscar “entendimientos” con el envalentonado militar.

Esa oposición creía actuar con habilidad y concepto de oportunidad tratando de ganarse la buena voluntad del brigadier Trujillo para dar el salto al poder. “Buscaban, con una candidez impropia de avezados políticos, que auspiciara sus aspiraciones. No medían ni las ambiciones, ni el temple, ni la inteligencia de aquel siniestro personaje”, concluye el autor citado más arriba.

Retorno del Presidente no frenan ambición del brigadier

La excelencia médica y para muchos las oraciones de Doña Trina y de los seguidores permitieron que el Presidente Vásquez saliera con vida del “John Hopkins Hospital”, de Baltimore, y regresara al país el 5 de enero de 1930, en pleno estado de convalecencia.

Fue del conocimiento común que el vicepresidente Alfonseca rindió un informe al Presidente de los incidentes suscitados con su jefe del Ejército, versión secundada por los presidente de ambas cámaras congresuales y todos los ministros del Gobierno, quienes abonaban el terreno para sacar de juego a Trujillo con su destitución y posible arresto.

Terrible sorpresa se llevaron el vicepresidente Alfonseca, los ministros y los presidentes de las cámaras de senadores y diputados. El anciano y enfermo caudillo seguía ilusionado con la reelección, por lo que interpretó que la actitud de Trujillo era simplemente contra el hombre que constitucionalmente debió sustituirle ante la probabilidad de su muerte, y que para sus fines continuistas era conveniente cierto grado de rivalidad entre el segundo ejecutivo de la Nación y el jerarca militar.

Trascendió que Vásquez encargó a su asistente político Angel Morales, quien le acompañara en su viaje de salud a Estados Unidos, para que sirviera de mediador entre Alfonseca y Trujillo, con el objetivo de establecer “quién tenía la razón”.

También se divulgó la información de que Alfonseca, aunque asistió al encuentro convocado por Morales, rehusó interactuar en una especie de “careo” con Trujillo, y que “guardó silencio en la entrevista celebrada entre los tres”. Asimismo, que “don Horacio los reconcilió y obtuvo de ambos la promesa de reanudar la amistad y colaborar juntos en el Gobierno”.

Lo cierto fue que, como dicen ahora los dominicanos, Alfonseca no se chupó el caramelo de la supuesta reconciliación con Trujillo, y pidió ser reemplazado de sus funciones oficiales, lo que fue aceptado por Vásquez colocando en su lugar a Pedro A. Ricart.

Una oposición díscola y ambivalente

Como opositores a la reelección de Vásquez se encontraban quien fuera su compañero de boleta en las elecciones de 1924, Federico Velázquez, líder del Partido Progresista; Rafael Estrella Ureña, del Partido Republicano; el caudillo liniero Desiderio Arias, del Partido Liberal y Teófilo Hernández, titular del otrora Partido Nacionalista de Américo Lugo.

Como primera iniciativa para enfrentar a Vásquez, los cuatro representantes de la oposición acordaron conformar una boleta con Velázquez para la Presidencia y Estrella Ureña para la Vicepresidencia. Sin embargo, al acercarse el 16 de febrero, fecha en que debían inscribirse las candidaturas en la Junta Central Electoral, tal como sostiene un prestigioso cronista, los oposicionistas se dividieron, en lo que intervino la mano maestra del brigadier.

Estrella Ureña, Arias y Hernández, ante la invencible aceptación de la reelección del Presidente Vásquez frente a la candidatura sin carisma del candidato opositor, ligado a la falta de recursos económicos, “abandonaron a Velázquez y se entendieron con Trujillo, con el propósito de iniciar un movimiento revolucionario”.

Pero Velázquez no se quedó de brazos cruzados, y considerando la opción de sus desleales “aliados” más perniciosa que la reelección de Vásquez, filtró al Gobierno a través del ministro norteamericano en el país, Edward S. Curtis, la rebelión de los opositores auspiciada por el propio jefe del Ejército.

Evidentemente, Vásquez era un político obsesivo, si se analiza su actitud ante la información recibida sobre el proyecto develado de revolución en su contra. Continuó su confianza ciega en Trujillo, manteniendo su sospecha con Estrella Ureña. Incluso, le ordenó al primero tomar el debido cuidado en torno al dato confidencial.

