El poderío aplastante de las fuerzas de Ocupación, con evidentes propósitos de prolongar su presencia en tierras dominicanas por un período impredecible, llevó a los patriotas de todas las corrientes a buscar la solidaridad internacional por toda América y otros continentes, en reclamo del retiro de las tropas extranjeras, por el retorno a la soberanía de manera que la bandera tricolor volviera a enhestarse por doquiera en sustitución del emblema de las barras y las estrellas.
Delegaciones de dominicanos que se encontraban en el exilio recorrieron foros internacionales en la creación de conciencia sobre los derechos de la pequeña nación caribeña pisoteada por las botas yanquis, advirtiendo que contradecía la pregonada política de la propia nación estadounidense basada en la buena vecindad y el respeto a la libre determinación de los pueblos.
El grito patriótico dominicano encontró eco en el propio territorio norteamericano, donde legisladores contrarios al Presidente Wilson condenaban su política imperialista y exigían la desocupación de la República Dominicana.
Es evidente que terminada la Primera Guerra Mundial en 1918 en mundo entró en un proceso de distensión que permitió al concierto de naciones prestar atención a quejas de pueblos sometidos por el poder imperial y cuyos gritos eran imperceptibles durante el enfrentamiento bélico entre las grandes potencias.
Ya en enero de 1920 el país recibió dos prestigiosas personalidades que prestaron sus respectivas influencias a la lucha de los dominicanos por la Desocupación. Se trató del dirigente sindical dominicano reconocido en las centrales obreras norteamericanas Eugenio Kunhard y el famoso poeta español Francisco Villaespesa.
Durante sus largos años de trabajo en los Estados Unidos, Kunhard estrechó relaciones con la “American Federation of Labor”, poderosa organización representativa de grandes sindicatos obreros de Norteamérica, con cuyo respaldo recorrió prácticamente todo el país comunicándole la solidaridad de los trabajadores estadounidenses con la causa dominicana.
Una de las más concurridas actividades encabezadas por el sindicalista dominicano formado en los Estados Unidos se celebró en el teatro de la ciudad de San Francisco de Macorís, donde sus anfitriones, encabezados por el licenciado Luis F. Mejía, resaltaron sus aportes a la lucha dominicana al tiempo que llamaban a la unión de todos los dominicanos a unirse contra la intervención.
Samuel Gompers, entonces presidente de la referida federación laboral norteamericana, por gestiones de Kunhard, solicitó la restitución del gobierno propio a Santo Domingo y prestó colaboración a la Comisión Nacionalista Dominicana, enviando una delegación para investigar sobre la situación política que vivía el país y denuncias sobre el tipo de apoyo del gobierno militar a los centrales azucareros en la explotación de los obreros de color.
Los informes de la organización sindical norteamericana fueron dados a conocer en la opinión pública del gran país del Norte, creando conciencia y sensibilización sobre los abusos a que eran sometidos los dominicanos por las tropas de Ocupación, lo que redundó posteriormente en el reclamo internacional por la desocupación del territorio nacional.
El mundialmente famoso poeta español también llegó en enero del 1920. De gira por los países hispanoamericanos, incluyó en su periplo a la pequeña nación caribeña, República Dominicana, que lo mismo que el vecino Haití, sufría el azote de la Ocupación.
Villaespesa, en solidaridad con los dominicanos, escribió un vibrante poema épico dedicado a la Ciudad Primada de América, en el que instaba a sus habitantes a levantarse contra los invasores. La prensa dominicana de la época resalta que “en los actos, en los banquetes y homenajes efectuados en su honor, al calor de sus versos, crecía el sentimiento nacionalista”.
Don Vetilio Alfau Durán, en su voluminoso libro Anales, publicado por el Banco de Reservas en 1997, recoge íntegramente el poema, que expresa en una de sus estrofas: “Santo Domingo, Ciudad ferviente,/ ni en los sudores de la agonía/ jamás vencida dobles la frente,/ y en tu futuro de luz confía,/ porque de toda la estirpe ibérica/ la fe indomable, y el fuego entraña/ en los volcanes de tu alma homérica/ y serás siempre para la América/ lo que Toledo fue para España…/La ciudad Santa, donde la Historia/ tímida entre, descalzo el pie,/ a deslumbrarse con tu memoria./ El arca sacra de nuestra gloria/ y el relicario de nuestra fe”.
El escritor y político Joaquín Balaguer, en su obra Memorias de un Cortesano de la “Era de Trujillo”, recuerda el impacto que tuvo la presencia del bardo en la ciudad de Santiago de los Caballeros. “La actividad intelectual, nota característica de este período en la sociedad de Santiago, se desvió hacia el campo político con el arribo al país en 1921 del famoso poeta español Francisco Villaespesa. Santiago, al igual que otras ciudades del país, lo aclamó con entusiasmo delirante. Toda la sociedad cibaeña se congregó para festejarlo en el Centro de Recreo”.
Balaguer, seis veces Presidente de la República, refiere que “el viaje de Villaespesa sacudió de un extremo a otro toda la Nación. Su Canto a Santo Domingo se hizo popular en pocos días y la gente lo recitaba en las calles y los hogares con verdadera euforia”, y añade que el poeta visitante “sintió en su pecho de español las tribulaciones de la isla cautiva, que acertó a traducir en sus versos la cólera contenida de todo un pueblo adormecido por largos años de intervención extranjera”.
