Humberto Almonte

Reunirse con los oficiantes de un culto, no por extendido menos secreto, sigue siendo una de las más formadoras y sanas costumbres que mantiene la sociedad actual. Estos adoradores de la pantalla grande se reúnen en las salas de los cines, en sus hogares o en otros sitios con el fin de disfrutar los manjares de todo el menú que les ofrece la cinematografía mundial.
Las tertulias que se forman después de ver una película, son una cuestión institucionalizada entre las pupilas más exigentes que asisten a los templos del dios celuloide, pues permiten intercambiar opiniones, aclarar dudas y profundizar en aspectos técnicos, dramáticos o históricos.
Este proceso enriquecedor de nuestra cultura fílmica ha producido no pocas veces geniales críticos, y en otros ,directores, guionistas, y actores, que han descubierto su vocación al calor de una discusión acerca de este o aquel director, o esta o aquella imagen o diálogo.
El verdadero cinéfilo es un investigador infatigable que desea encontrar el Santo Grial de las obras trascendentes o desaparecidas, o simplemente extasiarse delante de la cascada iridiscente de las imágenes en movimiento.
Y es que el cine nos permite como espectadores conocernos y reconocernos en esos fotogramas cargados de humanidad aunque provengan de lejanísimas culturas, demostrando una vez más que somos seres con características comunes, separados únicamente por accidentes geográficos.
Los intercambios de libros, revistas, fotografías y películas, se constituyen en una transferencia sin fin de cultura no siempre medible en números fríos.
En ese círculo vicioso de los cineclubes se forjan amistades inextinguibles; por eso reconozco a muchos compañeros con los que pasaba horas discutiendo, y que hoy se han convertido en grandes analistas, conocedores profundos de todos los aspectos que componen este distinguido arte.
Hace muchos años me asaltaba la duda no de si el cine iba a sobrevivir, cosa que creía con fanática seguridad, mas bien elucubraba acerca de la posibilidad de que ya las personas no se reunieran ni siquiera para discutir o rememorar el tiempo perdido en visionar películas, parafraseando a Marcel Proust, pero me he dado cuenta de que mis temores eran infundados.
Los cineclubes de mi generación animados por figuras como Armando Almánzar ,Carlos Francisco Elías, Arturo Rodríguez, Humberto Frías, entre otros, se convirtieron en laboratorios donde se cultivaron y se preservaron las pasiones hacia el séptimo arte.
Semejante grupo de animadores de espacios fílmicos cubría una gama extensa, pues escribían artículos en diarios de circulación nacional, libros, organizaban discusiones, mesas redondas, seminarios, en una febril demostración de activismo cultural.
De hecho mis primeros escritos adquiridos en los cineclubes se inspiraban en los ejemplos y las recomendaciones adquiridas en los cineclubes de manos de los cultores dominicanos de la crítica, más que en las adoradas plumas de Georges Sadoul, o Guillermo Cabrera Infante o Guido Aristarco.
El cine fórum es una asamblea democrática al estilo del ágora griega, donde los ciudadanos se reúnen y condenan o absuelven a los destinatarios de sus preferencias o de sus enconos.
Cuando usted asiste a estas discusiones se forma como conocedor del cine pero también asume una cultura cívica que permeará toda su vida, privilegiando el respeto a las opiniones ajenas por encina de la confrontación.
Recientemente fui invitado por el Colegio Jaime Molina Mota a compartir el análisis de la película El Indomable Will Hunting (Good Will Hunting- 1997), una grata experiencia que reafirma mi creencia en esta actividad, escuchando las acertadas palabras de esos jóvenes estudiantes y sus maestros.
Los cineclubes organizados y efectivos son el caldo de cultivo de cinefilias, de aspiraciones escritúrales y directorales, como se ha visto en el ejemplo mil veces mencionado de la revolucionaria Nouvelle Vogue o Nueva Ola Francesa, protegidos bajo el ala de André Bazin y las indispensables sesiones de la cinemateca gestionada por Henri Langlois, es decir, toda una generación de críticos, cineastas y público producto de los cineclubes.
En nuestro país existe en este momento una joven generación de cineastas cinéfilos curtidos en las sesiones de los cineclubes de las instituciones culturales y universitarias, con una pertinencia crítica y discursiva envidiable.
El Cine Club Universitario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo -UASD- está en estos momentos a la vanguardia en las actividades de promoción del cine mundial y de valores destacados en nuestra industria, pues últimamente por allí ha desfilado lo más interesante de la cinematografía dominicana.
El complejo entramado cinematográfico- industrial depende de esos lazos afectivos que se tejen en las sesiones de los cineclubes para llegar a un público con categoría de experto o que va camino a serlo, pues son elementos vitales en la asistencia, en la adquisición de Blu Ray, DVD y el visionado de películas por cable.
Como se ha visto, los cineclubes son elementos vitales en la promoción, educación y divulgación de los elementos cinematográficos y una de sus herramientas mas útiles son los cine fórums, especie de asamblea plebiscitaria de los valores fílmicos.