En su discurso ante el 69º período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, Bank Ki-moon, el Secretario General de esta organización, pasó balance a los principales acontecimientos que durante lo que va de año, según sus palabras, han “ensombrecido el horizonte de esperanza” en todo el planeta.
“Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial nunca ha habido tantos desplazados, refugiados y solicitantes de asilo. Nunca antes se pidió a las Naciones Unidas que ayudaran a tantas personas proporcionándoles asistencia alimentaria de emergencia y otros suministros para salvar sus vidas”, dijo en tono dramático.
Tal situación, según el diplomático surcoreano, está estrechamente relacionada con la violencia que afecta gran parte del mundo, citando concretamente la tragedia ocurrida recientemente por los bombardeos israelíes en Gaza, la situación dentro y alrededor de Ucrania (fruto de una disputa entre potencias por áreas de influencia) y lo que acontece en Irak y Siria, con efectos devastadores en toda la región.
Al referirse a lo que actualmente acontece en el continente africano, Ban Ki-moon hizo referencia a la lucha por el poder político que se libra actualmente en Sudán del Sur y que se ha cobrado la vida de miles de personas y ha expuesto a millones de seres humanos a la amenaza de hambrunas. También se refirió a la grave situación que se vive en Malí y Sahel debido a la insurgencia, el terrorismo y la delincuencia organizada; a la seria amenaza que representan los grupos terroristas Al-Shabaab en Somalia y Boko-Haram en Nigeria, así como al trauma que sufre la población por la fractura que se ha producido en la República Centroafricana.
El máximo representante diplomático de Naciones Unidas constata también con preocupación que “los fantasmas de la Guerra Fría han vuelto a rondarnos”, que “la diplomacia está a la defensiva, socavada por quienes creen en la violencia” y que “el desarme se considera un sueño distante, saboteado por quienes especulan con la guerra perpetua”.
Sin ocultar su impotencia, el secretario general de la ONU dijo: “Parecería como si el mundo se viniera abajo, ya que aumentan las crisis y se propagan las enfermedades”.
Las preocupaciones expuestas en forma tan espeluznante por Ban Ki-moon en su intervención ante el organismo más representativo de la organización internacional fueron de alguna forma compartidas por la inmensa mayoría de los presidentes que participaron en los debates, los cuales demandaron la transformación de los organismos multilaterales de cooperación para hacerlos más incluyentes y democráticos, para convertirlos en herramientas legitimas y efectivas de toda la comunidad internacional para hacerle frente a los problemas que afectan actualmente al mundo.
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, por ejemplo, dijo “que gran parte de los problemas que hoy tiene el planeta, en lo económico y financiero, en materia de terrorismo y de seguridad, en materia de fuerza e integridad territorial, en materia de guerra o de paz se debe precisamente…a la ausencia de una multilateralidad efectiva, concreta y democrática”.
Cuestionando la legitimidad de la respuesta internacional a distintos problemas en el mundo, Fernández de Kirchner sostuvo que “el problema es que tenemos que definir de una buena vez por todas, que no podemos seguir utilizando a la política internacional o a la posición geopolítica para poder dirimir posiciones de poder”.
La mandataria puso como ejemplo el caso de los yihadistas a los que apenas el año pasado se les denominaba “fredom fighters” (combatientes por la libertad) cuando combatían al gobierno de Bashar Al Assad y que son los mismos que hoy integran el temible grupo terrorista conocido como Estado Islámico.
Ciertamente, el mundo sufre hoy las dolorosas consecuencias de intervenciones que agravaron los conflictos, posibilitando la infiltración del terrorismo donde no existía, inaugurando nuevos ciclos de violencia, multiplicando la cantidad de víctimas civiles. Todo esto es, en gran medida, el resultado de la utilización de los conflictos para alcanzar objetivos geopolíticos; el resultado, como dijo Ban Ki-moon, “de una mala gobernanza y de malas decisiones que no respetaron el derecho internacional y los derechos humanos básicos”.
La respuesta internacional a los conflictos no puede centrarse exclusivamente en el uso de la fuerza, que debe preservarse como un recurso extremo. Razón tiene la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, cuando en su discurso en la Asamblea General de la ONU dijo que “el uso de la fuerza no es capaz de eliminar las causas profundas de los conflictos. Esto es claro en la persistencia de la cuestión Palestina; la masacre sistemática del pueblo sirio; la desintegración nacional trágica de Irak; en la inseguridad grave en Libia; los conflictos en el Sahel y los enfrentamientos en Ucrania. Las intervenciones militares no permiten avanzar hacia la paz, sino que vemos que los conflictos se agravan con consecuencias humanitarias”.
La respuesta internacional, además de legítima y legal, tiene que ser multifacética y debe abarcar el combate efectivo de las causas reales de los conflictos, de las políticas de exclusión que fomentan la ira y la desesperación, principal caldo de cultivo de la violencia.
El hambre, las enfermedades y el desempleo también son terroristas, afectan a las familias, producen dolor, derrumban la esperanza y fomentan la violencia. El predominio de esta visión entre los participantes en los debates en la Asamblea General de la ONU fue abrumador.
El drama de los cientos de miles de personas que se ven obligadas a emigrar en busca de mejor suerte; el caso de millones de seres humanos que viven actualmente en la situación más espantosa como en Haití, he aquí realidades que ameritan de respuestas colectivas.
Desde luego, para organizarlas se necesitan instrumentos democráticos comprometidos con el respeto a la ley internacional, el fomento de la paz y una cultura de la solidaridad.
En su intervención ante la Asamblea General, Dilma Rousseff llamó la atención sobre el grave peligro de legitimidad, parálisis e ineficacia que acecha actualmente al Consejo de Seguridad. Alude la mandataria a las graves diferencias que sobre la situación en Ucrania existen entre los miembros permanentes de ese organismo responsable del aseguramiento de la paz y la seguridad internacionales y que los ha llevado a imponerse sanciones mutuamente.
No puede asegurar la paz un organismo cuyos integrantes principales son parte de los conflictos y, en algunos casos, responsables de ellos. Brasil reiteró su llamado a darle mayor representatividad y legitimidad al Consejo de Seguridad, lo que a su juicio le haría más eficaz. Se trata de una demanda formulada desde hace décadas por muchos países que anhelan un sistema multilateral más democrático, una gobernanza global más inclusiva.
El sistema multilateral actual no funciona, pues ha sido incapaz de solucionar viejos conflictos y prevenir la aparición de nuevos. Los horrorosos hechos descritos por Ban Ki-moon son la manifestación de una crisis de gobernanza mundial y de coordinación política. La solución de este problema es uno de los principales retos de la comunidad internacional.
Como planteó el doctor Leonel Fernández en una ocasión: ni G-7 ni G-8 ni G-20. Lo que se necesita es un G-193.