Hablan los hechos

La epidemia de ébola ha puesto en evidencia las falencias de la época en que vivimos, desde la cruel situación en que se encuentran atrapados millones de seres humanos en el continente africano, hasta la pasmosa indiferencia que hoy exhiben las sociedades más avanzadas frente a algunos males que acogotan a los menos afortunados.

En un informe dado a conocer en septiembre pasado, el prestigioso Centro para el Control de Enfermedades (Center of Disease Control o CDC, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos ponía en tela de juicio los datos aportados por la Organización Mundial de la Salud sobre la cantidad de personas afectadas por la enfermedad en cinco países africanos, indicando que la misma podía rondar los 20 mil, muy lejos de los 5 mil 800 que reportaba entonces la organización internacional. En ese mismo informe se advertía que hasta enero de 2015 el ébola podría contagiar hasta 1,4 millones de personas solo en los dos países más afectados, esto es, Liberia y Sierra Leona.

Sin embargo, nadie tomó en serio estas cifras espeluznantes. Ni siquiera parecían conmover al mundo las escenas dantescas de los muertos por ébola que nadie recogía en dos distritos de Sierra Leona, incluyendo la capital, porque los responsables de hacerlo se declararon en huelga por el impago de sus salarios.

Conforme a declaraciones ofrecidas por el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, a la BBC el pasado 17 de octubre, en el fondo flexible de mil millones de dólares propuesto por la organización para enfrentar la emergencia solamente habían ingresado 100 mil dólares donados por Colombia.

Para Kofi Annan, quien antecedió a Ban Ki-moon en el cargo, tal situación solo se explica porque los que mueren son negros y en África.

“De hecho, si uno ve la evolución de la crisis, puede notar que la comunidad internacional solamente se despertó cuando la enfermedad llegó a Estados Unidos y Europa”, dijo textualmente Annan.

Ciertamente, los primeros contagios con el virus fuera de África llenaron de pánico al mundo y el ébola se convirtió rápidamente en una prioridad política. Asediado por los cañones republicanos que le acusaban de incompetencia e inactividad faltando menos de un mes para las elecciones, el presidente Barack Obama suspendió varios viajes de proselitismo para reunirse con su equipo de seguridad nacional con el fin de examinar la epidemia del ébola y recibir un informe sobre un caso de contagio en Texas.

Poco después Obama emitió una orden ejecutiva para permitir la movilización de reservistas de la Guardia Nacional a los países de África Occidental afectados por el virus. Acto seguido designó a Ron Klain, un antiguo funcionario de la Casa Blanca, como “zar” de la lucha contra el ébola.

Aunque el senador John McCain pretendió burlarse del presidente diciendo que “en Estados Unidos hay más zares que en los Romanov”, lo cierto es que Obama consiguió proyectar el sentido de urgencia con que el público asustado reclamaba que él y su administración abordaran el tema del ébola.

Eso sí, a MacCain no dejaron de enrostrarle los recortes en el gasto aplicados por los republicanos que han dejado sin recursos al gobierno para hacerle frente a las necesidades de salud.

En España, cuando se supo que Teresa Romero, la auxiliar de enfermería que atendió a los misioneros con ébola repatriados de Sierra Leona, había contraído la enfermedad, la gente pasó de aplaudir como gesto solidario la repatriación a exigir responsabilidades por la decisión considerada ahora irresponsable, porque supuestamente el gobierno introdujo en casa un virus letal que no sabía cómo manejar, exponiendo la nación al riesgo de una epidemia con implicaciones humanas y económicas de primer orden.

Los españoles reaccionaron escandalizados cuando se enteraron de que las autoridades tardaron cinco días en aislar a Romero desde que presentó los primeros síntomas, pese a que conforme al protocolo debió estar siempre bajo rigurosa observación.

En medio de las críticas con evidente matiz político que llovían de todas partes, a un Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid se le ocurrió sugerir, para salvar la efectividad de los protocolos, que la auxiliar de enfermería podría estar mintiendo sobre la forma en que se produjo el contagio, en interés de ocultar posibles errores. Pero pronto quedó claro que la gente no estaba dispuesta a aceptar que se convirtiera en “chivo expiatorio” a una trabajadora de la salud que para salvar vidas expuso la propia y que en ese momento se debatía entre la vida y la muerte.

