Un detalle fundamental volvió infernal y compleja la caída del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina la noche del 30 de mayo de 1961, tras más de tres décadas de control absoluto del poder: la acción violenta que puso fin a su vida no fue ejecutada por sus enemigos políticos reconocidos sino por quienes fueran sus cercanos colaboradores, y más que eso, con la determinante cooperación de los Estados Unidos, potencia que lo prohijara desde la Ocupación Militar de 1916.
Entre la infinidad de anécdotas que circulan en la tradición oral sobre la muerte de Trujillo se cuenta que al retornar desde Europa su primogénito Rafael Leónidas Trujillo hijo (Ramfis) y preguntar al sanguinario Johnny Abbers García por qué había permitido que los enemigos mataran a su padre respondió con porte marcial: “disculpe mi general, no lo mataron los enemigos, lo mataron los amigos”.
Cierta o no, la anécdota sintetiza la dantesca situación que se vivió tras la conjura en que murió el férreo gobernante, cuando ya asumidos los organismos de investigación por parte de sus herederos desataron una literal carnicería, torturando y asesinando con saña a la mayoría de los participantes en el magnicidio y a muchos de sus familiares y allegados inocentes.
Pudo haber sido la acción de los jóvenes dominicanos y de otros países amigos que desembarcaron en el país en junio 1959 en el país en expedición guerrillera que se llevara la gloria de poner fin a la dictadura, pero circunstancias geopolíticas dignas de ser estudiadas a profundidad convirtieron la misma en una derrota militar aunque de gran valor político y moral en el umbral de la caída.
Un libro que describe de manera descarnada con una vasta documentación enriquecida con entrevistas y testimonios de protagonistas de aquellos acontecimientos aciagos es Sangre en el Barrio del Jefe, del periodista y diplomático Víctor Grimaldi, quien en la presentación de la obra expresa que “el hecho que constituyó la desaparición física de Rafael Leónidas Trujillo Molina la noche del 30 de mayo de 1961, la simple muerte de este personaje, fue en realidad un pleito de vecindario, un conflicto de vecinos que salpicó de sangre el barrio que habitaban entonces los residentes de un sector de la capital de la República Dominicana”.
Investigaciones históricas, testimonios, análisis políticos, novelas, documental y películas se han producidos por montones sobre el asesinato del dictador Trujillo, entre la realidad y la ficción, llegando incluso a cuestionarse sobre el dilema moral de si fueron “héroes o traidores”, quienes ejecutaron el proyecto de liberar la República del tirano.
Más adelante se verá que, como lo hace el político y escritor Joaquín Balaguer en su obra De la sangre del 30 de mayo de 1961 al 24 de Abril de 1965, ambos hechos históricos están relacionados por el hilo conductor del interés de los Estados Unidos por mantener su hegemonía geopolítica en República Dominicana, tal como lo hiciera desde los tiempos de su intervención económica y militar por los años de 1916.
Sin proyectos de Estado tras el magnicidio
Una reflexión cercana a la objetividad después de una lectura exhaustiva a la historia de los hechos registrados en torno a la muerte de Trujillo lleva a la conclusión de que los proyectos políticos y de Estado estaban muy lejos de la mente de sus ejecutores.
La actuación casi infantil en la que cayeron hasta facilitar el retorno de Trujillo hijo y su entronización en el poder dejado vacante por el padre refleja que el objetivo de los conjurados estaba reducido a la venganza personal y hasta en la búsqueda de consolidación del estado de cosas con la eliminación física su principal artífice.
Ya las versiones se diluyen entre los relatos veristas de los sobrevivientes, aunque cargados de pasión y subjetividad y las novelas como La fiesta del Chivo del escritor peruano nacionalizado español Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura.
Otro libro rico en documentos y testimonios es Miguel Angel Báez Díaz y su rol en la gesta del 30 de Mayo de 1961, del poeta Cándido Gerón, en el que se reconstruyen los acontecimientos desde la noche en que Trujillo cayó abatido mientras se dirigía a su natal San Cristóbal a la última cita de alcoba.
