Señoras y señores: Es un honor participar nuevamente en esta Cumbre Iberoamericana.
Y quisiera agradecer a nuestro país anfitrión, Panamá, su amabilidad al recibirnos y hacer posible este espacio para reflexionar juntos sobre los retos y oportunidades que nuestras naciones hermanas tienen entre sí.
Esta cumbre es una ocasión perfecta para levantar la vista de nuestro trabajo diario y nuestros contextos nacionales y pasar a considerar por un momento el marco global en el que tienen lugar nuestros esfuerzos de desarrollo.
Y cuando lo hacemos no podemos dejar de recordar, como nos confirman cada día los titulares de la prensa internacional, que vivimos tiempos de crisis.
Como todos sabemos, hace casi exactamente cinco años, una crisis originada en el sector financiero de los países desarrollados se extendió rápidamente a todos los sectores productivos y afectó al conjunto del planeta.
Las consecuencias del shock económico, solo comparable con la gran depresión del 29, aún no han dejado de sentirse.
Lo que para unos pocos había significado ganancias de cientos de millones de dólares se transformó, de la noche a la mañana, en la pesadilla de decenas de millones de desempleados, y en profundos recortes de los beneficios sociales en muchos países.
La prioridad ha sido rescatar a los bancos.
El diagnóstico sobre el origen de esta debacle ha sido unánime: la excesiva desregulación del sector financiero durante las últimas décadas creó entidades consideradas «demasiado grandes para caer», que poco supervisadas, se entregaron a una economía, en la que se privatizaban los beneficios y se socializaban las pérdidas.
Propuestas para resolver la situación no faltaron: a corto plazo, por supuesto, aumentar la liquidez en el sistema.
A largo plazo: restringir ciertos productos financieros, separar la banca minorista de la de inversión, regular los paraísos fiscales y los precios de transferencia.
En definitiva: Reforzar el poder de los Estados frente al poder económico.
¿Quién lideraría este proceso de democratización?
Se habló del G8, del G20, de la Unión Europea…
Sin que finalmente ninguna de estas instancias lograra pasar de las palabras a los hechos.
Distinguidos jefes de Estado y de Gobierno: Cabe ahora preguntarse, cinco años más tarde, ¿qué está ocurriendo?
En ausencia de grandes cambios desde arriba, hemos visto a los pueblos reivindicar e impulsar los cambios desde abajo.
En una situación en la que grandes instituciones se declaraban impotentes para impulsar los cambios necesarios, hemos visto las calles, tanto de países desarrollados como emergentes, bullir con propuestas.
Estas exigencias y proposiciones varían de país en país, cambian con el tiempo, y se presentan frecuentemente de forma desordenada.
Sin embargo, para quien quiera escucharlas, su sentido último es claro.
Las grandes mayorías, cada vez mejor educadas, tanto en el norte como en el sur, exigen una administración más transparente y democrática y una economía al servicio de las personas, y no al contrario.
Lo que una vez fuera llamado “estado de bienestar” para destacar el compromiso y responsabilidad del Estado por la calidad de vida de las personas, reemerge en el imaginario público y resume las aspiraciones de millones de ciudadanos insatisfechos.
Con ese instrumento se obtuvieron algunos de los mayores avances en desarrollo y seguridad que ha visto la historia.