Opinión

La inexactitud de los degustadores de las obras de arte es un estado mental que traspasa todas las épocas y que se nutre de una cantidad impresionante de prejuicios, medias verdades, falta de precisión e influencias mediáticas de todo tipo.

Léase que no hemos afirmado que sean la mayoría o que su número sea elevado, pues bastan algunas bocinas animosas, creyentes de verdades absolutas, para que se inicie lo que se le llama en la actualidad un “trending topic”. Pero en realidad no son más inteligentes que las ratas seguidoras de la fábula de El Flautista de Hamelin.

Como se muestra muy claramente en la monumental Intolerancia de David W. Griffith, esta es una actitud que pasa de generación en generación, alentada por los voceros conservadores que quisieran detener el tiempo para que nada cambie, y que usualmente no son los que ocupan los lugares al pie de la pirámide, sino los moradores de las alturas de la misma.

Usar la razón para dialogar y desterrarles conceptos errados a esos poseedores de la verdad inmutable es perderse en la temporalidad vacía, estrellarse contra una superficie impenetrable tan dura como el Muro de los Lamentos o la Gran Muralla china.

Si esas actitudes ocurrían en un mundo donde el flujo de la información era limitado, imagínense ahora con este maremágnum que parlotea inagotable en la llamada “era de la información” que mas bien puede ser renombrada como “de la confusión”, pues nunca ha dado tanto trabajo separar el trigo de la paja, o sea, la información útil de la accesoria o prescindible.

Recuerdo una clase de apreciación del cine que impartí en un colegio de la ciudad de Santo Domingo en donde mostré a los jóvenes estudiantes El Perro Andaluz de Buñuel y Dalí con el objeto de medir su nivel de apreciación. Lo que me sorprendió al leer sus informes fue la gran coincidencia de sus opiniones con aquellos que en 1929 acusaban de inmoral u obscena a esa magnífica película, hoy una joya del cine.

¿Tan poco ha cambiado el público desde los años 20 al 2002 o hasta este 2016? ¿Qué coincidencia puede apreciarse entre el público burgués de esa Francia y unos jóvenes de buena familia con una educación de primera? Si el lector pensó que era por el origen social, está más o menos orientado, pero esa es una verdad parcial.

La conexión entre las generaciones cinéfilas, además de los valores adquiridos en el círculo familiar, en los ambientes educativos, o la vía de la publicidad con pretensiones orientadoras, son los críticos o analistas de cine con sus escritos, intervenciones en la radio, televisión y los variados eventos cinematográficos.

Se dice, como una leyenda urbana, que la gente no le hace caso a los analistas de cine, y de tanto repetirla lo asumimos como un axioma escrito en piedra o guardado bajo siete llaves en la nube digital. La inexactitud de tal aseveración puede ser comprobada oyendo al azar las conversaciones de los asistentes a las salas de cine.

Los espectadores no admitirán, ni bajo las más crueles torturas, que se decidieron por esta o aquella película influenciados por los consejos o las opiniones de determinado crítico, pues eso sería perder autoridad moral entre su cercano circulo, que escuchado decir una y otra vez que esos analistas están equivocados.

Por supuesto que están los del lado contrario, que jamás asistirán a ver un filme si no es recomendado por su crítico de cabecera, y que jamás, pero jamás, osaran poner en duda las opiniones de su oráculo, que para ellos es más sagrado que el de Delfos en la Grecia antigua.

No faltara quien, como uno enojado por mi análisis sobre El Renacido de Alejandro González Iñarritu, me pregunte en actitud destemplada si yo había dirigido película alguna, y que quién me creía yo, para, según él, maltratar de esa forma una obra de tanta enjundia, aclamada en el mundo entero.

Para muchos espectadores, y no pocos directores de cine, acudir a argumentos del tipo anterior no es una rareza, pues para ellos, si no eres un hacedor, estás descalificado para analizar una obra. Una opinión que no resiste ninguna razón lógica, y mucho menos una argumentación de carácter histórico.

Pero no toda la culpa es de los cinéfilos. Muchos de los prejuicios toman como ejemplo las catilinarias con que se despachan ciertos críticos ante obras que su arrogancia intelectual les impide valorar con el rigor debido. Olvidan que su labor no es de lapidar lo que no sea de su agradado, sino que es más bien argumentar de forma juiciosa y documentada cuales son los aciertos o las fallas estructurales de una película.

¿Cuánto hay de crítico en un cinéfilo y cuánto de cinéfilo hay en un crítico? La distancia es mínima si tomamos en cuenta que son juicios de valor hechos con profundidad o sin ella, documentados o no, el conocimiento del analista fílmico no debe apartarse nunca de la objetividad, piedra filosofal de la crítica.

Los fanatismos son el cáncer que corroe el amor por un arte, que, como el de las imágenes en movimiento, está sujeto como cualquier otro al vaivén de los gustos y las modas, pecados en que puede caer el espectador pero nunca el crítico. El analista debe mantener una distancia prudente que lo aparte del mundanal ruido sin perder la conexión epocal.

Es una verdad de Perogrullo que los intereses destruyen la capacidad analítica, y no solo hablamos de los intereses económicos sino de los afectivos, pues en el momento en que un analista baja la guardia por el efecto de cercanía afectiva con un creador, y falta a su deber de analizar con rigor una obra fílmica, está pasando del estado de critico al áulico mensajero carente de autoridad ética alguna.

El analista no es el antagonista del cinéfilo, en el caso de que entienda cual es su función que es la de servir de mediador entre la obra y el público. Todo análisis es un diálogo, su fin es hacerse entender o compartir lo que él crea que son las verdades esenciales de la obra, no la egocéntrica exposición de sus opiniones.

Un cinéfilo informado es el estado ideal de un amante del cine, al que lo une la pasión por las imágenes fantasmales de la sala oscura al Aqueronte llamado crítico, con quien no necesariamente tiene que coincidir pero si entender. Todos pasamos por esa etapa en donde nuestro universo fílmico se reduce a la admiración por una cantidad limitada de autores, lo cual es válido.

La crítica está condenada a entenderse con la cinefilia, pues son las dos caras de una pasión por un arte fantasmal, hipnótico, popular y profundo, que podría suscribir las palabras de Galileo Galilei: “… y sin embargo se mueve”.

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