Opinión

Ahora que se está discutiendo en la opinión pública la necesidad del aumento salarial, resulta oportuno abordar la discriminación de género en la remuneración laboral.

Hace apenas unos días, presentamos con el PNUD un estudio enfocado en la concepción de un piso de protección social de género, en el cual se evaluó la situación de la brecha salarial de género en nuestro país. Allí se planteó que existe una brecha salarial de 27% entre hombre y mujer; lo que quiere decir, que si un hombre y una mujer realizan la misma tarea, en sectores equivalentes y con las mismas capacidades, el hombre gana, en promedio, 27% más que la mujer.

Esta misma brecha se genera, en cifras parecidas, en el ámbito de las pensiones laborales, debido a que la mujer tiene una menor cantidad de años de trabajo promedio.

Esta discriminación salarial se sustenta en prejuicios culturales, basados en el uso y distribución del tiempo de la mujer frente a sus responsabilidades familiares. Lo que ha quedado superado y demostrado en la práctica, por el compromiso, entrega y responsabilidad demostradas por las mujeres en el ejercicio de sus funciones fuera del hogar.

En el mundo análogo del siglo XX, se negaba igualdad de salario a la mujer bajo el alegato de que su productividad era menor, por tener que dedicar tiempo a su familia y a las cuestiones domésticas. Sin embargo, el mundo digital del siglo XXI ha eliminado estas dificultades, ya que la productividad de la mujer, al igual que la del hombre, no está sujeta a su presencia constante en el área laboral.

De igual manera, los Estados modernos se han preocupado por implementar políticas públicas que permitan a la madre continuar su vida profesional sin perjudicar a su familia. Un ejemplo de ello son los programas de estimulación temprana y las guarderías infantiles.

En definitiva, la tecnología y el estilo de vida de este siglo han permitido a la mujer balancear su vida laboral con su vida profesional, permitiéndole elevar sus horas productivas por semana. Pero a pesar de ello, la brecha salarial de género aún persiste.

Y no es una situación que sucede únicamente en nuestro país. En Estados Unidos, la Casa Blanca estimó que una mujer de 25 años trabajando tiempo completo, en un año, ganaba 5 mil dólares menos que un hombre en igual situación.

Por ello, uno de los primeros actos legislativos impulsados por Barack Obama fue el que se conoció como “Lilly LedbetterAct”, que facilitó a la mujer estadounidense exigir igualdad salarial ante los Tribunales de ese país. Lilly Ledbetter interpuso una demanda contra Goodyear, en razón de que realizaba el mismo trabajo que otros hombres y por muchos años recibió una paga menor. Sin embargo, la demanda fue denegada por las Cortes estadounidense, por haber sido interpuesta luego de 180 días de haber recibido el primer pago. La legislación de Obama eliminó ese requisito, allanando el camino para que las mujeres puedan exigir su derecho a igualdad salarial.

El mismo Presidente Obama también promulgó una orden presidencial que exige a los contratistas del gobierno Federal mantener una política de igualdad salarial entre hombre y mujer.

Romper con esta brecha salarial tiene muchos beneficios para la sociedad. Evidentemente, hay un primer impacto que es económico. Se estima que elevando la tasa de participación femenina en la fuerza laboral y sus beneficios, a los niveles de participación masculina, el PIB del país se elevaría, como mínimo, en un 5%.

Pero lo más importante, y la razón que nos impone atender este problema, es que cuando las mujeres ganan menos, sus familias sufren. El impacto mayor de una política de igualdad salarial es el beneficio social. Hay un consenso a nivel mundial, sustentado por distintas investigaciones, de que la mujer invierte sus recursos en beneficio de su familia y su comunidad. Casi todo el sueldo de una mujer va a la educación y salud de sus hijos; así como la adquisición de bienes y servicios en beneficio de sus hijos y mejora de su comunidad.

En un mundo donde la mujer lidera las tasas de años de escolaridad, de conclusión de los estudios y matriculación en estudios terciarios, estamos ante la inevitable realidad de que los mercados de trabajo del futuro cercano tendrán que buscar su capital humano en el género femenino. Lo justo es que hombre y mujer, en igualdad de condiciones, tengan igualdad salarial.

No es casualidad que todos los grandes momentos de lucha social de la mujer, estén matizados por su deseo de ser tratada igual que el hombre. Es nuestro deseo participar, en condiciones de igualdad, en la construcción de la sociedad y en el desarrollo de nuestras comunidades. Es por ello que lo que hoy conocemos como el Día Internacional de la Mujer, primero se conociera como el Día de la Mujer Trabajadora, y se originara en la demanda de decenas de miles de mujeres por mejores salarios y jornadas laborales.

Por lo tanto, cualquier discusión de una reforma laboral o a los mercados de trabajo, debe pasar por la discusión de las condiciones de igualdad salarial de la mujer. Es un asunto de justicia social que nos pone en la dirección de acabar con la desigualdad e impactar en la calidad de vida de las familias.

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