Por: Carlos Manzano | El apagón nacional ocurrido recientemente, al que se le ha bautizado con el nombre de ¨blackout¨, no es un hecho aislado, ni una simple falla técnica o error humano, como se le quiere tildar.
Es, en realidad, el reflejo de un problema mucho más profundo: la debilidad estructural de las instituciones públicas y la falta de planificación y control que caracteriza la presente gestión del Estado dominicano.
En los últimos años la administración pública ha venido evidenciando serias dificultades: obras mal ejecutadas, falta de aulas, hospitales sin equipos ni medicamentos, puentes y acueductos colapsados, deterioro en los servicios de salud, educación y energía.
A ello se suma la improvisación en la designación de funcionarios sin la debida preparación técnica, y la ausencia de un sistema real de monitoreo y evaluación.
El apagón masivo vino a desnudar esas falencias. Puso en evidencia la carencia de protocolos efectivos, procesos documentados, de monitoreo constante y de supervisión técnica en áreas vitales para el funcionamiento de la dinámica nacional.
Deja al descubierto una alarmante carencia de control y mantenimiento del sistema energético nacional. El blackout no solo dejó al país en la oscuridad física, sino que también expuso la oscuridad institucional de un gobierno que ha descuidado áreas estratégicas mientras se concentra en la propaganda y el maquillaje mediático.
Lo ocurrido debe de llamarnos a preocupación a todos, y debe servir como una advertencia sobre la necesidad de fortalecer la gestión y garantizar la estabilidad del servicio eléctrico en beneficio de toda la ciudadanía.
El pueblo dominicano no puede seguir siendo víctima de la improvisación y de la incapacidad de un gobierno que prometió estabilidad y eficiencia, pero que ha demostrado todo lo contrario.
Un colapso de esta magnitud no se produce por casualidad, sino por la ausencia de una política seria de mantenimiento, supervisión y fortalecimiento institucional.
Cuando un país carece de instituciones sólidas y de funcionarios competentes, cualquier eventualidad —por más mínima que sea— puede convertirse en una catástrofe.
El Estado dominicano sufre hoy de un mal crónico: la debilidad institucional. Se gobierna más con discursos que con gestión, más con propaganda que con resultados. No hay una política pública sostenida en la planificación, la evaluación y la continuidad. Cada error se repite porque no existe una estructura estatal robusta que aprenda, corrija y prevenga.
El denominado blackout, más que un apagón eléctrico, fue un apagón institucional y emocional. Una metáfora de cómo el país se apaga, no por falta de energía eléctrica, sino por la erosión de la confianza, de la eficiencia y de la capacidad de gobernar con visión.
La República Dominicana necesita, más que luces encendidas, instituciones fuertes, planificadas, modernas y dirigidas por profesionales competentes. De lo contrario, la oscuridad seguirá siendo el símbolo de un Estado que, lamentablemente, no logra encender su propio desarrollo.