Opinión

Uno de los economistas que más influyó sobre mi formación intelectual como economista fue el Profesor Gary Becker, por su enfoque económico sobre la conducta humana. Mi tesis de licenciatura en el 1980 se inspiró en sus teorías y traté en ella de elaborar un modelo micro-microeconómico de la conducta humana, combinando los conocimientos que había acumulado sobre economía y algo de psicología, sociología, política y filosofía. Trataba de explicarme y explicar como los individuos tomaban decisiones cuando interactuaban dentro de grupos familiares, de amigos, en las empresas, en los partidos políticos o en posiciones gubernamentales.

Cuando entré al programa doctoral de la Universidad de Chicago (que nunca terminé) me dedique a tomar clases y a asistir a charlas de otros profesores de quienes podría aprender elementos que me sirvieran para cuando regresara a Santo Domingo. Con el tiempo algunos de mis profesores llegaron a ser laureados con un Premio Nobel como George Stigler, Robert Lucas y el mismo Gary Becker. Otros a cuyas charlas solo asistía, como Joseph Stiglitz, Theodore Schultz, Eugene Fama y Ronald Coase también lograron su Premio Nobel eventualmente.

Mi profesor de macroeconomía, Frederic Mishkin, logró ser miembro de la Junta de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal de los EEUU. Otro gran charlista George P. Shultz, un gran economista y estadista, nos dio varias charlas después de haber sido Secretario del Tesoro de los EEUU y años después pude conversar en varias ocasiones con el, cuando el era el Secretario de Estado de los EEUU y yo Subsecretario de Relaciones Exteriores de la República Dominicana.

Definitivamente conocí y aprendí de un grupo de profesores y charlistas muy especiales muchas cosas que me serían útil para contribuir a la formulación de políticas en mi país en los años por venir. Y aprendí dos cosas muy importantes de aquellos sabios: en primer lugar que no sabían mucho y lo admitían sin vergüenza y en segundo lugar que los economistas debíamos ser mas humildes y no pretender tener un conocimiento que no poseemos.

Luego de treinta y cuatro años de práctica como economista, si fuera a sintetizar lo más trascendental y transversal de todas las mejores prácticas y lecciones aprendidas de la manera más corta y precisa posible tendría que proponer que: Los economistas no sabemos tanto como le hacemos creer a todo el mundo y que no debemos ser tan economicistas en nuestros enfoques y diseños de políticas públicas.

Las personas no piensan solo en términos económicos, ni son tan racionales como suponen la mayoría de las teorías económicas, ni la realidad es tan simple como para sintetizarla en unas cuantas ecuaciones, ni siquiera en miles o cientos de miles de ecuaciones. Veamos un ejemplo de esta complejidad.

Desde hace años sabemos que el ser humano no es un solo ser, ni es solo humano; aproximadamente solo el 10% de las células de nuestro cuerpo son humanas y el 90% restante son células bacterianas que influyen sobre nuestros cuerpos y mentes. Solamente el intestino humano contiene una comunidad diversa de cientos de billones de bacterias y esa mal llamada flora intestinal influye en muchas funciones corporales y mentales.

Entre otras cosas, nuestro microbioma intestinal (que es el termino correcto, por que se trata de microbios y no de plantas o flora) ayuda a absorber y metabolizar los nutrientes que contienen los alimentos que comemos, nos ayudan a reaccionar ante ciertas infecciones y protegen nuestros intestinos de otros microorganismos que pueden ser dañinos para nuestra salud. Las bacterias intestinales también pueden influir en el comportamiento y los procesos cognitivos como la memoria y la toma de decisiones de todo tipo, incluyendo nuestras decisiones económicas, sociales y políticas. Esto se ha comprobado comparando la conducta de personas mientras consumen antibióticos versus probióticos.

Ahora sabemos que los microbios influyen en la conducta alimentaria nuestra y nos hacen decidir entre las diversas opciones dietéticas induciéndonos a consumir los nutrientes particulares, como las grasas o los azúcares, que esos microbios demandan. Las bacterias intestinales afectan nuestras decisiones alimenticias a través del nervio vago o neumogástrico, que conecta a más de 100 millones de células nerviosas del tracto digestivo con la base del cerebro. Los microbios tienen la capacidad de manipular nuestro comportamiento y estado de ánimo a través de la alteración de las señales nerviosas del nervio neumogástrico, afectando los receptores del gusto, produciendo toxinas que nos hacen sentir mal y liberando recompensas químicas que nos hacen sentir bien.

En términos económicos, se puede afirmar que la demanda de alimentos de una nación la determinan los microbios que llevan en sus intestinos esa población. Sin embargo los economistas suponemos, erróneamente, que el consumo es una función del ingreso disponible y los precios relativos de las opciones de compra. Si bien es cierto que esos factores son importantes, también es cierto que las emociones, nuestra biología y nuestro microbioma juegan un rol igual o mas importante en determinar lo que consumimos.

Otras investigaciones neuroeconomicas están arrojando luces sobre la relación entre la química de nuestros cerebros y los patrones de ahorro, la percepción de los riesgos, las decisiones de inversión y la especulación, entre otras variables.

El economista que no estudie ni entienda estas relaciones entre la economía y la biología, la neurociencia, las ciencias sociales y las ciencias políticas puede ser un arma de destrucción masiva de riquezas y de vidas humanas. Tomemos a manera de ejemplo la crisis económica de los años 2003-2004.

Se ha hablado y escrito mucho sobre el millón y medio de dominicanos que se empobrecieron extremadamente debido al mal manejo gubernamental de la crisis bancaria de los años 2003 – 2004, pero curiosamente nadie, que yo sepa, ha escrito sobre los dominicanos (posiblemente cientos de miles) que ya estaban en la extrema pobreza y murieron por causa de las políticas económicas desacertadas de aquel momento, ya fuera por hambre, malnutrición, problemas de salud, depresión, violencia y otras razones.

En fin, los economistas debemos de ser mas humildes y admitir que no entendemos mucho sobre la biología y mucho menos sobre el cerebro y la conducta social y política humana y que nuestro conocimiento económico esta muy limitado a solo un aspecto de la toma de decisiones de los individuos que guarda muy poca relación con las tablas de números que manejamos.

Esperar que la realidad va a comportarse de la misma manera que los números reaccionan a las variaciones de otros números en una hoja de calculo en una computadora no tiene fundamento científico y el economista que pretenda que tiene ese conocimiento es un peligro público. Pero peor que esos economistas son aquellos que sin ser economistas, por ocupar posiciones importantes en la formulación y aplicación de políticas económicas, influyen con sus decisiones sobre las economía de la nación y los bolsillos de la población, por que esos ni de economía saben.

¿Y que hacer entonces? ¿Cómo debemos manejar la economía? ¿Cómo hacer para que la población pueda vivir más y mejor? Lo mejor es no meternos en los bolsillos de la población y dejarlos tomar libremente sus decisiones; o lo que es lo mismo cobrarle lo menos impuestos posibles para que puedan disponer de mayores ingresos. El orden natural que surge espontáneamente de la interacción voluntaria de la gente en los mercados da lugar a un sistema económico, social y político superior al desorden sistémico que puede imponerle una docena de ministros a una economía de varios millones de personas; pues millones de personas no se equivocan tomando decisiones individuales en la búsqueda de su bienestar y el de su familia todos los días. Pueden equivocarse a veces, pero eventualmente aprenden a no hacerlo y a tomar decisiones cada vez mejores. Es cuestión de sentido común, que el hombre y la mujer común por menos educado que sea lo sabe, pero que casi la totalidad de los economistas ignoran.

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