La integración está llamada a fortalecer las capacidades institucionales en el contexto nacional y regional. El rol de la institucionalidad es fundamental en cualquier proceso. Basta tomar en cuenta que el déficit de institucionalidad ha devenido en la desaparición de instituciones regionales, tal es el caso que en la actual coyuntura se ventila en UNASUR, un esquema subregional de integración prometedor, que por el no cumplimiento de los mandatos institucionales está técnicamente anulado.
Bien cabe recordar la reflexión del maestro latinoamericanista, Juan Bosch, quien planteaba con mucha sabiduría que “la sociedad que no respeta sus leyes se convierte en una anarquía”, igual ocurre con las instituciones que no observan sus normas.
Segundo, la integración nos posibilita ampliar el mercado disponible para alentar los procesos de industrialización, como temprano fue visualizado por el también regionalista latinoamericano Raúl Prebisch.
De la misma manera, la formación de la cadena de valores tiene lugar con mayor facilidad en el marco de la integración, elevando la productividad del trabajo y facilitando una mayor generación de riquezas que pueden servir de base para enfrentar el subdesarrollo, la pobreza e indigencia.
Tercero, la integración per se estimula los intercambios de capitales fortaleciendo el flujo de la inversión extranjera directa e intrarregional entre países, proporciona el uso de nuevas técnicas de producción a fin de fomentar el desarrollo industrial y tecnológico. Lo que en cierta medida, contribuye a superar la gran asimetría en la distribución de las fuentes externas de financiación.
En América Latina y El Caribe, en particular tres países controlan el 80% de estas inversiones, generando una gran asimetría que sin duda ahoga el desarrollo de amplia zona de la región.
Y cuarto, la integración regional es un mecanismo que consolida la capacidad negociadora en los diversos escenarios internacionales. No es lo mismo negociar en solitario, que hacerlo como bloque. Con ello, la región además de elevar su perfil en el contexto de la división internacional del trabajo, estará en mejores condiciones de desmontar la práctica de convenios bilaterales en perjuicio del multilateralismo, asumido por países hegemónicos en detrimento de las pequeñas economías.
El fuerte de América Latina y El Caribe.
Como región representamos:
Un gran mercado a tomar en cuenta de 630 millones de consumidores.
Somos la más importante reserva de recursos naturales en el mundo.
Poseemos un 1/3 de la gran reserva de agua limpia del planeta.
Somos la gran reserva de oxígeno en la tierra, con 3⁄4 de la reserva global de bosques.
No cabe la menor duda, de que estos magníficos recursos naturales, sumado a los importantes yacimientos de minerales e hidrocarburos y otras riquezas propias de la región integrados en una acción común se potenciaría enormemente en beneficio de los pueblos latinoamericanos y caribeños.
Ahora, ante las evidentes ventajas comparativas que proporciona la integración, cabe preguntarse. ¿Cuáles han sido los obstáculos que han impedido el avance de una integración única y plena?
Las causas sin dudas son multifactoriales, unas exógenas y otras internas.
Primero.- El factor externo históricamente ha estado presente. Debemos recordar que desde el congreso anfictiónico de Panamá de 1826, en el cual los Estados Unidos no asistieron por la oposición de los estados esclavista del sur; en cambio, el enviado especial, James Herdenson, cónsul de Inglaterra indujo la división y desde ese momento hemos sido influenciados para evitar el gran paso regional.
Segundo.- El sesgo ideológico.- Desde entonces, en esta materia ha contado y sigue contando el sesgo ideológico como un factor latente que ha impedido avanzar en la temática integracionista. Uno de los ejemplos más recientes referente a este comportamiento se revela en la situación política de UNASUR, que dado el relevo de algunos gobiernos progresistas que degeneró en una contradicción antagónica que terminó liquidando dicha institución sustituyendola improvisadamente por “Prosur”.
De la misma manera, históricamente observamos a la Organización de Estados Americano, (OEA), como un instrumento de choque de fuerzas internas gravitando negativamente en la unidad regional, mediante la puesta en práctica de un sesgo ideológico que quiebra el avance de la agenda regional.
Sus más ardientes acciones en los últimos anos han tenido lugar frente al caso de Venezuela, auspiciando la conformación del Grupo de Lima, un bloque de países cuya acciones contradicen el principio de no injerencia en los asuntos internos de los estados, que en cierto modo, ha quebrado la unidad necesaria del hemisferio latinoamericano y caribeño.
En tal sentido, nos parece imperativo hacer acopio de las experiencias de otras regiones, como es el caso de la región Europea, que después de tres siglos de guerras intestinas se pusieron de acuerdo, a los fines de iniciar y hacer prosperar un exitoso proceso de integración.
Y tercero.- El gran reto que debe abordarse en el marco de la CELAC, como entidad que ha de convertirse en la rectora del proceso de integración, está en aprender a superar los remanentes de una actitud de guerra fría, de intolerancia e irrespeto al principio de autodeterminación de los pueblos que nos ha distanciado y nos sigue distanciando, en menor proporción, pero es un fenómeno que aún está latente.