El próximo 16 de este mes de agosto, celebraremos el ciento cincuenta y un aniversario de la Gran Epopeya de nuestro pueblo, que inició ese día la lucha armada, contra las tropas españolas que ocupaban el país, para reconquistar la Restauración de la República, cuya soberanía había vendido el gran traidor de la historia, Pedro Santana. En reiteradas ocasiones, por no decir muchísimas, hemos afirmado fuera de nuestro país y aquí también, que el episodio que se desarrolló desde esa fecha de agosto del 1863, con el llamado Grito de Capotillo, es la Gran Epopeya de los dominicanos; convencido, el autor de esta columna, que en la realidad histórica, es un hecho sin precedentes en la vida de los pueblos americanos, y hacemos esa afirmación porque México restauró su independencia contra el desgraciado proyecto de Maximiliano de Austria, pero en la etapa final de su lucha, bajo la dirección de Benito Juárez, estuvo ampliamente apoyada por los Estados Unidos de América.
El único pueblo, en la historia de América, que ha combatido en más de cinco ocasiones, con ejércitos y fuerzas expedicionarias de otros países, es el pueblo dominicano, que remonta la génesis de su existencia, al asalto que encabezaron Caonabo y Mairení, en defensa de su territorio, cuando destruyeron e incendiaron dando muerte a cuarenta españoles que había dejado Cristóbal Colón, en el llamado Fuerte de la Navidad, constituyéndose ese hecho admirable, en la primera acción de insurrección en territorio americano. Años después, allá en los finales de mil quinientos diecinueve, dio inicio el levantamiento encabezado por el aborigen, transculturizado que hablaba español y sabía leer y escribir, que dejó como recuerdo el nombre de Enriquillo. Vinieron, años más tarde, otros episodios de extraordinaria trascendencia, como la derrota ocasionada en 1655, a la expedición de Penn y Venables, enviada por Oliverio Cromwell, “Protector de Inglaterra”, que ha sido, la derrota militar más grande que ha sufrido la nación inglesa en toda su historia militar.
Por eso señalamos en días pasados, en forma reiterativa, que sin la presencia de las Fuerzas Armadas Dominicanas: Ejército, Armada de Guerra y Fuerza Aérea, la República Dominicana, no existiría. A las Fuerzas Armadas, deben sumarse la Policía Nacional, como institución civil uniformada, preservadora del orden público y del ejercicio de los derechos ciudadanos y el apoyo de las iglesias cristianas, encabezadas por la Iglesia Católica Apostólica Romana. Las instituciones antes señaladas, son las que conforman en términos históricos reales, los perfiles auténticos de nuestra nación, y debemos señalar que la nación es la existencia de un conglomerado humano, con identidad de idioma, hábitos de vida, costumbres y afinidad religiosa, condiciones básicas en términos dialécticos históricos, que tienen profundas raíces en el pueblo dominicano.
Por esas razones, querer unificar a los haitianos con nosotros, quienes como dijo Juan Bosch, no son más que un “conglomerado humano”, unificado a través de dialectos en términos idiomáticos, sin costumbres ni hábitos de vida, y con un sentimiento religioso carente de toda sensibilidad humana, es un proyecto infame, grosero e irrespetuoso, aunque esté auspiciado en términos económicos, con tres de las naciones más poderosas del mundo: Estados Unidos de América, Canadá y Francia. ¡Esa infamia, nunca será aceptada por el pueblo dominicano!