“El Medio Ambiente no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”.
Esta máxima la sustraemos del grito de guerra que habíamos asumido en elprograma “HUELLAS, árboles para el futuro” de la JPLD, mediante el cual logramos cumplir el propósito de sumarnos a los esfuerzos del desarrollo sostenible mediante la siembra de 20,800 ejemplares de árboles.
La idea principal de aquella iniciativa, consistía en emular los esfuerzos que se estaban gestando a nivel mundial, en torno a la necesidad de contrarrestar los efectos del cambio climático, a sabiendas de que gran parte de su incidencia se deriva del impacto directo de la actividad humana en nuestros ecosistemas. En esencia, actividades generalizadas como la tala indiscriminada de árboles, el mal manejo de los desechos sólidos, el impacto de las industrias y el uso de combustibles fósiles, son elementos que han puesto en evidencia la capacidad destructiva a gran escala del hombre durante los últimos 150 años.
Todo esto nos lleva a ponderar los aprestos internacionales por tratar de mitigar los efectos nocivos de tales prácticas, destacándose la Conferencia de Estocolmo del 15 de diciembre del 1972, que diera lugar al “Día Internacional del Medio Ambiente” a celebrarse el 5 de junio de cada año. Por otra parte está el Protocolo de Kioto, firmado en 1997 con el objetivo de reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero, y el cual, a pesar de los precarios avances, logró sembrar la semilla de una nueva forma de proceder por parte de las naciones industrializadas. A partir de dichos avances, se comenzaron a percibir notables esfuerzos científicos por evidencias sobre las implicaciones del cambio climático, en especial como consecuencia del aumento de las temperaturas. De ahí que según proyecciones, no deberíamos permitir que las mismas excedan los dos grados Celsius por encima de la media registrada en la era preindustrial. Documentales de gran calado como HOME; “Antes de que sea tarde”; o “Una verdad incómoda”, siendo los dos últimos de la autoría de destacas figuras como Leonardo Dicaprio y Al Gore respectivamente, han evidenciado el daño a nuestro planeta por concepto de la crecida de los niveles del mar, las sequias, tormentas y el derretimiento de los glaciales. Todo ello como consecuencia de las altas temperaturas, que por cierto establecieron record los años 2014 y 2015, como los más calurosos de la historia.
Esto lo saben las grandes potencias, lo que nos da una mejor idea de la trascendencia del “Acuerdo de Paris”, un compromiso mundial sin precedentes, que fue firmado en el 2015 por 195 naciones que se comprometieron a reducir sustancialmente la emisión de gases de efectos invernadero, sobre todo a niveles que puedan ser absorbidos por árboles y océanos. Dicho acuerdo procura a su vez mantener al mínimo el aumento de las temperaturas (1,5 grados Celsius máximo).
A pesar de la propuesta de que las metas han de ser revisadas recurrentemente, este tratado no es vinculante, por lo que depende más del compromiso voluntario de las naciones firmantes, que de la coacción. Sin embargo a través del mismo ha logrado crear conciencia, incidiendo en la creación de leyes ambientales más rígidas de parte de naciones industrializadas, además del apoyo financiero que las grandes potencias se comprometieron a brindar a terceros países (unos 100,000 millones anuales desde el 2020), con el fin de lograr el objetivo común.
Hoy en día China y Estados Unidos, reconocidas como las dos principales economías del mundo, que además poseen las principales industrias, son las responsables del 40% de las emisiones de estos gases contaminantes. Ambas, a propósito del Acuerdo de Paris, se habían comprometido a reducir sustancialmente sus emisiones, además de incentivar el uso de energías limpias en la medida en que suprimirían el uso de carbón.
No obstante, más allá del consenso internacional sobre el cambio climático, la falta de medidas más comprometedoras por parte del Acuerdo ha permitido que surjan detractores como Donald Trump, actual presidente de Estados Unidos, quien desde los días de campaña señalaba lo alcanzado en Paris como “un invento de China”.
Nadie pensó que sus amenazas irían más allá de la retórica populista de campaña a la que nos acostumbró, por lo que luego de tres días de debate sobre el cambio climático en el pleno del G7, generó preocupación la renuencia de Trump en conciliar posiciones con las otras seis naciones.
En efecto, tal como se comenzaba a sospechar, el mandatario estadounidense confirmó el pasado jueves la salida de Estados Unidos del Acuerdo de Paris, argumentando cargas económicas insostenibles, suponiendo esta medida un gran revés a ese transcendental esfuerzo global. La actual medida se suma a anteriores esfuerzos por derogar toda acción de trascendencia emprendida por Barack Obama, a la vez que se percibe como una victoria para una parte de su círculo, como son los casos de Stephen Bannon y Scott Pruitt. Pertinente es acotar, que a pesar del impacto inicial de la medida anunciada, la ejecución de esta salida de Estados Unidos se tomará unos cuatro años, debido a los mecanismos que para estos fines tiene previsto el Acuerdo de Paris.
Como era de esperarse, Obama criticó públicamente la decisión de Trump, a la vez que apeló al liderazgo estatal, las empresas y al pueblo estadounidense para que asumieran en sus manos esta causa medioambiental. De hecho, unos 61 alcaldes con representación de 36 millones de ciudadanos en general, se mostraron contrarios a la decisión de salir del Acuerdo, prometiendo en cambio aunar mayores esfuerzos para alcanzar las metas.
A estas críticas se sumarían las de otros mandatarios internacionales, en especial desde Europa, quienes le han encarado su falta de compromiso y responsabilidad con el liderazgo que ha de encarnar los Estados Unidos en este tema. Entre los principales están la alemana Angela Merkel, quien calificó de “decepcionante e insatisfactoria”; el francés Emmanuel Macron alegó que Trump ha dado la espalda al mundo; por su parte, Theresa May de Inglaterra, al igual que Merkel usaría la palabra “decepcionante”.
Por si fuera poco, las grandes corporaciones y multinacionales estadounidenses en gran medida han manifestado su desacuerdo con la decisión de Trump, aludiendo a los efectos sobre clima y la competitividad de cara al futuro. A la cabeza de estos reclamos están las grandes firmas del sector energético, como Chevron, Shell Oil Company, ExxonMobil, y General Electrict, quienes a pesar de beneficiarse de los precios bajos de los combustibles fósiles (que representan casi el 90% de la energía mundial), se muestran a favor de seguir incentivando el uso de energías renovables.
A pesar de que Donald Trump alega que su principal interés es “proteger a Estados Unidos y a sus ciudadanos”, lo cierto es que desde ya las demás potencias han mostrado su rechazo a cualquier revisión del Acuerdo de Paris, en el entendido de que “es un instrumento vital para nuestro planeta, nuestras sociedades y nuestras economías”. De momento, la Unión Europea y China surgen como los nuevos líderes de la causa climática, cuyos objetivos tiene por finalidad preservar el ecosistema y la salud del planeta más allá de los años 2050 y 2100.
Desde ya hay quienes temen que la abrupta salida de Estados Unidos, podría terminar por provocar una estampida de este necesario acuerdo, en especial si Trump decidiese también prescindir de la “Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático”, un escenario alarmante, pero preocupantemente posible. Sin embargo, tal decisión podría llevar a que un conglomerado de naciones procure sanciones diplomáticas para Washington, así como la imposición de aranceles a productos estadounidenses por la emisión de carbono.
El mundo está cambiando y la forma de generar energías sigue ese mismo trayecto evolutivo. Estados Unidos aún está a tiempo de revertir esta decisión, lo que puede definirse con las elecciones de medio término del 2018, pues no puede darse el lujo de convertirse en la antítesis del futuro.