A tan solo dos años y medio del fin de la ocupación militar del territorio iraquí por parte de Estados Unidos, milicias musulmanas suníes avanzan con pocos tropiezos hacia Bagdad después de haber tomado varias ciudades importantes del país árabe.
El gobierno de Nuri al-Maliki, que quedó al frente del país contando con un ejército integrado por elementos de la mayoría chií, entrenado y equipado por Estados Unidos, ha solicitado ayuda urgente al presidente Barack Obama.
El mandatario estadounidense, que llegó al poder criticando las muy costosas aventuras militares de su antecesor republicano y que convirtió la retirada de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán en objetivos fundamentales de su política exterior, se ve ahora en la difícil situación de tener que reaccionar ante el avance de los yihadistas agrupados en la organización terrorista ultra radical denominada Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), un desprendimiento del grupo Al Qaeda que declara como su radio de acción un vasto territorio, donde sueña establecer un califato del islam.
El presidente Obama se ve frente a este nuevo reto, además, a menos de tres semanas de haber pronunciado su discurso en la Academia Militar de West Point, en el que prometió basar la política exterior del país en lo que resta de su mandato más en la diplomacia que en la fuerza y con menos “aventuras militares”.
Resuelto a evitar verse empantanado en intentos riesgosos, el mandatario estadounidense ha descartado de antemano un nuevo despliegue de tropas en territorio iraquí, aunque baraja posibles opciones militares.
Obviamente, no dar la cara ante la posibilidad de que Irak caiga en manos de un grupo como el EIIL, al que se acusa de ser más sanguinario que Al Qaeda, sería a todas luces un acto de irresponsabilidad si se toma en cuenta que el cuadro actual iraquí es una herencia directa de la intervención norteamericana, que se produjo supuestamente para combatir el terrorismo y derrocar el régimen despótico y sanguinario, que estaría en posesión de armas de destrucción masiva.
Saddam Hussein y sus principales colaboradores fueron colgados en lo que, más que a una acción de Estado, se asemejó a un acto de venganza típico de bandas delincuenciales. A Saddam Hussein jamás le demostraron sus nexos con el terrorismo, las armas de destrucción masiva nunca aparecieron y las acciones despiadadas que le atribuían a su gobierno fueron a todas luces sobredimensionadas.
Pero el hecho es que, derrocado el régimen de Saddam Hussein, Estados Unidos instaló al grupo chií de Al-Maliki en el poder. Preparar y equipar al ejército responsable de la seguridad del país le costó al gobierno norteamericano 25 mil millones de dólares. El régimen producto de la intervención, en un intento por afianzar su control del país, se dedicó a reprimir brutalmente a los grupos étnicos y de creencias religiosas distintas, sobre todo a los suníes, al que perteneció Saddam Hussein. Ahora, frente al pedido de ayuda para contener la ofensiva de los yihadistas suníes, Barack Obama no ha tenido más remedio que condicionarla a que cesen los actos de barbarie que han sido ampliamente documentados. Y esto no sin antes exhortarles a “resolver sus propios problemas, porque nosotros no podemos hacerlo por ellos” (los militares del régimen abandonaron sus puestos en distintas ciudades sin tirar un tiro, por miedo a los yihadistas).
En un ejercicio de franqueza, el presidente Obama ha dicho que todo el poderío militar de Estados Unidos sería insuficiente para resolver las complicadas contradicciones internas de Irak y Afganistán. Al tiempo que declaración de impotencia, esta afirmación es el elogio más grande que se le ha podido hacer a Saddam Hussein, quien en un país de extremismos religiosos se las arregló para construir un Estado laico y articular un estable equilibrio de poderes en base a una combinación de astucia, coerción y concertación.
La ruptura del esquema de poder diseñado por Estados Unidos en Irak con la irrupción del EIIL en el escenario y la toma por parte de los kurdos de la estratégica Kirkuk, es el producto, además, de los graves errores cometidos por la administración estadounidense en la zona.
El EIIL es de las organizaciones terroristas que ha echado músculos en la lucha contra el régimen de Bashar Al-Asad en Siria. Parte de las armas que actualmente utiliza este grupo en su ofensiva contra el gobierno de Al-Maliki en Irak fueron obtenidas por este grupo a través de los corredores de abastecimiento que se establecieron en Siria.
Se da así la extraña circunstancia de que Estados Unidos se ve ante la necesidad de combatir como enemigo en Irak a un grupo que combate por su misma causa en Siria.
Pero ahí no para la cosa. Estados Unidos precipitó la salida de sus tropas del territorio iraquí por desacuerdos con el gobierno de Al-Maliki, que no tardó en establecer una alianza estratégica con el gobierno de Irán, justo en el momento en que Washington imponía sanciones a este país por su programa nuclear.
Por tanto, Estados Unidos tiene como principal aliado en Irak a quien a su vez es un aliado estratégico de uno de sus enemigos en la zona. Por separado, ambos países han prometido actuar para contener el avance yihadista en el país árabe. ¡Extraña coincidencia!
Para completar el cuadro que pudiera parecer extraído de una novela de Agatha Christie, digamos que organismos de inteligencia de países occidentales han podido comprobar que viejos aliados suyos, como es el caso de Arabia Saudita y Qatar, han estado apoyando a grupos terroristas en Siria y otros países de Oriente Medio y el norte de Africa. Se quejan del cambio de postura de Estados Unidos frente a Irán, con cuyo gobierno ha entrado en negociaciones, y de lo que denominan como falta de resolución de este país en sus actuaciones frente a Siria.
Estados Unidos luce atrapado en un juego de nunca acabar en el Oriente Medio. El presidente Barack Obama es consciente de ello y trata de salirse, pero la dinámica que en torno al mismo se ha desatado vuelve y lo mete, consumiendo las energías que el país necesita para relanzar su debilitada economía y preservarse como gran superpotencia.