El autor de las Memorias sostiene que con la visita de Villaespesa “se inició la cruzada nacionalista que dio al fin al traste con la ocupación del territorio dominicano por los Estados Unidos”.
Pese al prestigio del cantor hispano, las autoridades de Ocupación llegaron a hostilizarle con frecuentes “amonestaciones”, aunque se abstuvieron de expulsarlo del país, lo que habría hecho más resonante internacionalmente su labor solidaria con los dominicanos. En cambio, a los oradores criollos que le acompañaban en los actos los sometían a persecución, como fue el caso de César Tolentino en Santiago, después de un discurso patriótico.
Misiones dominicanas recorrieron todo Sudamérica en procura de solidaridad con la causa del país, bajo la coordinación del Maestro Federico Henríquez y Carvajal. Para esas labores se habían recaudado, según dice el autor del libro De Lilís a Trujillo, “más de cien mil dólares”, obra de las Juntas Nacionalistas.
Max Henríquez Ureña, uno de los comisionados para gestionar el respaldo internacional para la causa dominicana, reseña que mientras salía por el Atlántico desde Nueva York el 1 de diciembre de 1920 junto a Henríquez y Carvajal, lo mismo hacía por el Pacífico Tulio M. Cestero. Visitaron Brasil, el Uruguay, la Argentina y el Paraguay, reuniéndose todos en Chile. El periplo también incluyó a Perú.
“Muy cordial acogida obtuvieron los emisarios por parte del Presidente Brum, en el Uruguay; del Presidente Yrigoyen, en la Argentina; del Presidente Pessoa, en el Brasil; del Presidente Alessandri, en Chile; del Presidente Condra, en el Paraguay; y del Presidente Leguía, en el Perú. Obtuvieron la seguridad de que las Cancillerías no permanecerían inactivas frente al problema”, sostiene el investigador F. Mejía.
En un Congreso Panamericano del Trabajo celebrado en México en 1921, entre las cuestiones tratadas y patrocinadas en el cónclave figuró la desocupación de Santo Domingo por las fuerzas de los Estados Unidos.
Por gestiones de Enrique Deschamps se obtuvieron mensajes de solidaridad con la lucha de los dominicanos desde España por parte del Conde Romanones, Marqués de Alhucemas, Santiago Alba, Melquíades Alvarez, y de personalidades públicas conocidas en la llamada Madre Patria como Gasset, Leroux, Alcalá Zamora, Indalecio Prieto, Cambó, Goicochea y Augusto Barcia, todos intelectuales españoles.
De igual manera se pronunciaron representantes del Instituto Iberoaméricano de Derecho Comparado, presidido por el Maestro Altamira, quienes reclamaban “el restablecimiento del orden jurídico en la República Dominicana”.
En el mismo seno de la sociedad norteamericana surgieron voces en solidaridad con la causa dominicana, pidiendo justicia para el pueblo caribeño, con la inmediata devolución de su soberanía. El señor W. E. Masson, había sometido el 7 de abril de 1920 un proyecto de resolución, en el cual se ordenaba una investigación sobre los asuntos dominicanos y el retiro de las tropas de ocupación.
Horace Greely Knowles, Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en tiempo de Cáceres, expresó su disposición de cooperar con sus estrechas relaciones en Washington para negociar una salida a la crisis dominicana.
De acuerdo con el comisionado norteamericano Summer Welles, fue por la participación de Knowles que la Ocupación Norteamericana a Santo Domingo se convirtió en tema de campaña durante las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en 1920.
Los ataques de Knowles a la política imperialista del Presidente Wilson, y la de otros oradores que coincidían con sus opiniones, condujeron al presidente electo Warren G. Harding, según analistas de la época, a hacer declaraciones contrarias a la intromisión de su país en los asuntos de Hispano América.
El senador King, demócrata de Utah, presentó al Congreso de los Estados Unidos en enero de 1922 un proyecto para la desocupación de la República Dominicana. Como soporte mediático a esas ideas, los periodistas Ernest H. Gruening y Garrison Willard sostenían en sus columnas del semanario neoyorquino The Nation una sistemática campaña por el retiro de las tropas de su país de la patria de Duarte, Sánchez y Mella.
Una mirada relativamente objetiva a la campaña dominicana en el extranjero por el retorno a la soberanía conduce a la conclusión de que la misma resultó airosa. La imagen del gobierno norteamericano por su trato a Santo Domingo había quedado deteriorada internacionalmente y dentro del mismo pueblo, prensa y dirigentes de los Estados Unidos.
El propio comisionado norteamericano Summer Welles reconoce la victoria dominicana en el plano internacional en su búsqueda de solidaridad frente al atropello yanqui. En su conocida obra La Viña de Nabot, expresa que el Departamento de Estado, en Washington, pudo apreciar que toda la política latinoamericana del Gobierno de los Estados Unidos estaba afectada por el mantenimiento de la ocupación en Santo Domingo.
Por lo descrito detalladamente más arriba no es de extrañar el por qué el nuevo Presidente de los Estados Unidos Warren Harding, quien asumiera el poder el 7 de mayo de 1921, dedicara especial atención a buscarle una solución al “problema dominicano”, en lo que encontró una oportuna asistencia del Secretario Hugues, cuyo nombre quedaría ligado, para bien o para mal, a la Historia Dominicana.