Opinión

El cine posee la apariencia de ese ser mitológico, la Hidra de Siete Cabezas, por su capacidad de apropiarse de los contenidos y regenerarse a partir de otras artes, produciendo una simbiosis creativa transformadora de todos los implicados en esos cruces que son de gran fertilidad estética.

Todo sujeto artístico, al relacionarse con otras disciplinas, influye y es influido por la multiplicidad de los contenidos. A su vez, al entrar en contacto las propuestas, el resultante es una visión totalmente distinta a sus orígenes referenciales.

El corpus literario es terreno fértil para que el guionista cinematográfico interactúe con los escritores y se apropie de una larga sabiduría acumulada a lo largo de siglos, de gran utilidad para el joven arte del cine.

El escritor de cine y los de literatura se sientan a la mesa de las palabras para compartir técnicas, atendiendo a criterios tan fundamentales como son la claridad expresiva y la solidez de los contenidos.

No siempre logran entenderse estas dos artes que en muchas ocasiones colisionan de manera catastrófica por ignorar las particularidades de cada una, trasladando íntegros los métodos de las artes literarias hacia el cine, a la hora de entenderse con la audiencia.

Abordar el tema de las adaptaciones de obras literarias al cine es encontrarse con opiniones disimiles, cerradas o radicales, expresadas ciertas veces con una bajísima solidez argumentativa, afincadas en prejuicios puristas, tanto en sectores del cine como de la literatura.

Se sostiene que existen obras imposibles de adaptar porque sus formas presentan obstáculos insalvables para convertirse en guiones, y a su vez, en filmes. Quienes defienden esta idea, peregrina por lo demás, pueden presentarnos listados de películas que avalen sus tesis, pero esto habla más del fracaso de esos directores que de la imposibilidad de una adaptación.

Cuando se analiza a fondo la causa del fracaso de la traslación de determinado libro al cine, encontramos que se debe a los preconceptos, al desconocimiento de la naturaleza de estas artes y al desmedido interés mercantilista de adornar con los peores ropajes del espectáculo la obra en cuestión.

Decir que un guionista no puede alcanzar los niveles estéticos y expresivos de un novelista, poeta o dramaturgo, es pecar de una ceguera mental en las fronteras de la inanición lógica del más exquisito extremismo artístico.

¿De dónde provienen estas diatribas? De las ideas estáticas y elitistas que tanto daño hacen al arte. Retrancas que los atrincherados en conceptos obsoletos quieren hacer pasar como verdades eternas, inmutables y desvinculadas de la realidad.

La alta calidad de un guión lo convierte en una obra expresiva de altos quilates, pero su naturaleza primigenia no es la lectura, es la interpretación por parte del grupo técnico, de actores y demás personajes ligados a la hechura de un film, para que se sirva de guía, de referencia en todos los aspectos.

El error más común, cuando se toma una obra literaria para convertirla en película, es pretender una dichosa fidelidad que no sirve más que para ilustrar el libro en el peor de los casos, como si la literatura necesitara eso. Lo correcto es traicionar la forma para ser fiel al contenido. Digamos que el guionista escogerá del libro las situaciones y los diálogos a los que sea posible dar una apariencia visual de acuerdo a las leyes cinematográficas. Eso sería lo correcto.

Entre los ejemplos de adaptaciones modélicas de novelas al cine, tenemos El lugar Sin Límites, donde Arturo Ripstein enriqueció el universo de la obra, como reconoció el novelista José Donoso, autor del texto. Otro acierto lo tuvo Tomas Gutiérrez Alea al adaptar la novela corta de Edmundo Desnoes, Memorias del Subdesarrollo, agregándole mayor relevancia al desaliento existencial de esta noveleta. En ambos casos, los guionistas, co-autores de las películas, unieron su visión a la de los novelistas para ampliar los límites estéticos de las mismas.

Una vertiente nueva es escribir una novela a partir de la película, es decir, siguiendo el proceso inverso a lo establecido. Pero esta aventura literaria ha carecido hasta ahora de un cierto nivel de calidad. Nos parece una estrategia mercadológica más, para aumentar los ingresos con este invento de dudosa justificación.

Lo que si parece interesante son las influencias de las películas en la literatura. Desde hace unos años es notoria esta tendencia estética que podemos ver en los diálogos, en la estructura y en la atmosfera de las novelas o de los cuentos. Esto era de esperarse pues ya generaciones de escritores se han desarrollado bajo la sombra del cine, incluso aquellas que no gustan del arte de las imágenes ni ven filme alguno.

La novela gráfica es un género que esta a caballo entre el comic y la literatura, pero no es de desdeñar su poder expresivo ni su calidad, si recordamos ejemplos como los de Sin City de Frank Miller, Wachtmen de Alan Moore o Persépolis de Marjane Satrapi.

Literatura y cine están obligados a convivir y seguir aportando su particular punto de vista al contenido de cada uno. El proceso ha sido largo y tortuoso, pero muy redituable bajo el punto de vista de los resultados.

Los sectores extremistas de ambos lados apuestan al estancamiento de esta colaboración creativa bajo argumentos elitistas que no resisten el peso de ningún análisis, ni literario y mucho menos cinematográfico, estacionados en caducos argumentos de un pasado que fue, pero que ya no es mas que eso, pasado.

Los cineastas y los escritores han demostrado que la alianza entre sus dos artes ha rendido enormes dividendos estéticos que pagan con creces los acercamientos fallidos, y apuestan por la continuación del feliz matrimonio entre las letras y las imágenes.

¿Al fin y al cabo, en que matrimonio no existen malos entendidos?

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