Hablan los hechos

El próximo 5 de octubre se celebrarán elecciones presidenciales en Brasil, donde acaparan la intención del voto la candidata del Partido de los Trabajadores (PT) y actual jefa del Estado, Dilma Rousseff, y Marina Silva, propuesta por el Partido Socialista de Brasil (PSB).

Silva ha resultado la principal revelación de este proceso, si bien es una mujer de dilatada carrera política. Fue concejal y diputada de Acre, su Estado Natal, desempeñándose también como ministra de Medio Ambiente del gobierno de Lula, quien la designó en esa posición en el 2003. Cinco años después, en el 2008, dimitió del cargo y de su militancia de 30 años en el PT para participar como candidata presidencial del Partido Verde en las elecciones del 2010, contienda en la que obtuvo el 19,3 % de los votos.

Luego de esa experiencia decidió formar una nueva organización política, la que denominó Rede Sustentabilidade (Red de Sustentabilidad), o simplemente Rede, en un intento de asociar la política con las redes sociales. Sin embargo, la nueva organización no logró reunir la cantidad de firmas necesarias para obtener el reconocimiento por parte del organismo electoral brasileño, razón por la cual optó por pactar su participación en la boleta electoral del Partido Socialista de Brasil, acompañando como segunda de abordo al candidato presidencial de esa organización, Eduardo Campos.

Pero campos murió en un accidente de aviación el 13 de agosto pasado, lo que convirtió a la también líder ecologista en la candidata presidencial del PSB. El impacto sicológico de la muerte de Campos, unido al gran carisma de esta hábil mujer pronto la colocaron en el segundo lugar de las preferencias del electorado, superando a Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB). Incluso, en un momento determinado las encuestas la colocaron cabeza con cabeza con Rousseff en la primera vuelta de las elecciones y con una ventaja de unos diez puntos porcentuales por encima de esta en un eventual balotaje.

Al momento de su fallecimiento, Campos tenía el 10% en la intención del voto para la primera vuelta, mientras que Neves lo superaba con un 23%. La última medición de las preferencias electorales indica que Dilma Rousseff lidera la intención del voto con 40%, seguida de Marina Silva con un 27%, mientras que Neves apenas cuenta con el 18%.

Sin embargo, la atención se centra en la segunda vuelta de las elecciones, a las que arribarán conforme a estas encuestas las candidatas del PT y del PSB. En ese escenario la primera superaría a la segunda 47 a 43%.

Aunque Dilma Rousseff le lleva ahora 13 puntos porcentuales a Marina Silva, una parte importante de los votantes de centroderecha que en la primera vuelta se inclinan por Neves, se muestran dispuestos a hacerlo por Silva en la segunda.

Quiere decir que, en la práctica, el ascenso de Marina Silva al segundo lugar en la competencia por la presidencia tuvo, en cierta medida, el efecto de compactar, si cabe el término, la intención del voto de la oposición en un escenario de segunda vuelta. Eduardo Campos atraía a una parte del electorado que jamás votaría por los socialdemócratas, pero los socialdemócratas sí se muestran dispuestos a hacerlo por el PSB porque entienden que lo prioritario es salir de Rousseff y el PT.

Siguiendo esa lógica, la candidata del Partido Socialista ha pasado de posiciones de izquierda, aunque algo tímidas, a enarbolar un programa de corte abiertamente neoliberal que la candidata oficialista ha refutado de manera contundente. Así, por ejemplo, ha anunciado su intención de conceder autonomía al Banco Central bajo el argumento de colocarlo fuera de la influencia de sectores individuales. A este planteamiento ha respondido Rousseff diciendo que esto solo serviría para evitar las políticas redistributivas a favor de los más necesitados que recomienda el sentido de la justicia social.

Marina Silva propone también “bajar el perfil” del Mercosur y de la Unasur, priorizando los acuerdos bilaterales con los países de la región y con los Estados Unidos, así como “no apresurarse” con la consolidación del grupo BRICS (Brasil, Rusia, China y Sudáfrica) y con la aplicación de los recientes acuerdos alcanzados en el seno del mismo con miras a la creación de instituciones financieras alternativas al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.

