Opinión

Cada vez más estamos asistiendo a un mundo incierto, fruto de la volatilidad frecuente con que se han estado estremeciendo los mercados financieros, la especulación de los precios del petróleo en los mercados internacionales y la perturbación en las actividades económicas. En adición, se ha ingresado a la era de los déficits gemelos de manera prolongada, esto es, combinación de déficit fiscal y déficit de balanza de pagos, situación que en la práctica se traduce en un mundo de incógnitas de cara al futuro inmediato.

Pero resulta que a todo lo señalado hay que agregarle el exceso de endeudamiento en que han caído tanto las grandes economías desarrolladas, así como las economías en vía de desarrollo, lo que es consistente con los inocultables déficits gemelos y cuya expresión es el incremento exponencial de la vergonzosa desigualdad social que rodea al mundo, frente al 1% que concentra la riqueza que existe en el planeta. Esta realidad irrefutable es lo que explica que en diferentes puntos del globo terráqueo haya rebeldía incontrolable e inconformidad permanente ante la insatisfacción a la demanda de la gente que procura ver un futuro lleno de certidumbre.

Para muchos, tal situación es consecuencia de las transformaciones, que en las últimas tres décadas ha registrado la economía mundial, pero en virtud de que se presume que asistimos a las grandes bonanzas derivadas de la globalización, la tecnología y la liberación financiera global, también se iniciaría un crecimiento económico indetenible que permitiría repartir entre todos los beneficios que provendrían de esas opulencias. El tiempo y las desesperanzas han demostrado que tal impresión solo es ilusión de un futuro que se prolonga en el ánimo de los que menos tienen.

Buscar responsables quizás no resuelva las perturbaciones que vive la economía mundial, sin embargo, identificar los orígenes del malestar conduce a entender con precisión las causas reales de la misma, sus consecuencias y posibles alternativas para superarla, es por tales razones que el premio nobel de economía, Joseph Stiglitz, en su libro la gran brecha reflexiona que la causa de la situación actual es consecuencia de: “la catástrofe que fue el gobierno de Bush, ya que los daños que han sufrido la economía estadounidense, sus repercusiones seguirán sintiéndose en los próximos años con mas tensión”.

Es que Stiglitz entiende que el nivel de deuda por encima del 70% que Bush dejó de herencia, el déficit comercial por la respetable suma de US$850 mil millones, el déficit presupuestario de 3,6% del PIB, con un impacto desastroso por cada dólar, así como un dólar debilitado en los mercados de divisas y estimular la especulación del alza del petróleo, las bajas desagradable en las tasas interés, inferior al 1%. En adición, el costo fiscal, para USA, de la guerra de Irak y Afganistán, además de sangre y recursos financieros, de manera global han tenido consecuencias explosivas para la economía norteamericana y el mundo.

El camino hacia el futuro se coloca cada vez más pedregoso, ante realidades como las expuestas, ya que la desigualdad imperante en el mundo es el principal obstáculo para dar el salto hacia una mejor calidad de vida, ya que se trata de la principal destrucción de la economía, y por vía de consecuencias, impacta de manera negativa en la misma, cuyos resultados han sido tener una sociedad con grandes brecha de oportunidades. Pero indiscutiblemente, ese precio lo termina pagando la democracia y la población.

Las transformaciones que se han registrado en el mundo desde inicio de la década de los 90s hasta hoy en día, se atribuyen al acelerado proceso de globalización, fruto de que la misma se ha producido en el comercio, los mercados financieros, la tecnología, cultura y lo político, razones por las cuales las estructuras económicas, sociales y los sistemas financieros, político y democráticos han dado un gran giro impensable, por lo que la situación de la pobreza se le atribuye una gran responsabilidad a la globalización.

Al respecto, en su libro el malestar en la globalización, Stiglitz sostiene que la globalización: “Si bien trajo muchos beneficios, los más beneficiados fueron aquellos países que se hicieron cargo de su propio destino y no creyeron en un mercado autorregulado que resuelve problemas. Es simple: si la globalización sigue gestionada como lo está, sólo generará más pobreza y más inestabilidad”.

Es en la inestabilidad donde se refugian los riesgos que hoy en día amenazan a la humanidad convirtiéndola en un polvorín, fruto de la presencia de más desigualdad, menos democracia, menos institucionalidad y mayor volatilidad macroeconómica. Y es bajo ese enfoque que Stiglitz aconseja que: “Si logramos cambiarla, entonces podremos decir que el malestar en la globalización no fue en vano”, por fortuna hay muchas personas en el mundo que reconocen estos problemas, y voluntad política para cambiarlos, les sobra. Y esos deben ser los caminos que conducen hacia el futuro.

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