En medio de la discusión se le recordaba al gobierno de Mariano Rajoy los cortes por más de siete mil millones de euros en el gasto de salud del Estado y el hecho de que la planta del Hospital Carlos III de Madrid dedicada a enfermedades infecciosas, justamente donde fueron atendidos los afectados de ébola, había estado cerrada por falta de fondos debido a la política de austeridad.

Al mismo tiempo, los trabajadores de la salud se movilizaban para expresar sus quejas porque el gobierno les había dicho poco sobre una enfermedad letal por ellos desconocida y que en “irresponsable aventura” había traído al país.

En tanto, el gobierno de Rajoy, tan entrado en pánico como la ciudadanía misma, daba muestras de ir cambiando los protocolos del ébola sobre la marcha. Al menos de eso se le acusó cuando decidió sacrificar a Excalibur, el perro de la enfermera contagiada. El anuncio hecho apenas días después por las autoridades sanitarias norteamericanas de que no sacrificarían al perro de la enfermera contagiada en Dallas, Texas, por considerarlo innecesario, dejó muy mal paradas a las autoridades españolas.

Finalmente, el gobierno atinó a reconocer las fallas y designó un Comité Especial para la Gestión de la Enfermedad del Ebola dirigido por su número dos y mujer de mucha confianza, Soraya Sáenz de Santamaría. El Consejero de Sanidad, por su lado, pidió disculpas antes de desaparecer de escena.

La crisis política del ébola en España sembró el pánico en toda Europa, que ahora reconoce el temple de los pueblos africanos desarrollado en el contacto permanente con el peligro y el tuteo obligado con la muerte. La decisión del gobierno británico de enviar 750 militares, tres helicópteros y un barco a Sierra Leona para ayudar a construir centros de tratamiento e instalaciones para entrenar a los trabajadores sanitarios es manifestación clara de la conciencia ganada al fragor de la discusión.

Muy bien parada en medio de todo esto ha salido Cuba, el primer país en anunciar el envío de una brigada de médicos al África para ayudar a combatir la epidemia. Luego de los escarceos políticos en Estados Unidos y en España, el comandante Fidel Castro le puso la guinda al pastel ofertándole a Barack Obama la colaboración de Cuba en la lucha contra el ébola.

La magnitud del problema

El virus del ébola se detectó por primera vez en 1976 al producirse dos brotes simultáneos en Sudán y el antiguo Zaire, hoy República Democrática del Congo. La aldea donde se produjo el segundo brote está situada cerca del río Ebola, que da nombre al virus.

Brotes de esta enfermedad, que se sospecha fue transmitida al ser humano por animales salvajes, se produjeron también en Sudán, Costa de Marfil y Uganda. La epidemia actual se inició en Guinea a finales de 2013, pero se convirtió en noticia a finales marzo del presente año cuando se confirmó que la extraña fiebre hemorrágica que mató más de 50 personas en el sudeste del país fue producto del ébola.

Hasta el momento se han visto afectados cinco países africanos: Guinea, Liberia, Sierra Leona, Nigeria y Senegal. Este último país logró hallar y aislar a un hombre con la enfermedad que penetró furtivamente a su territorio desde la vecina Guinea en agosto, por lo que al no aparecer nuevos casos la OMS lo declaró libre de la enfermedad el pasado 17 de octubre.

Nigeria, que llegó a registrar 20 casos, ocho de ellos fatales, no registra nuevos contagios desde el 31 de agosto, por lo que, al igual que Senegal, pudiera ser declarada próximamente libre del mal.

Sin embargo, en los tres primeros países mencionados (Guinea, Liberia y Sierra Leona), según la OMS, el ébola avanza indetenible, registrándose unos cinco casos por hora. Al 15 de octubre del presente año, la organización internacional había contabilizado en los tres países un total de 8, 998 casos (confirmados, probables y sospechosos), con un total de casos fatales de 4,493, para un índice de letalidad del 50%. La OMS prevé hasta 10 mil infectados por semana en el África a partir del mes de diciembre.

Por su parte, un cálculo del Banco Mundial cifra en 32 mil 600 millones de dólares el impacto financiero de la epidemia a fines de 2015 en caso de que esta afecte un número significativo de habitantes de los países vecinos, algunos de los cuales tienen economías mucho más grandes.

Según el organismo internacional, la mayor parte del impacto financiero de la epidemia estará relacionado con el esfuerzo de las personas por evitar ser contagiadas.

