Divididos los líderes principales en la lucha contra los remanentes de la dictadura de Ulises Hereaux (Lilís), Jimenes y Vásquez, el lilisismo encontró en la persona de Alejandro Woss y Gil a un líder cuya batuta les unificaría para volver a disfrutar de las mieles del poder.
Astutos lilisistas se camuflaban tanto de jimenistas como de horacistas azuzando las rivalidades, avanzando certeramente en el objetivo de sustituir el gobierno de Vásquez, destacándose en tales acciones Pedro Pepín y Remigio Zayas, mejor conocido como Cabo Millo, de quien cuenta la historia que “se le permitía imprudentemente el acceso a los cuarteles”.
El tal Cabo Millo logró conquistar a las tropas azuanas en su condición de compueblano y antiguo jefe, y tuvo la habilidad de planificar un levantamiento en colaboración con el general José Dolores Pichardo. Un 23 de marzo del 1903, a la 1:00 de la tarde, penetró este habilidoso lilisista en la Fortaleza Ozama donde le esperaban presos políticos y criminales en combinación con carceleros ganados para la causa, abandonando sus calabozos para integrarse a la insurrección contra Vásquez.
A partir de ese 23 de marzo el país se convirtió en una verdadera orgía de sangre. Los rebeldes dieron muerte a todo el que intentó defender al gobierno con las armas y ya a las seis de la tarde tenían el control del la Ciudad Primada de América, provocando la capitulación de los representantes del Presidente. “Los trescientos presos criminales armados, entre ellos algunos bandidos extranjeros, aterrorizaban al atormentado vecindario con sus atropellos y venganzas”, dice un autor citado anteriormente.
Añade que “una vez dominada la Fortaleza los principales jefes rebeldes se dirigieron a la casa del general Alejandro Woss y Gil y le invitaron a asumir la dirección. Púsose al frente de ellos, desplegando extraordinaria energía en la organización de la defensa de la plaza”.
Woss y Gil había ocupado varios cargos durante la dictadura de Hereaux, entre los que se destacan el ministerio de Fomento y el consulado de New York. “El lilisismo, en su empeño de utilizar al jimenismo prescindiendo de Jimenes, vio en él su caudillo natural”.
Gran parte del país se había convertido en un matadero humano, pero la situación más dantesca se vivía en la Capital, donde ya comenzaban a escasear los víveres y se consumían las escasas latas de leche condensada, bacalao y carne salada, improvisándose con extranjeros y no combatientes una Cruz Roja y un hospital de sangre.
Se recuerda que el 12 de abril el barrio de San Carlos, levantado con casas de madera, se incendió casi en su totalidad en un combate que duró toda la noche por el control del Fuerte de la Concepción entre tropas rebeldes y leales al gobierno. Pero hasta allí se observaban la división y los celos entre los comandantes horacistas que competían por la gloria de evitar la caída del régimen.
“Horacio Vásquez, con una jaqueca que no le abandonaba un instante, desafiaba el peligro, pero carecía de energías para imponer obediencia a sus subalternos”, refiere el historiador F. Mejía. El celo fue notorio entre los oficiales Toribio y Cordero, primero, y entre éste último y Aquiles Alvarez, después. Pero juntos, planificaron tomar a sangre y fuego la ciudad intramuros bajo el control de los rebeldes.
“Pero ciegos de coraje y carentes de experiencias ambos, deseoso Cordero de entrar en la ciudad con laureles de Héroe, para ofrendarlos a la novia que lo iba a esperar en su balcón, confiada en el triunfo de su arrojo”, dice el autor. Tanto Cordero, como Alvarez y su acompañante Antonio Hernández cayeron abatidos en su osadía, el 18 de abril. El combatiente Eliseo Cabrera, con una herida en el vientre, logró retornar a la Plaza San Carlos, donde le esperaba el presidente Vásquez.
Los últimos acontecimientos decretaron la caída de Vásquez con menos de un año en la Presidencia. Demoralizado lloró la muerte de sus jóvenes oficiales, retirándose a El Pozo de San Francisco de Macorís, lugar donde se había refugiado junto a Mon Cáceres tras participar en el asesinato del dictador Lilís. Y allí, precisamente, lo esperaba su viejo compañero listo para marchar con nuevas fuerzas a la capital. El mismo Vásquez le hizo desistir de esa idea.
Ambos caudillos prefirieron embarcarse por Puerto Plata con destino a Cuba junto a un grupo de sus partidarios. En la Capital, mientras tanto, se silenciaron los cañones. Poco después, improvisados grupos musicales, entre la algarabía y el aguardiente, interpretaban un merengue con el estribillo: “se va Horacio se va/ se va el generalí/ ya tiene la batuta/ Alejandrito Gil”.