Opinión

La gunguna: Opera bufa del crimen tropical

La aventura de nuestro cine nacional pasa a veces por la desventura de la ausencia de aquellos elementos que posibilitan una empatía, articulaciones dramatúrgicas de fabricación propia que nos devuelven la imagen del ser dominicano despojado de adornos inútiles, permitiendo conocernos y reconocernos.

Este trópico colorido y calenturiento que nos devuelve el chivo convertido en música, padece o es condenado a padecer, un daltonismo social de parte de aquellos llamados a ser los valedores del espectador en su vertiente más popular. Pero puede más la tentación de trascender a toda costa que la responsabilidad de exponer las cosas tal y como son, a la manera del teatro griego.

Las ansias de nuestra gente por un cine que los refleje, que como el espejo les muestre la realidad de su propio ser, son frustradas por la ausencia de voluntad estética para con ese conglomerado que demanda respuestas visuales a sus necesidades sociales.

No toda la culpa de la endeblez propositiva en nuestras películas la tienen las tendencias narcisistas, la timoratez social u otros elementos. La falla más grave es la falta de conexión con la cultura popular, madre nutricia del arte y fuente de todas las originalidades habidas y por haber.

La tentación de despachar con un análisis tradicional y unos cuantos párrafos laudatorios a una película como LA GUNGUNA es mucha, pero no es el caso de este servidor que ha visto de esta obra su polisemia delante de nuestros ojos, descubriendo en cada plano su honestidad discursiva.

El director Ernesto Alemany emprende un viaje a lo más profundo del alma dominicana, acompañado por el guionista Miguel Yarull, el productor Juan Basanta y un sólido equipo técnico y artístico, responsables todos de uno de los partos más importantes en nuestro cine. Alemany capitanea un barco que navega sin perder el norte, entregando su preciosa carga de realismo crítico social con ese humor no negro, sino mulato, mostrando que si se puede hacer reír sin caer en el choteo, que la risa también es una forma de crítica.

La historia de LA GUNGUNA se nuclea alrededor de esta pequeña pistolita que motiva un caudal de incidentes, dejando un rastro de sangre por donde quiera que pasa, recordatorio del oscuro pasado de ella y de sus poseedores. Es un símbolo de las ambiciones humanas y de la flaqueza de los espíritus prestos al deslumbramiento por las cosas materiales, del pecado capital de la avaricia.

El recorrido de esta aparentemente insignificante arma de fuego, sirve como excusa para retratar una variedad de habitantes de todos los estratos sociales que poseen diferentes modos de pensamiento para acceder a la satisfacción de sus necesidades. Algunos de estos sujetos buscan las vías más fáciles, sin importarles nada, y otros escalan por la empedrada cuesta del trabajo honesto.

Desde el inicio, con la escena entre el personaje misterioso y fullero de Betania que encarna Patricia Ascuasiati, y el del Sargento que interpreta Teo Terrero, se marca el pistoletazo de salida, y nunca mejor dicho, te das cuenta como espectador, que vas a entrar a unos bajos fondos muy atípicos, muy nuestros, bordando los linderos del realismo mágico, pero que para nosotros es el pan nuestro de cada día. Un realismo cotidiano a secas y carente de magia, pero no de humor.

Miguel Yarull, autor del cuento Montás y del posterior guión para la película, ha recreado un universo que refleja el microcosmos de la sociedad dominicana, una parte de ella, no necesariamente la más agradable, pero no por ello menos real. El guionista con su miríada de personajes logra en las acciones y los diálogos construir una atmósfera en la cual la verosimilitud sea su mayor virtud.

Montás, el personaje principal visceralmente trabajado por Gerardo -El Cuervo- Mercedes, es el guía que recorre de manera transversal todo el filme y como Sísifo aguanta una pesada carga sobre sus hombros, el peso de la dejadez social que soportan millones de personas en los estratos más bajos . Su frase “ya tá bueno”, es el grito de guerra del que ya se cansó, del que no puede más.

La telaraña de personajes hilvanada en este gran retablo coral va desde la mafia china (La Gangrena) con Chu, Chuito y el Taxista, un gran hallazgo en Wasen Hou como personaje secundario, los haitianos de la construcción con Azul como referente, El Bori de Puerto Rico, con su cohorte para ejecutar sus turbios negocios.

El tándem de delincuentes locales dirigidos por Pancho, un mocano deportado, Martin el Gago, Bárbara la Maeña, La Momia y el resto de sus secuaces, emergen como representantes distinguidos de la elite criminal criolla, entre picaresca y sangrienta.

Para completar, tenemos dos personajes que ponen la guinda al pastel, El Puchy, hijito de papi y mami, un desubicado de la clase alta que frecuenta bares de poca monta, y Pineda, el prestamista, que como el mismo dice, es lo más desagradable y ruin que podemos ver en esta película.

Hay que resaltar el gran nivel de las actuaciones en este filme coral, en un conjunto actoral que mantiene una elevada calidad como pocas veces se ve en el cine criollo cuando manejamos esa cantidad de personajes. Aquí no existe un desbalance que afecte la coherencia dramática, lo que habla muy bien de su director de casting Mario Núñez.

La destacada y preciosa ambientación de Rafi Mercado saca partido del colorido tropical y de los diferentes escenarios en que se mueve esta tragicómica narración de ambiciones y muerte. Mercado se conduce con exquisito gusto y precisión milimétrica para realzar los espacios en donde se desarrolla la acción.

La fotografía y la edición se acoplan perfectamente para darnos imágenes nerviosas y cargadas de atmósfera, rebosantes de color y ritmo en unos tonos de ópera bufa que no tiene desperdicios. La pintura de luz de Juan Carlos Franco en la fotografía y la edición de Ethan Maniquis y de Rosaly Acosta resaltan el look de este festín audiovisual.

Los procesos de musicalización se mimetizan con lo dramático, en una inteligente estrategia narrativa que no deja nada al azar. Aquí la música no ilustra meramente, no es solo un adorno, integrándose como argamasa en la historia de modo imperceptible y eficaz. Lázaro Colón marida una variedad de músicas sin perder el compás del caleidoscopio que armó para disfrute de nuestros oídos.

La Gunguna arranca en una frontera poblada de estafadores, traficantes de todo tipo, uno que otro militar corrupto en una región olvidada de Dios, pero no de los hombres, con un sol de justicia donde precisamente esto es lo que falta, justicia y si es social, mucho mejor.

El abigarrado universo de este filme acoge un “melting pot” caribeño y universal, habitado por obreros, asesinos, mafiosos, prostitutas, chinos, haitianos, rusos y cibaeños, en una tragicomedia con un riquísimo trasfondo de crítica social, lo que demuestra que se puede hacer reír sin perder de vista la profundidad discursiva.

La Gunguna es una obra redonda, trascendente, que camina con paso firme hacia la consolidación de un cine honesto, de calidad estética y con altas cuotas de diversión, dirigido a un público que exige y espera recibir una imagen en la cual se reconozca como colectivo.

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