Para Margaret Chan, la directora de la OMS, la actual epidemia de ébola amenaza “la supervivencia misma” de ciertas sociedades, pudiendo llevar al surgimiento de estados fallidos.

“Lo que tenemos ante nosotros es una crisis social, humanitaria, económica, y una amenaza a la seguridad nacional que se extiende más allá de los países afectados”, dijo la experta en una conferencia dictada en Filipinas.

Algunas restricciones adoptadas por distintos países para protegerse del contagio, como el cierre de fronteras y la cancelación de vuelos, están teniendo un efecto similar al de un embargo económico que agrava el problema sanitario en los países afectados por la enfermedad.

Como puede apreciarse, la epidemia del ébola se ha constituido en una verdadera amenaza mundial, tan o más peligrosa que las guerras y los grupos terroristas radicales como el Estado Islámico.

Las raíces más profundas de la enfermedad

El ébola ha puesto al desnudo la pobreza reinante en el continente africano. Liberia, Sierra Leona y Guinea, los tres países del oeste de África donde se centra la epidemia, figuran entre los más pobres del planeta, lo que pone en evidencia la estrecha relación entre esta enfermedad y las precariedades económicas.

En Liberia el 84 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza y existe apenas un médico por cada 100 mil habitantes (República Dominicana tiene 20 por cada 10,000). Aunque parezca increíble, los hospitales de este país cuentan con apenas 620 camas, un 21 por ciento de las necesarias.

Sierra Leona, por su parte, cuenta con un médico por cada 40 mil habitantes. Desde que estalló el brote de ébola hasta hace poco este país apenas contaba con dos centros de tratamiento de la enfermedad, ambos ubicados en la parte este, viéndose los pacientes de otras regiones obligados a viajar entre cuatro y siete horas en ambulancia para recibir asistencia médica. Gracias a la colaboración internacional se logró abrir un tercer centro de atenciones en el oeste, lo que ha resultado de gran alivio, si bien el sistema de salud se encuentra desbordado.

Las limitaciones del sistema sanitario de los países donde se centra la epidemia explica el por qué la enfermedad se encuentra fuera de control. Los especialistas aseguran que la casi total ausencia de capacidad de detección epidemiológica y las dificultades para colocar pacientes en observación figuran entre los principales inconvenientes para contener la expansión del mal.

Además, se advierte que el desbordamiento del sistema sanitario por una sola enfermedad antes inexistente podría poner también fuera de control enfermedades endémicas como las diarreas, cólera, sarampión, tuberculosis, sida y malaria, que son los azotes tradicionales de la zona, con aterradores impactos en la salud de las personas.

Las sociedades que por tantos años han mirado los problemas del África como algo distante que poco les concierne, apenas comienzan a despertar ante la fea realidad de que existen falencias y vulnerabilidades ajenas que entrañan graves riesgos para su propia supervivencia.

Sintomático no deja de ser el hecho de que ni el Fondo Monetario Internacional ni el Banco Mundial advirtieran que estos países, equiparables solo a Haití por su escaso nivel de gasto público, no estaban en condiciones de soportar las medidas draconianas que les fueron impuestas mediante acuerdos vigentes actualmente y que, entre otras cosas, les obligan a reducir aún más el gasto público, incluyendo el de la salud.

Y como para completar el cuadro de las paradojas, se da el caso de que los que lideran el ranking de los más pobres del mundo, en realidad viven en un vastísimo territorio donde hay petróleo, oro, diamantes, uranio, cobalto y platino.

La corrupción, los conflictos interétnicos y religiosos, la inestabilidad política y las ambiciones de las grandes corporaciones que se reparten a dentelladas los recursos naturales de estos territorios aprovechando sus debilidades ancestrales, son factores tan perniciosos como la propia epidemia del ébola.

Al considerar todos estos problemas en su conjunto, no es difícil advertir el carácter paliativo de la intervención humanitaria actualmente en curso. No olvidemos que en Haití han muerto por el cólera el doble de los que hasta ahora han fallecido en África Occidental por el ébola, superando por cientos de miles el número de afectados. Y Haití, tan pobre como Liberia, Sierra Leona o Guinea, continúa lidiando con sus problemas de siempre y con una nueva enfermedad que les llegó en el marco de una intervención humanitaria producto de la irresponsabilidad y la falta de previsión.

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