Analistas políticos aventuran teorías de todo tipo, casi todas influidas por buscadores de oportunidades políticas y económicas, con tal de crear fisuras en los que son ya liderazgos históricos del Partido de la Liberación Dominicana, representados por el doctor Leonel Fernández y el licenciado Danilo Medina.
En el caso del doctor Fernández, ya éste trasciende los linderos peledeístas, y se encamina alcanzar la cima donde se encuentran los conductores modernos de grandes multitudes: Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez.
El VIII Congreso del PLD movilizó a más de 800 mil militantes de la organización, en momentos en que los partidos políticos tradicionales de América Latina desaparecen o pierden vigencia, erigiéndose esta organización en la más formidable amenaza de cambio y modernización del presente siglo en el país para los sectores de poder locales y extranjeros.
A diferencia del doctor Balaguer que se enseñoreó en el escenario político nacional, aprovechando sus innatas dotes políticas y auxiliado de una zorruna habilidad para fomentar grupos económicos nacionales y extranjeros, a veces a costa del Estado, y otros grupos militares que sustentaron su poder político, pero sin estructura política real; el PLD es una entidad política corporativa que ha modernizado casi toda la estructura del Estado, haciéndolo autosostenible, con capacidad operativa y financiera propia.
Desde el poder, las administraciones peledeístas desarrollan un proyecto de nación que se encamina a pasos agigantados hacia el estadio económico y social que caracterizan a las naciones desarrolladas. Ya eso lo comienzan a percibir sectores sociales de todos los estratos, principalmente los situados en la base de la pirámide social.
No por casualidad, intelectuales y hacedores de opinión a expensas de sectores de poder nacionales y extranjeros, emplean sus mejores armas en procura de desnaturalizar la imparable maquinaria transformadora que representa el PLD de estos tiempos.
Al inicio de la primera administración peledeísta de 1996, los sectores en que se soporta el exitoso modelo de desarrollo económico dominicano se encontraban en proceso avanzado, pero les faltaba mayor definición respecto a su relación e interdependencia del exterior; de instituciones estatales fuertes, autosuficientes y modernas y de políticas sociales (seguridad social de salud y pensional), de combate a la pobreza.
La desregulación del mercado, que hubo primero de establecerse por decreto-ley anticipándose a la resistencia de los “chaeboles” criollos, se consolidó a partir de entonces con acuerdos de libre comercio con Centroamérica y el Caribe; se puso fín, con la capitalización (que no privatización), a la toma de empresas públicas ya ineficientes como fuentes de beneficencia de zánganos políticos y militares gracias al insostenible subsidio estatal y se garantizó estabilidad a los actores económicos, los que respondieron activando la inversión y los sectores básicos. En esa primera gestión, se elaboró y entregó al Congreso con mayoría opositora, el proyecto que terminó creando el Sistema Dominicano de Seguridad Social, y también se inició la modernización del Estado. Todo esto sirvió para dejar sentado el ánimo público que cuatro años de crecimiento económico con estabilidad presentaban cartas credenciales hacia el futuro.
Desplazado el PLD del poder en el 2000, se puso en evidencia que sus sucesores improvisaban y sin claro norte de nación, condujeron al país a su peor crisis de los tiempos modernos, pagando el precio de perder el 20 por ciento de su riqueza.
El PLD regresó por sus fueros, esta vez para completar su proyecto de nación: consolidó la seguridad social; modernizó y descentralizó la administración pública; hizo clara separación de los poderes públicos, dándoles autosuficiencia de gestión a los poderes judicial, congresual, electoral y municipal; emprendió el programa de combate a la pobreza, ahora alimentada por los desempleados del desarrollo tecnológico y la mecanización que trajo consigo la globalización; modernizó los sistemas de transporte (Metro) y viales; destrabó del autochantaje la minería, relanzándola como también relanzó la agropecuaria; convirtió al Banco de Reservas en la más sólida maquinaria financiera y garante del Estado y legó una Constitución de siglo 21 a la par de las más avanzadas.
En la presente gestión peledeísta, se ha vuelto la vista a la base del pueblo dominicano, pues al casi duplicar los recursos del Bagrícola para los productores medianos y pequeños se incrementan las reservas de la autosuficiencia alimentaria, y se incorporan nuevos productores y productos a la oferta del mercado interno y de exportación mediante el respaldo activo a las estructuras medianas y pequeñas.
Con habilidad sólo atribuible a políticos de estirpe, el gobierno se escapa a la encerrona fondomonetarista, basada en la manipulación de resultados fiscales, que buscaba atarle de manos e inutilizarlo desde inicio mismo de su gestión; los que fueron atraídos como abejas al panal, tienen que compartir con el Estado, en partes iguales, la riqueza aurífera y de otros metales que se les ofreció como atractivo; y se le devuelve al pueblo la autoestima y personalidad con una sentencia que sorprende al mundo por su detallada y uniforme visión de nacionalidad.
Queda claro, entonces, que Leonel y Danilo se complementan.
Que tanto Danilo como la superestructura peledeísta, que llegaron al poder únicamente motivados por los deseos de servir al pueblo dominicano, encontraron en Leonel el visionario que entendió llegado el momento del gran salto hacia adelante de todo el pueblo dominicano.
El gran objetivo, de los que tardíamente procuran reaccionar para preservar el antiguo statu quo, es tratar de desunir, soliviantar, la unidad de estos dos líderes. Tarea imposible ante el probado espíritu de cuerpo que caracteriza al PLD.