Vuelve a reiterarse que consumado el hecho de sangre, el coronel Arturo Espaillat, “quien se encontraba esa noche departiendo con su esposa en el Restaurante El Pony, de la Avenida George Washington, al escuchar los disparos en que cayó abatido Trujillo, de inmediato se dirigió a la residencia del general José René Román Fernández, a la sazón, secretario de Estado de las Fuerzas Armadas. Una vez allí, lo llamó y le informó de lo sucedido”.
Es archiconocido el dato de que Román Fernández, resentido por humillaciones sufridas por parte del dictador, se había identificado con los que conspiraron para asesinarle. El libro destaca que el jefe militar “le dijo que le diera tiempo para ponerse el uniforme y bajar, pero el coronel Espaillat le respondió que Doña Ligia, su esposa, se había puesto mal y que tenía que llevarla a la casa”.
A partir del encuentro entre Espaillat y Román Fernández, el último desaparece de la escena para luego publicarse la noticia de su apresamiento y conducción a la cárcel de El Nueve, donde fue torturado y asesinado por instrucciones de Ramfis.
El señor Báez Díaz, quien fuera del estrecho círculo del dictador, figuró entre los magnicidas junto a Modesto Díaz, Antonio de la Maza, Juan Tomás Díaz, Modesto Díaz, Antonio Imbert Barreras, Luis Amiama Tió, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sahdalá, Huáscar Tejeda Pimentel, Pedro Livio Cedeño y Roberto Pastoriza.
Báez Díaz era de los que sostenía que Balaguer, presidente títere a la hora de la muerte del dictador, tenía conocimiento de las conspiraciones. El propio Balaguer, en sus memorias, dice que el vengador hijo de Trujillo se mantuvo todo el tiempo indagando sobre esa posibilidad, y que estaba seguro que de haberla comprobado le habría dado el mismo trato que a Pupo Román, el secretario de las Fuerzas Armadas torturado y asesinado en la cárcel de El Nueve.
Falta de formación política limitó conquistas del tiranicidio
Un estudio que podría recomendarse a los interesados en conocer una visión científica sobre los acontecimientos socio-políticos que se conjugaron con el fin de la Dictadura de Trujillo es el que aparece publicado en el libro Trujillismo: Génesis y Rehabilitación, del historiador, sociólogo y politólogo Franklin J. Franco.
Plantea el investigador que después que cayó abatido el tirano, “a pesar del descontento general reinante contra el régimen, la férrea organización represiva evitó su inmediato desmoronamiento”, debido a que “carente de una organización política experimentada que pudiera capitalizar el hecho, el pueblo se limitó a la protesta pasiva, orquestada en medio de las improvisaciones”.
Franco estima que “si algo logró por esos días tambalear el sistema, esto fue en el orden externo, la presión internacional y, en el orden interno, la extraordinaria cantidad de herederos que, expresando intereses antagónicos surgieron de la noche a la mañana, ansiosos de lucir las charreteras y los bicornios abandonados en quién sabe cuál rincón de la Hacienda Fundación”.
El investigador por en evidencia que las decisiones de la representación de los Estados Unidos en el país, como lo fue siempre desde la Intervención de 1916, fue determinante en el proceso que continuó a la muerte de Trujillo.
“Dos fuerzas visiblemente identificadas, en medio del trajín del ir y venir de la Embajada Norteamericana al Palacio Nacional, se disputaban la herencia. Por un lado, la representación del trujillismo militante (civil y militar- integrada fundamentalmente por los individuos de más baja reputación moral frente al pueblo, servidores seculares del sistema, y por el otro, la representación de la oligarquía, aliada también al trujillato, pero que ni corta ni perezosa, en los últimos meses de la crisis final de la dictadura, había adoptado, sobre todo en sus cuadros jóvenes, una actitud de franca oposición”, comenta en el libro.
En su investigación, el historiador y politólogo destaca que cada uno de los grupos mantenía planteamientos pragmáticos diferentes sobre la cuestión del control del poder político, barajando las posibilidades de los personajes que en tales circunstancias pudieran tomar las riendas del Estado.
De las pugnas que surgieron en las discusiones para escoger una nueva figura de poder se tratará en la próxima entrega.