De las carreras de caballos al encuentro con el real Trujillo

Aquella trágica tarde dominical del 23 de febrero de 1930 el Presidente Vásquez se deleitaba como terapia para su convalecencia presenciando las veloces carreras de los caballos que competían en el hipódromo de Santo Domingo. En horas de la mañana, hizo cambios en el tren militar sustituyendo en el mando de Santiago, escenario de la posible rebelión, al coronel Simón Díaz, incondicional de Trujillo, por el coronel Ramón Vásquez Rivera, de la confianza del Presidente.

Ese mismo domingo, a la una de la tarde, en combinación entre Trujillo y Estrella Ureña, asaltó el general José Estrella la Fortaleza San Luis, ante una oficialidad que en vez de resistir se sumó al levantamiento revolucionario, adoptando el nombre de “Movimiento Cívico”, que con la propia logística del Ejército, sus armas y camiones, marchó de Santiago a Santo Domingo a derrocar el Gobierno Constitucional.

Estrella Ureña era el líder visible de la rebelión, secundado por Desiderio Arias y otros dirigentes opositores.

Las carreras de caballos estaban en sus buenas con la algarabía de los fanáticos que disfrutan ese apasionante espectáculo. Abruptamente, el Presidente Vásquez tuvo que abandonar su entretenimiento y regresar a la mansión Presidencial. Hizo el intento de sofocar la rebelión, pero su jefe del Ejército se mantenía encerrado en la Fortaleza Ozama con sus tropas acuarteladas, con instrucciones para las guarniciones del interior para que asumieran igual comportamiento.

Un presidente desobedecido por quien debía impedir su derrocamiento, recibía informes del avance de las tropas revolucionarias, ocupando ciudades y destituyendo las autoridades competentes. La mañana del 24, ante la entrada inminente de las fuerzas rebeldes a la capital, el Presidente Vásquez decide asilarse en la Legación Norteamericana.

Ministros y legisladores fieles a Vásquez, en un ambiente de consternación, le imploran que antes de abandonar el poder emita un último decreto poniendo en retiro a Trujillo “por traidor”. El Presidente pide opinión a su ministro de relaciones exteriores Francisco J. Peynado, quien a su vez le pregunta que si existían pruebas contra el brigadier.

Un diputado profesional del Derecho llegó incluso a dictarle a un mecanógrafo de la Presidencia los conceptos del decreto, pero el Presidente, ya con la pluma en la mano, aparentemente lo considera sin valor alguno.

En la Legación norteamericana, el ministro Curtis aconseja al Presidente Vásquez reunirse con Trujillo en la Fortaleza Ozama, al tiempo que llamaba por teléfono al jefe militar para invitarle a cumplir su debe en defensa del Gobierno Constitucional. La voz del diplomático estadounidense hizo cambiar al brigadier momentáneamente de actitud. Recibió con aparente obediencia al vapuleado gobernante, atribuyendo su actitud a contradicciones con el Vicepresidente Alfonseca.

Vásquez siguió confiado, y retornó a la Mansión Presidencial. Trujillo inició supuestas acciones en defensa del gobierno, pero en realidad no hizo más que cortar definitivamente sus relaciones con el Presidente. El 26 de febrero de 1930, los rebeldes entraron triunfantes a la Ciudad Primada de América. El coronel Simón Díaz, enviado por el brigadier a “combatirlos”, no hizo más que franquearle el camino.

El 3 de marzo de 1930 el Presidente Vásquez, tras negociaciones con los rebeldes avaladas por la legación norteamericana, renunció ante la Asamblea Nacional. Le sustituyó en el cargo Estrella Ureña, quien se comprometió a convocar a elecciones libres con respeto a las normas democráticas.

Son bien conocidas las fotografías del nuevo gobernante en la Fortaleza Ozama, con la Banda tricolor terciada en su pecho, entre risas triunfales celebrando junto a Trujillo poco después de la toma de posesión. Se refiere que “el licenciado Leoncio Ramos les invitó a besarse, como símbolo de unión”.

El 5 de marzo de ese 1930, se embarcaba el derrocado Presidente Vásquez con destino a Puerto Rico. Centenares de sus seguidores más fieles fueron a despedirlo con tristeza al muelle de Santo Domingo. Algunos dejaron escapar sollozos y lágrimas.

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