Tales planteamientos han convertido a Marina Silva en la candidata favorita de los grupos locales de gran poder económico y de los Estados Unidos, que ven en esta militante de la iglesia evangélica la oportunidad de oro para desalojar del poder al PT.

Los círculos de poder económico dentro y fuera de Brasil cuestionan el “intervencionismo” de los gobiernos del PT que se expresa en políticas sociales que califican de “populistas”, así como la política exterior que ha convertido al país en un verdadero líder regional, con vínculos muy estrechos con los gobiernos progresistas de la región. Estos grupos no perdonan que la posición de Brasil haya sido fundamental en el fracaso de la iniciativa de la administración norteamericana de creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y que el país se erigiera en soporte esencial de iniciativas regionales como el Mercosur, el Unasur y su Consejo de Defensa, jugando también un rol de primer orden en la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que agrupa a todos los países de la región, a excepción de Estados Unidos y Canadá, que ha contribuido a acercar al grupo BRICS.

Molesta también que Brasil mantenga actualmente una estrecha colaboración con Rusia, incluido en el plano militar, pese a las sanciones impuestas a este país por Occidente; que se haya opuesto a las sanciones contra Irán y que propugne por la democratización de las Naciones Unidas, incluidos su Consejo de Seguridad y organismos especializados, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Marina Silva ha asumido el discurso de la derecha brasileña, por lo que puede decirse que en el actual proceso electoral compiten las dos visiones que en los últimos años se han enfrentado en Brasil. Por el peso económico de este país, su importancia geopolítica y las posiciones que se debaten, puede decirse, sin exageración, que en estas elecciones está en juego el rumbo político de la región. Un triunfo de Marina Silva, podría marcar el inicio de un proceso de restauración de la influencia del neoliberalismo, cuya debacle en el continente la inauguró justamente el triunfo de Lula en las elecciones del 2002, y un debilitamiento de los espacios de autodeterminación de las naciones del continente que se han estado construyendo en la medida en que el mundo evoluciona hacia el multipolarismo, un proceso por el que los gobiernos del Partido de los Trabajadores han apostado en forma decidida.

Las últimas encuestas, como dijimos, hablan de un descenso gradual de la popularidad de la candidata del PSB. Por tratarse de un descenso sostenido, pudiéramos estar en presencia de una tendencia, difícil de revertir en la etapa actual del proceso brasileño.

En gran medida esto tiene que ver con el giro cada vez más marcado de Silva hacia posiciones neoliberales, con el que ha perseguido ganar adeptos entre los sectores conservadores, incluidos los aglutinados por el PSDB. Ese giro contrasta con las posiciones tradicionales de la organización que decidió postularla a la presidencia tras el inesperado hecho en el que perdió la vida su líder máximo y que cambió radicalmente el panorama político brasileño.

Independientemente de los resultados de las elecciones, el PT seguirá gravitando enormemente en la vida brasileña, sobre todo si se toma en cuenta el complejo modelo de organización federal del Estado brasileño y la débil base de sustentación que tendría un eventual gobierno encabezado por Marina Silva, quien no tendría más remedio que pactar con el centroderechista PSDB.

Si bien, como indican las encuestas, cualquier cosa puede ocurrir en las elecciones de Brasil, las tendencias actuales sugieren que Dilma Rousseff puede conseguir un nuevo mandato, aunque por un margen algo estrecho. Las oscilaciones en las preferencias del electorado que se han registrado en este proceso, un fenómeno bastante inusual, parecen indicar que los electores desean ajustes en el modelo que representa Rousseff, más no el desmantelamiento del mismo que ha terminado proponiendo Silva, quien parece haber perdido de vista que las políticas sociales del gobierno del PT que ahora ella se propone eliminar fueron las que permitieron sacar de la extrema pobreza a 33 millones de seres humanos desde el 2003, que son precisamente esas políticas las que permitieron generar miles de puestos de trabajo y que permitieron al PT ser gobierno en Brasil por 12 años consecutivos, convirtiéndolo en uno de los partidos políticos más poderosos en toda la historia de Brasil.

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